Solidaridad más allá de la Misión

Foto: Claudio Pelaez Sordo

Foto: Claudio Pelaez Sordo

Por décadas Cuba ha sido considerada como una referencia en materia de cultura solidaria. Esta visión tiene diversas bases, entre las que me atrevo a mencionar como principales la magnitud y calidad del trabajo de nuestras misiones médicas, educativas y deportivas en el exterior; y la imagen de un país capaz de juntarse en millonarias marchas entorno a una causa, casi siempre nacional.

Sin embargo, no pocos -dentro y fuera de Cuba- cuestionan ese ejercicio solidario argumentando que en todos los casos -o al menos en los mencionados anteriormente- se trata de una solidaridad con marcado background estatal. Quienes defienden esta tesis argumentan que nuestro gobierno ha transformado la acción solidaria en un activo de propaganda internacional. Que es, en definitiva, una estrategia publicitaria, más que una vocación de pueblo. Adicionan que en Cuba ha existido durante décadas un monopolio gubernamental de las manifestaciones solidarias (sea cual sea su intención o motor impulsor) lo que de alguna manera las deslegitimiza. Y finalmente, mencionan que existe una marcada ausencia de actos solidarios al margen de la convocatoria y coreografía estatal.

Si bien esta visión tiene puntos de lógica -sobre todo el relacionado con la convocatoria al margen, que no significa en contra, de la gubernamental- me parece que es, cuando menos, limitada. Me explico:

Si consideramos objetivamente las características organizativas y estructurales de las instituciones en Cuba, así como la magnitud de nuestras misiones de colaboración en el extranjero, me parece difícil imaginar cómo podría coordinarse esta actividad “solidaria” sin la intervención gubernamental. Pensarlo de otra manera implicaría repensar el sistema institucional cubano y ese -creo yo- es otro tema. En mi criterio, el importante peso de la participación gubernamental en las misiones médicas, deportivas/educativas no niega su naturaleza solidaria. Eso, incluso considerando cuánto de propaganda se haga desde ellas, o -este es otro argumento muy mencionado- el componente económico en la base motivacional de los colaboradores.

Pienso que a ningún nivel del análisis en el que se intente definir si se trata de un legítimo acto de solidaridad, debe ser más definitorio la participación o intención gubernamental que lo obrado por el colaborador. Más allá de la significativa intervención estatal o de los móviles económicos -que no son los únicos-, yo valoro al colaborador, y todo cuanto obra más allá de lo estrictamente profesional. Es en el colaborador, en su trabajo y sacrificio donde encuentro respuesta. Y perdónenme -o condénenme- el criterio, pero sobre esta base digo: sí, es solidaridad.

Respecto a las características de las manifestaciones solidarias dentro de Cuba, creo que existen puntos importantes sobre los que gobierno y ciudadanos debemos reflexionar. Existe una marcada desproporción – síntoma de disfuncionalidad- entre la cantidad y calidad de los actos de solidaridad convocados por las autoridades, con respecto a los organizados al margen de ellas. El excesivo apadrinamiento estatal en torno a la expresión solidaria popular ha resultado una atrofia ya crónica de nuestra capacidad para convocar(nos) de forma autónoma sin la hoja de ruta estatal.

El tema se complica porque en muchas ocasiones el paternalismo llega al extremo del recelo a cualquier manifestación espontánea en espacios públicos, sea cual sea su foco y naturaleza. La conjugación de paternalismo y recelo unida al limitado acceso a las redes sociales que padece aún la mayoría de nuestra sociedad, ahogan en gran medida la posibilidad de organizar manifestaciones solidarias de génesis no gubernamental. Y esa asfixia no me parece saludable.

Somos gente solidaria. Nótese que no hablo de la solidaridad colorida -o coloreada- que sirve para poner en las postales turísticas. De la solidaridad como eslogan. Tenemos todos los ingredientes culturales y emocionales que moverían a cientos a movilizarse de modo espontáneo por hechos como los asesinatos de Michael Brown y Freddie Carlos Gray, Jr, en Estados Unidos, o por la desaparición de los 43 de Ayotzinapa. Y sin embargo, poco o nada vemos de este tipo de expresión solidaria en Cuba.

Mientras persista el monopolio estatal sobre los medios de convocatoria, el mencionado recelo al albedrío ciudadano y limitadísimo acceso a las redes sociales, poco o nada se podrá hacer al respecto.

Hay quien expone como razón adicional el hecho de que el cubano, agobiado por sus problemas y padecimientos diarios, ha perdido la capacidad de indignarse con los ajenos. Pienso diferente. Creo que si bien nuestros problemas ocupan 25, de las 24 horas del día, no hemos perdido la capacidad de crisparnos o dolernos con los desastres y las injusticias ajenas.

Soy optimista -tal vez motivado por la imagen de una veintena de estudiantes recordando el primer aniversario de los sucesos de Iguala– ante un escenario futuro en el que la manifestación pública en las calles de nuestras ciudades, motivada por la noticia de un secuestro masivo en África, un asesinato con base racial, o la lucha por los derechos de las minorías sea para nuestra sociedad, los medios de prensa y el gobierno, tan heroica, tan destacable, como la actuación de la brigada médica Henry Reeve y la propuesta de que le sea entregado el Premio Nobel de la Paz. Expresiones diversas de una nación solidaria, más allá de lo que viene “de arriba”. Más allá de la misión.

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