El pie forzado

La perceptiva suele definir el pie forzado como un “verso octosílabo que personas del público o de un jurado imponen a un poeta-cantor para que construya un poema improvisado (por lo general una quintilla o una décima) cuyo último verso debe ser obligatoriamente el forzado”. Fue, además, dicen, “un pasatiempo de salón de moda durante los siglos XVII y XVIII en el que el poeta tenía que ajustarse a una rima prefijada, a veces extravagante, para componer un poema de tema libre o también prefijado”.

Eso es exactamente lo que ha hecho Donald Trump: tomar el sonido como apoyatura o pie forzado para revertir / desmontar la política hacia Cuba, otro paso en la dirección de borrar del mapa el legado de Obama, como lo ha hecho –o intentado hacer– en otras áreas. Mas allá de lo declarativo, lo que explica la movida no son los extravagantes incidentes sónicos iniciales, ni sus revelaciones de última hora –oh, misterio, misterio vanamente me exaltas–, sino la naturaleza de los nuevos decisores, que retoman la tradición en detrimento del cambio, y la Guerra Fría en lugar de los puentes.

Ello marca, obviamente, la diferencia con los canadienses. Pero esta vez lo hacen sin subrogante soviético, ni exportación de la revolución, ni apoyo a guerrillas, tres de las recurrencias de aquella renuencia a dialogar / normalizar con el otro. El tema de los derechos humanos tampoco ha funcionado como pivote –si acaso, en el subtexto y el contexto–, aunque se trate de una administración que, de palabra y hecho, se haya planteado renunciar a los “valores norteamericanos” en política exterior al dar un espaldarazo público a la monarquía saudí, baile de espadas incluido. O al hacerse de la vista gorda ante las peculiares prácticas del gobierno filipino, encabezado por un entusiasta de los asesinatos extrajudiciales y los escuadrones de la muerte. Eso, en breve, que politólogos, periodistas y expertos de este lado, al margen de sus preferencias partidarias, si las tienen, han llamado una de las más rechinantes incongruencias del trumpismo en estos dominios.

La sustantiva reducción del personal diplomático en la embajada de La Habana, la expulsión de personal cubano en Washington y la suspensión por tiempo indeterminado de los servicios consulares, tiene, desde luego, un primer impacto: la interrupción / congelamiento de la emigración –como se recordará, según los acuerdos vigentes, un mínimo de 20,000 personas al año. E inmediatamente un segundo: el corte de las visitas familiares –excepto que se tenga una de esas visas por cinco años, otorgadas a partir de 2013–, lo cual radicaliza una tendencia que ya venía caminando desde el año previo.

De acuerdo con el propio Departamento de Estado, en 2016 el 81,9{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de} de esas visas no fueron concedidas, lo que ubica a la Isla en el primer lugar en una lista más bien incómoda donde aparecen Afganistán (73,8{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de}), Guinea Bissau (71,8{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de}), Gambia (69,8{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de}) y Bután (67,7{bb302c39ef77509544c7d3ea992cb94710211e0fa5985a4a3940706d9b0380de}). Vox populi, vox Dei: por esa razón, aunque la inmensa mayoría desconociera las estadísticas, los cubanos que hacían cola en Calzada y K para entrar al edificio de cristales y rejas altas solían designar al parquecito de la funeraria con un código hebreo: el Parque de las Lamentaciones, apelativo que cambiaban después de salir de la entrevista por otro más rural: el matadero.

Aquí hay un potencial problema de seguridad nacional que parece obviar la administración Trump, dado el impacto histórico que han tenido esos cierres al estimular y contribuir a la emigración caótica y desordenada –un fenómeno cíclico, el último tuvo lugar hace más de veinte años con la crisis de los balseros–, a reserva de que la política de pies secos / pies mojados, adoptada por la administración Clinton en ese entonces, hoy sea historia antigua. (La irracionalidad de los cubanos en eso de tirarse al agua es siempre una hipótesis no descartable, algo que han hecho encomendándose o no a una virgen aparecida flotando en la bahía de Nipe o a su equivalente popular de origen africano).

Visto desde otro ángulo, ese timonazo ocurre en un contexto interno caracterizado por la crisis venezolana, la ralentización, los costos de Irma y sus impactos sobre la vida cotidiana y el crecimiento económico, proyectado de manera bastante modesta antes del paso del huracán. Se levanta entonces la interrogante de si el giro en U constituye o no un reciclaje de la vieja idea de la olla de presión, reforzada en este caso por el llamado a que los norteamericanos no viajen como turistas, ni siquiera en grupos autorizados: hasta agosto, alrededor de 475,000 viajeros norteños habían ingresado a la Isla, un incremento del 173 por ciento comparado con igual periodo de 2016, lo cual tuvo un impacto positivo sobre la economía, tanto para el Estado como para los emprendedores privados y la cadena de servicios formales e informales asociada al turismo.

Lo decía Hegel: en el límite ya no está la cosa. La segunda flecha ya ha sido lanzada. Ahora es cuestión de ver si al final se deja el cascarón –o de si se le retira de una vez y por todas.

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