Por los aires que voló

Foto: Pxhere

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El papel higiénico es una conquista de la modernidad. Inventado por los chinos en 1391 para el Emperador y su aristocracia de la Ciudad Prohibida, donde lo usaban perfumado, en Occidente su empleo no se generalizó sino hasta principios del siglo XX. Y en su recorrido hubo de pasar por venturas y desventuras relacionadas con su producción y consumo hasta formar parte natural e imprescindible de los hábitos cotidianos. Según algunos expertos, hoy los mayores consumidores de papel higiénico son los norteamericanos –22 kg anuales por persona–, seguidos por los suecos, con 15.

Su historia en los Estados Unidos describe un ciclo iniciado en 1859 por Joseph Gayetti, quien produjo el primero, humedecido con aloe y vendido en paquetes de quinientas hojas, aunque sin mucho éxito comercial por los tabúes sobre el cuerpo actuantes en la cultura norteamericana de entonces (se vendía en las trastiendas como “papel medicinal”). Después de varios intentos, hacia 1890 los hermanos Clarence y E. Irvin Scott, de Filadelfia, lograron empezar a popularizar, desde la Scott Paper Company, el “papel en un rollo” mediante una agresiva estrategia de mercadeo, primero en hoteles y luego en farmacias. Cambios en los conceptos, prácticas y regulaciones sobre salud pública, más la expansión de los servicios sanitarios en las casas y apartamentos de toda la Unión, contribuyeron a echar por tierra la impronta del puritanismo. “Hasta entonces”, escribe un célebre estudioso de la cultura popular norteamericana, “nadie quería pedir aquel producto por su nombre”.

A Cuba ingresó durante la primera intervención (1898-1902), tiempo de cambios en las costumbres y de ajuste de cuentas con la cultura/dominación españolas, un proceso de “modernización civilizatoria” que incluía no solo campañas de higiene y nuevos espacios arquitectónicos y constructivos, sino también, a nivel doméstico –y como expresión de los tiempos– los water closets importados del Norte y vendidos a la población a precios módicos, según lo ha documentado la historiadora Marial Iglesias en su libro Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902. Hacia 1899, solo el 10 por ciento de las casas de La Habana y Matanzas tenían servicios sanitarios.

Los cubanos hemos mantenido una relación agónica con el rollo celuloso después de la caída del Muro y la URSS, cuando desapareció del mapa, junto a muchas otras cosas. Ello determinó que tuviéramos que echar mano a órganos de prensa, revistas locales y foráneas, guías telefónicas e incluso, en ciertos casos, a las obras completas de literatos y dramaturgos españoles impresas por Aguilar S.A. Ediciones. Nada nuevo bajo el sol: eso mismo hacían con los libros los lores de la Inglaterra victoriana. O los norteamericanos finiseculares con los catálogos de Sears y los Farmer’s Almanacs.

Pero con la dolarización de la economía reapareció en el mercado. Su producción estuvo a cargo de la Empresa de Productos Sanitarios S.A., en Cárdenas, Matanzas, única planta productora, pero con una tecnología depreciada y obsoleta. El periódico Trabajadores la describió una vez de la siguiente manera: “Conocida como la Papelera de Cárdenas, posee la exclusividad en el abastecimiento de los principales polos turísticos de la Isla, así como también lidera los suministros en el mercado minorista que opera en pesos convertibles, con lo cual sustituye importaciones”.

La Papelera arrastraba, sin embargo, dos problemas, el primero estructural y el segundo cíclico: por una parte, no cumplir con los estándares cualitativos internacionales y, por otra, no cubrir la demanda. Esto último determinaría las crisis en su disponibilidad en el mercado.

En 2014, durante una de esas crisis, “Radio Reloj” divulgó las declaraciones de varios ejecutivos de las Tiendas de Recaudación de Divisas Caribe (TRD Caribe). De acuerdo con el director de compras, la producción del complejo matancero no satisfacía las necesidades del país, que según sus estimados ascendían a 13 millones de rollos anuales– es decir, un consumo aproximado de 1,1 rollo de papel higiénico al año por cada cubano, posiblemente una de las cifras más bajas de la cultura occidental.

Sin más alternativas domésticas, la solución no podía sino venir a contrapelo de la sustitución de importaciones, a pesar de Trabajadores: la compra de contenedores de papel higiénico a Vietnam, Guatemala y México. Se informó un alza en el precio de venta debido a que ese papel contiene lo mismo que el papel higiénico en los cuatro puntos cardinales del globo: celulosa al 100 por ciento y blancura. Evidentemente, un reconocimiento de que el fabricado en Cuba para consumo de los locales no pertenecía al mejor de los mundos posibles.

En octubre de 2017 comenzó la conexión italiana con la puesta en marcha de una tecnología moderna en la propia Cárdenas con asesoría de técnicos de ese país, pero en diciembre hubo otra crisis en las tiendas de La Habana. “Se trata de dos líneas nuevas para rollos sanitarios, que están en fase de ajuste y puesta en marcha”, aseguró al periódico Juventud Rebelde el ingeniero Manuel González García, director la Empresa Mixta de Productos Sanitarios (Prosa).

“Ahora las máquinas modernas están al 60 por ciento de su capacidad y a partir de este 1ro. de diciembre montaremos los turnos de trabajo las 24 horas para que lleguen a su tope de producción y así cumplir con lo demandado”, agregó. La demanda nacional de este año cambió: 96 millones de rollos de papel sanitario. 73 millones para comercializar en las tiendas.

Tal vez por eso recientemente no se han reportado desabastecimientos. Esperemos, pues, que con los italianos no haya que decir sobre el papel higiénico lo mismo que un trovador matancero sobre un amor: “estas son las santas horas que no sé/por los aires que voló”.

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