Tallas y tallas

Una hora inane, una hora de un esfuerzo magno para un televidente que fue fiel telespectador y ahora es un vidente desmadejado de la tele. La hora a continuación de la película infantil del domingo, es un suceso de celebración al ababol. Es la hora de Talla Joven, antes había sido la de A moverse, y después ni me acuerdo de qué siguió. Esto pasa con la televisión, la memoria se zampa a la basura, la barre, la destierra, y vamos de camino a ser unos desmemoriados insalvables. Yo me traigo a la memoria de los domingos, verbigracia, a Pocholo y su pandilla, no porque fuera una piedra filosofal, es que había que engullirlo como si te hubiesen prometido un postre suculento y uno se hacía el comecandela y se auto flagelaba: Pastosita, un azote, Tico, dos azotes, Pocholo, veinte azotes y está el sujeto aquel de la cabeza oblonga, en extremo oblonga, quince azotes. Y en esta auto flagelación, expiación dominical de la orden de los domingos aburridos a través del castigo auto impuesto, se iban las primeras horas de la mañana hasta la Matiné Infantil en que venía la película en contrapeso, que era repetida, la  misma, en sobredosis, un tic nervioso, en disparos de Rambo el ametrallador. Honestamente perdí la cuenta de las veces en que vi La Historia sin Fin, ¿fue un sinfín?, o La fórmula de la mantequilla de maní, — ¿era el nombre?— esa en que los niños se asustaban y se quedaban calvos y que tenía un toque de miedo. Los estrenos venían en las vacaciones. Y había un espacio musical y uno de comedia, igual repetición excesiva, Laurel & Hardy, Keaton y Lloyd, pero con predominio de Laurel & Hardy. El Gordo y El Flaco en el cementerio, con el árbol de Navidad y sus ramas maltratadas por un bigotudo gruñón, en el edificio en construcción con el cangrejo introducido en los pantalones. Pero lo veíamos. Y no nos cansábamos de verlo. Y hay que admitir que la televisión entonces no era una opción, era La Opción y quizá sea este el principio del televidente general integral, (el TGI) con sus solo dos canales, Cubavisión y Telerebelde. Si la caja Caribe se descomponía, si la imagen se movía sin cesar en ascensos vertiginosos los domingos por la mañana o a la hora de la novela, había malestar familiar legítimo, desconsuelo, cuerpos flácidos, papandujos, llantos, complicidad de las almas cabizbajas. Aunque a veces la solución era descargarle un manotazo en la parte superior o a un costado y la imagen se iba recolocando, reajustando y regresando la embriaguez.

No es igual, no será igual con Talla Joven, quiero decir, en cuanto a los malestares producidos por su pérdida. En primer lugar, uno hoy puede, si es que puede, mandar al quinto infierno al programita y encender el DVD y disfrutar de su 187 dorama frívola o ver lo que trajo el paquete semanal en su PC, e infligirse a la carta. No hay ataduras, no hay que ser Dante, no en la misma medida que en los noventa. No hay líneas que convergen, o hay más líneas paralelas, era del TGI que se desvanece, definiendo una barrera entre generaciones. En segundo lugar, el número de canales se amplió, se puede decir déjame ver que hay en los OTROS CANALES, y cabe la posibilidad de instalar ilegalmente los del cable, porque las señales de los de Miami ya no entran como cuando interferían y se engullían a hurtadillas y los vecinos avisaban por teléfono mira, mira, están los canales y yo estoy viendo la novela del 23, de Univisión, la de Esmeralda, la ciega de los ojos claros.

En tercer lugar, o debería decir en primordial, en prístina posición, los programas en sí, el epicentro.

Enfoquemos, pues, a Talla Joven. La conducción interviene desde un comienzo con fugacidad, en fugaces intentos de conducción. Talla Joven es otro estreno del verano, novedad dolorosa del verano, novedad tautológica del verano moviéndose a contrapelo del buen gusto, es el Knockout al buen gusto, a la inteligencia, el advenimiento de la bazofia audiovisual definitiva, uno de los más recientes crímenes de la calle Morbo. Diría que son seguidores del viejo slogan de la NIKE, Just do it, y ponen manos a la obra en ser peor entre los peores. Es un hecho que hemos tenido distintas calamidades atávicas. Un monstruo sobrevuela el ICRT, lo ensombrece en cielo encapotado, una criatura transilvana absorbiendo la creatividad/originalidad del personal encargado de crear. No lo percibimos en la calle 23 ya que es un monstruo contextual, un reflejo del país todo, de sus capacidades culturales, de su sociedad. La televisión ha ido en picada  porque en varios sentidos Cuba ha ido en picada, en extensa picada. La salud, la educación, la alimentación, el salario, etcétera.

El domingo pasado me dediqué a tolerar una hora siniestra, como había dicho o creo que dije.  La presentación de Talla Joven está hecha con imágenes continuas de adolescentes con teléfonos celulares, teléfonos inteligentes, manipulándolos, corriendo a enseñarse cositas o a compartir cositas con los rostros deslumbrados y esta es la juventud que nos presenta el programa, como si estuviera dirigida a esa y no a otra, a la que, por ejemplo, se engancha de las guaguas en 19, en Playa, cuando llueve, descalza, descamisada y se desliza por el pavimento mojado en unas circunstancias de diversión-riesgo. A esos les dedican los reportajes moralistas del NTV y los mensajes de bien público malos públicamente de la División Nacional de Tránsito, malísimos como los del Dengue que es decir demasiado.

En Talla Joven, los conductores, jovencitos, mal preparados, mal parados, descuidados, van acompañados de payasos y un DJ al fondo, al estilo de un Table de restaurante del Barrio Chino: 0.00 Conductores, Dj y payasos, como se dice Vianda Frita, Bisté de cerdo empanizado, arroz congrí y un líquido de factura nacional no importado.

Después de que los conductores o presentadores dieran inicio al programa que incluye una escenografía con cuadros de colores y muy muy semejante al resto de los programas cualesquiera que salen al aire de corte musical, cantaron Yoyo Ibarra y Adrián Berazaín. Debajo, con letras decía que cantarían el tema Se fué, así, con tilde, quien sabe si querían el énfasis en la idea de que se fue quienquiera que se haya ido: Se fué porque se fue para no volver, para siempre. Y Yoyo Ibarra cantó con sus muecas habituales de cantante que quiere ser sensual pero que su sensualidad se estrella contra un muro invisible y cae al suelo y uno posiblemente comprende por qué se fué con tilde, quienquiera que se haya ido.

Los payasos —no comprendo qué tono daban los payasos en un cuadro de adolescentes y jóvenes, aparte de una aberración-vejación injustificable— iban vestidos uno de verde con verdes globos y verdes espejuelos, y mentecatería verde a buen recaudo por su oficio; el otro llevaba corbata con lunares y pantalón a rayas y una clave de sol en un bolsillo. Ellos animaron los tiempos de participación junto a un joven con camisa amarilla mostaza de mangas largas. Hubo una competencia para determinar quién se llevaba una galleta de chocolate con crema desde la frente hasta la boca sin ayuda de las manos, rivalizan un muchacho y una muchacha y gana el muchacho. Le entregan un afiche del cantante Juan Karlos y uno del músico Berazaín, una reproducción de Servando Cabrera y un almanaque. Luego los conductores-presentadores leyeron la correspondencia con saludos desde distintas provincias de Cuba y se hacen un selfie con el artista invitado que en esa ocasión fue Juan Karlos (Tampoco comprendo el selfie, by myself). Luego hubo Karaoke y de nuevo una muchacha compite contra un muchacho, la muchacha canta mal pero el muchacho la supera y al final la muchacha gana un almanaque, un calendario, un afiche de Juan Karlos y una reproducción de Servando Cabrera. Y yo que empecé a mirar el cielo raso de mi apartamento que no es técnicamente un cielo raso sino un techo de microbrigadas dividido en cuadrados como pantallas de televisores y me decía qué es esto qué estoy viendo y estuve a punto de estrujarme los ojos porque vi una imagen que era un payaso sórdido pero resulta que era solo una mancha común y corriente, un aviso de que tengo que pintar pronto el techo.

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