El secreto de Los Ramones

En el difícil año de 1994, Jesús Ramón Miller encontró el sentido de su vida. Parecería improbable porque esos fueron los peores 12 meses de la década del 90 en Cuba; el más duro del Periodo Especial; un tiempo de desesperanza y carencias materiales y espirituales llevadas al límite. Pero Jesús Miller, definitivamente, halló un rumbo y, pese a todo obstáculo, lo siguió como poseído por una certeza inexplicable, como si se tratara del mítico hilo de Ariadna y al final de la hebra estuviera, nada menos, la salida del Laberinto.

En honor a la verdad, los desafíos de esa época fueron tan o más complejos que el Laberinto, tan o más temibles que el Minotauro, tan o más definitorios que la propia proeza de Teseo. Por eso a Jesús Miller no le quedó otra alternativa que imponerse al tiempo y las circunstancias y, aunque es hoy un ícono desconocido, opacado por su creación, no pierde las ganas de hacer.

Cuando en Ciego de Ávila se lee en la pequeña etiqueta que acompaña las ya popularísimas galletas de mantequilla o los inigualables palitroques de ajo el nombre de Los Ramones, habría que leer también la historia de un hombre que encontró en la panadería, justo en 1994, el sentido de su vida.

El largo camino hacia lo que se quiere

A los 17 años Miller supo que universitario no iba a ser.

La necesidad de mantenerse con su propio esfuerzo lo llevó hasta las maquinarias del central Ecuador, en el municipio de Baraguá, a ponerle grasa a las enormes ruedas dentadas para que no chirriaran al hacer la azúcar, en tiempos en que el dulce grano iba en barcos al otro lado del mundo a cambio de leche en polvo, carne en latas, sardinas.

Miller, panadero, Cuba
“Miller no acepta que el pan de hoy, el que ahora mismo está saliendo de la panadería más cercana, tenga tan poca calidad”/Foto: Cortesía del autor.

Un tipo de azúcar, lo sabría después, que no es la que requiere el pan, porque para que sea pan bueno se precisa la mulata, la prieta, que es más dulce y barata. Pero tenía Jesús que ir y venir entre la ciudad de Ciego de Ávila y Baraguá (y el transporte público nunca ha sido demasiado eficiente), y él no había nacido para azucarero.

Tampoco para ayudante de linotipista, lo que sobrevino después, y que a las luces de hoy ya es preciso  explicar en qué consistía. Un linotipista era quien organizaba las cajas de letras de las antiguas imprentas llamadas linotipos, donde salía tibio, húmedo, oportuno el periódico avileño: Invasor. Entonces, un ayudante debía fundir el plomo una y otra vez, y dejar que se enfriara en los moldes, para entintarlos y tratar de poner en blanco y negro el mundo material y espiritual de un pueblo y su gente. Hasta las 3:00 de la madrugada estaba Miller en esas faenas junto a los periodistas, las correctoras, los directivos, los linotipistas. Y parecía que un día tenía más de 24 horas, porque se perdía la noción de cuándo empezaban y dónde terminaban. Y parecía, también, que ese podría ser el oficio definitivo. Pero ya se dijo, el sentido de la vida de Jesús Miller es hacer pan, galletas, palitroques, queques…

En 1994 el cuentapropismo en Cuba era apenas un esbozo; un eufemismo para no llamarlo pequeña empresa o iniciativa privada; la idea de  lo que sería una forma diferente de gestionar bienes y servicios; apenas pasos tímidos y desconfiados hacia un escenario económico distinto, donde el Estado delegue funciones e, incluso, responsabilidades, a cambio de no desgastarse en cuestiones solubles en ámbitos menos centralizados. En esa época, el acceso a la patente era limitado, tanto como las posibles figuras para ejercer la nueva forma de ganarse el sustento. Las más eran las de elaborador/vendedor de alimentos ligeros. Y aunque ahí vio Jesús un filón, nunca obtuvo el permiso. Es más, hasta de sanciones por actividad económica ilícita fue sujeto, pero para entonces ya había comenzado la investigación de su vida, que lo convertiría en un maestro panadero.

Al pan lo que es del pan

Miller no acepta que el pan de hoy, el que ahora mismo está saliendo de la panadería más cercana, tenga tan poca calidad. Él asegura que con los ingredientes mínimos e indispensables se puede garantizar un producto decoroso. Pero sobre todo, dice, le falta amor.

Claro, como romántico empedernido que es, le llama amor al compromiso de hacer sin faltar a la ética, a la moral, a la legalidad. Sin que se “desaparezcan” en un pase “mágico” el aceite, la levadura, la harina, hasta el azúcar. Pero eso, digamos, es harina de otro costal. Sobre la industria galletera avileña, sus aciertos y desafíos volveremos en otro momento.

En realidad no es el pan lo que más le gusta elaborar a Jesús. Prefiere sobar repetidamente la masa de las galletas, estirarla, doblarla, sentir entre los dedos cualquier inconsistencia, acariciarla como a mujer bonita, sin tiempo para que repose, lista para ser cortada en formas redondas, cuadradas, o en tiras para palitroque.

Su pequeña panadería no podría competir jamás con las estatales. En el modesto horno caben, apretadas y con prisa, unas pocas bandejas. Los equipos son artesanales, hechos con piezas de otras herramientas, resultados  de la inventiva y de la necesidad. Así y todo, logra sacarles 300 paquetes por día, con apenas cinco trabajadores y un proceso manual.

Asegura que ha ido hasta Sancti Spíritus en busca de la harina de trigo que, afortunadamente, ya está liberada y más o menos asequible. Con el resto de los ingredientes no tiene mayores inconvenientes, “unas veces se ‘pierden’ y hay que ir a otros lugares a comprarlos, pero aparecen”. Él tiene la convicción de que si el Estado le suministrara los insumos, podría abastecer toda la provincia. Y aunque me parece un poco ambiciosa su aseveración, me quedo pensando unos segundos en la agradable circunstancia de tener estas galleticas a menos precio y con más frecuencia en la mesa de todos los avileños…

“Jugar” en serio al cuentapropismo

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“Dice Miller que ya no es él el único que hace galletas y palitroques en Ciego de Ávila, que le cedió la receta a otros, que allá por Villa Clara también las elaboran” / Foto: Cortesía del autor

Las galletas de mantequilla y los palitroques de ajo ya están en toda Cuba. Se regaron tan o más rápido que las gripes de estación y caminaron hacia el Occidente, como era de esperar,  y hacia el Oriente, contra toda lógica migratoria. Los precios varían. Él los da a 8 pesos cubanos en la puerta de su casa, en el resto de la ciudad avileña se comercializan a 10, pero en Jatibonico cuestan 15, y en Varadero y La Habana 25.

Palitroques y galletas lideran el mercado, aunque los llamados queques también se venden muy bien. A falta de otras ofertas que puedan entablar una mediana competencia, estos productos campean por su respeto y no hay punto gastronómico particular que no los tenga en su tablilla. Sobre todo, los consumidores ponderan la calidad. Según afirman, prefieren pagar 10 pesos, aunque sean menos galletas (Jesús echa alrededor de 20 en cada paquete), pero degustar un producto bien hecho y de sabor agradable.

“No se ponen socatas, nunca están quemadas y al niño le encantan”, me dice una madre que las compra para la merienda. “Los palitroques que venden en los Rápidos no son muy ricos que digamos, estos de ajo son divinos”, comenta una señora mayor mientras echa en su jaba de guano dos paquetes. “A lo mejor suben el colesterol, pero no me puedo resistir”, sentencia.

Dice Miller que ya no es él el único que hace galletas y palitroques en Ciego de Ávila, que le cedió la receta a otros, que allá por Villa Clara también las elaboran, pero que sus productos siempre tienen dentro el papelito, su etiqueta, y saben diferente. Y yo le aconsejo que no demore el trámite para patentar su marca comercial Los Ramones, porque hay mucho vivo por ahí queriendo vivir de la gente noble, y que de una vez, si vamos a “jugar” en serio al cuentapropismo, hay que hacerlo siguiendo las leyes del mercado, no en cueros como hasta ahora.

Después de 20 años desentrañando los misterios de la masa convertida en pan, galletas o palitroques, Jesús Miller sabe que se pondrá viejo en esos trajines, porque, dice, el olor de la galleta recién horneada es el sentido de su vida.

Apuntes:

En la provincia Ciego de Ávila existen dos combinados galleteros. Uno en Morón, con capacidad para 5775 paquetes de un kilogramo en un turno de trabajo; y otro en Ciego de Ávila, responsable de elaborar 1500 paquetes diarios destinados al Turismo y la venta en CUC.

El plan mensual de la provincia es de 108 mil paquetes. Solo en la mañana de la feria de los domingos se expenden unos 3000.

Las galletas que se comercializan en divisas tienen una fórmula diferente y los ingredientes también se adquieren en pesos convertibles.

Comparadas con las de mantequilla, las galletas producidas por el Estado pierden la pulseada si de escoger se trata.

 Secretos:

Para lograr que los palitroques sepan a ajo, Miller bate un poco de aceite y ajo y lo vierte sobre los palitroques horneados.

Todos los integrantes de su familia conocen los secretos del pan y las galletas.

El nombre Los Ramones se debe a que, en el inicio, eran dos. Miller y un amigo, también llamado Ramón.

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