Trilogía limpia de cubanos en Montevideo

Montevideo, capital del país donde en los últimos dos años se han instalado unos 3000 cubanos. Foto: G. J. Rojas.

Montevideo, capital del país donde en los últimos dos años se han instalado unos 3000 cubanos. Foto: G. J. Rojas.

I. Pedro

Casi 7000 kilómetros, en línea recta, separan La Habana de Montevideo. Un avión (no hay ruta comercial directa) tardaría entre 8 y 9 horas, un helicóptero más o menos 32 y una paloma, en vuelo continuo, demoraría poco más de 100 horas en conectar. Por obvias razones la ruta terrestre no es posible y la vía marítima significaría bordear todo el Atlántico sudamericano en una odisea de más de 10000 km.

Una mañana de octubre de 2017 Pedro Rubén (26 años) viajaba con su hijo Anthony (3) en una guagua de Cienfuegos. Iba para el Hospital Pediátrico Paquito González a atender una repentina fiebre que había embestido el cuerpo de su hijo. En el trayecto, Pedro escuchó una conversación entre dos viejos. Uno le comentaba al otro que su sobrino había resuelto irse para Uruguay porque allá había mucho trabajo y, además, no molestaban con los asuntos migratorios y entregaban rápido la residencia.

Hasta ese momento de su vida, sobre Uruguay Pedro solo sabía que era un país muy bueno jugando fútbol. Ni siquiera hubiese podido ubicarlo en un mapa. Por la tarde volvió a su casa y salió a comprar una tarjeta para conectarse a internet. Además de revisar sus redes sociales, Pedro empezó a averiguar cosas sobre el país que había aparecido inesperadamente en su vida. Es un país chico, en el sur de Sudamérica, la marihuana es legal, se come mucha carne vacuna, se toma mate y, como en todos lados, los ciudadanos cubanos necesitan visa para entrar. Lo último no era tanto problema. La verdadera complicación era cómo llegar, con o sin permiso.

Pedro llevaba un año pensando en la posibilidad de irse de Cuba. El primer destino deseable siempre fue Estados Unidos, pero con la derogación de la política “pies secos, pies mojados” (enero de 2017), el sueño se desvaneció más rápido que una piedra de hielo en un vaso de ron. México, España, Brasil. Destinos posibles. Pero todo cerrado, complicado. Uruguay aparecía con su bandera albiceleste y un sol resplandeciente y sonriente. Una señal de futuro: la misma que trajo a cientos de miles de europeos desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX al Río de la Plata.

En Cienfuegos Pedro trabajaba como operario en una termoeléctrica. Su salario mensual era el mismo que el que se puede hacer diariamente colaborando con la limpieza de cualquier bar o restaurante de Montevideo. Su migración tenía causas económicas y ningún tinte directamente político y, ante esta cuestión, como si estuviera en Cuba, baja la voz para decir que de esas cosas prefiere no hablar, que nada de eso le compete y que lo único que él quiere es trabajar, por su hijo, por su mujer, por su familia.

No obstante, a su llegada al departamento de Rivera (Uruguay), después de haber volado entre La Habana y Georgetown (Guyana), y haber cruzado ilegalmente Brasil (el quinto país más grande del mundo) durante varios días, le dijo a un agente de migración uruguayo que él era un refugiado político.

Sobre Uruguay, Pedro solo sabía que era un país muy bueno jugando fútbol. En la imagen, el estadio Centenario visto desde un avión que sobrevuela Montevideo. Foto: Matilde Campodónico / AP.

Para poder salir de Cuba, Pedro contó con el apoyo de su padre. El viejo vendió un motor de primera calidad que había adquirido años antes en un extraño negocio. Los 5,000 CUC que recibió los entregó a su hijo para que cumpliera su sueño. El primer gasto fueron algunas mudas de ropa y una maleta. Después, un boleto de 740 dólares entre Cuba y Guyana y, coordinando su paso por Brasil, contactó un compatriota que por otros 700 dólares lo guiaría por los 5,255 km que separan a Boa Vista (Amazonía brasileña) de Porto Alegre (sur de Brasil). El coyote no se hacía cargo de gastos de estadía ni alimentación, solo transporte y posibles negociaciones con autoridades en caso de que algo saliera mal. Siete días después de haber salido de Cienfuegos, Pedro estaba llegando a Montevideo. Su primera impresión: mucho vagabundo pidiendo en las calles, y mucho olor a marihuana.

En el momento en que converso con Pedro, él lleva una semana de haber llegado a Montevideo. Se hospeda en una pensión en Ciudad Vieja, un barrio cercano al puerto que tiene mucho de la encantadora decadencia arquitectónica de La Habana. Allí paga 150 dólares por mes en una habitación compartida. Para ahorrar dinero, come sólo arroz con huevo y pan con perro. Todavía no es hora de un buen pedazo de carne, dice.

Todo le parece extremadamente caro. En todas las averiguaciones que llevó a cabo nunca leyó que Montevideo era la ciudad con el costo de vida más elevado de Latinoamérica. Se halla ansioso. La cita en migración para resolver su situación la tiene estipulada para el 26 de septiembre, y apenas es abril. Sin el documento, el trabajo se complejiza. La necesidad no afloja. Y la explotación aparece.

Dos semanas después de nuestro primer encuentro, Pedro entra a trabajar en un centro geriátrico. Su labor es la de limpieza, y el contrato, aunque es indefinido, no lo cubre socialmente. La paga es poca, pero da para resolver la estancia y dejar los ahorros quietos, mientras algo mejor aparece. Se muestra más tranquilo, ha conocido cubanos y de vez en cuando se frecuentan en la rambla de la ciudad, que es un malecón, pero de ladrillo, envuelto por un mar que realmente es un río.

En los últimos dos años se estima que han entrado, con la intención de quedarse, unos 3000 cubanos al Uruguay. Lo que preocupa a las autoridades no es tanto la masividad, porque “Uruguay es una nación abierta, una nación de migrantes”, sino la forma en que habitualmente llegan: no se descarta que más de la mitad de esos 3000 migrantes, hayan llegado por vía ilegal desde Brasil, solicitando en la frontera un refugio político cuya necesidad no tienen cómo probar. La ventaja está en que una vez dentro nadie los puede deportar. La legislación es clara: hay que auxiliarlos.

– Trabajo en lo que sea, asere, el trabajo para mí es tranquilidad. Sueño con el futuro de Anthony y con volver a Cuba algún día, a morir allá pero con dinero. No sé si me quede en Uruguay. No creo. Por ahora pienso estar un año y de ahí en adelante ver qué pasa. Aquí la gente es buena, me han tratado muy bien. Solo te confieso dos cosas: una, no me saco de la cabeza la posibilidad de irme para Estados Unidos y, dos, cómo me hacen falta el ron y los cigarros criollos.

Pareja de cubanos en Uruguay. Foto: G. J. Rojas.

II. Aiden y Tania

Sobre F y 29, en La Habana, está el Instituto Nacional de Oncología y Radiología de Cuba. Durante los últimos 15 años, Tania Pérez (34) dejó clavadas allí 8 horas diarias de su vida, trabajando como radióloga. Su sueldo era un privilegio en comparación con la media: 1,300 pesos cubanos (53 CUC), poco más del doble de lo que gana mucha gente en la Isla.

Pero no siempre fue así. Ella entró al Instituto gracias a la labor burocrática de un tío que tenía contactos. Como era estudiante, se desempeñó más que nada como asistente. Durante 7 años recibió poca remuneración, hasta que un día terminó sus estudios universitarios y pudo, por fin, empezar a desempeñarse profesionalmente. Y a ganar como tal.

En 2014 Aiden González (27) terminó la licenciatura en Enfermería de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana. El último año había recorrido varios hospitales gracias a sus prácticas profesionales. Al graduarse, y después de presentarse a varias entrevistas, optó por asumir el llamado laboral que le hicieron del Instituto Nacional de Oncología y Radiología. Trabajaría allí en turnos rotativos de 8 horas, por un salario de 650 pesos (26 CUC). Aiden no solo encontró un trabajo y una aparente estabilidad económica, también encontraría el amor.

En febrero de 2016 Tania y Aiden empezaron una relación que los iba a llevar muy lejos. En la última fiesta decembrina de 2017 Aiden le confesó a Tania que estaba aburrido con su trabajo, que sentía que podía quedarse allí toda la vida haciendo exactamente lo mismo sin ningún tipo de beneficio individual. Tania apuró uno, dos, tres vasos de ron y, al cabo de un par de horas, le manifestó que ella llevaba sintiendo lo mismo desde hacía varios años, pero que todo se había apaciguado porque él había aparecido en su vida.

«¿Qué hacemos?», preguntó Aiden. «Vámonos», respondió Tania.

Además de sus trabajos en el Instituto, cada uno tenía sus formas independientes de completar la cuota necesaria para sobrevivir. Tania vendía ropa, hacía velas y de vez en cuando cocía. Aiden ayudaba con pacientes que tenían cómo pagarle sus servicios privados de enfermería y, otras veces auxiliaba a amigos que necesitaban manos en el gremio de la construcción. Tania dice: «En Cuba si uno come, no se viste; y si uno se viste, no come…» Aiden agrega: «Y como hay que comer y vestirse, hay que resolver y para resolver los cubanos estamos dispuestos a todo».

La obsesión de Aiden siempre ha sido Estados Unidos. Tania repite una y otra vez que sus familiares en la Florida no la pasan tan bien desde que Trump se hizo presidente. Por consiguiente y para atajar el impulso de su novio, Tania se puso a averiguar sobre lugares en Latinoamérica para ir a trabajar y fue así como se encontró con Uruguay. Para estar más segura, empezó a preguntar a amigos y conocidos si sabían de alguien que se hubiera ido para allá, hasta que un día dio con alguien que le comentó que su novio se había ido en octubre a probar suerte a Uruguay y que al cabo de una semana de haber llegado había entrado a trabajar en un supermercado y, en menos de un mes, ya tenía la residencia temporal que le permitió entrar al sector de limpieza de un hotel, con un sueldo fijo y con prestaciones sociales.

Tania le comentó a Aiden y él asintió. Los dos renunciaron al Instituto. Ella tenía algunos ahorros y completó con un préstamo de un pariente. Él puso a la venta todo lo que tenía en su casa. El 25 de marzo ya estaban en Uruguay, después de haber volado a Guyana y cruzado Brasil en un vertiginoso viaje por tierra.

– Las ganas de trabajar están, siempre, en lo que sea, pero sin documento es muy complicado. Las fechas de citación las dan muy lejanas. Uruguay no cierra las puertas formalmente, pero sí dilata todo el tema migratorio para que la gente deje de venir. O se aburra y se vaya. Pasa lo mismo con nosotros los cubanos, los venezolanos y los dominicanos –asegura Aiden.

– Por otro lado, los dos somos profesionales y lo que nos interesa es poder entrar a trabajar en ese sector, pero como entramos ilegalmente, y nos presentamos como refugiados políticos, todo se demora mucho más. Nosotros tenemos nuestros diplomas pero para poder legalizarlos primero debemos legalizarnos nosotros. Nos dijeron que para regularizar todo debíamos volver al lugar donde nos presentamos como refugiados (Departamento de Rivera) y cambiar el estatus a migración económica. ¿Qué tal que nos deporten? –dice Tania.

La pareja vive en una habitación en la montevideana ciudad vieja, por la cual paga 10,000 pesos uruguayos (300 USD) al mes. Aiden ha logrado engancharse con trabajo en el puerto, descargando embarcaciones mercantes. Cuando lo eligen gana 300 uruguayos (10 USD) por 5 horas de trabajo. Un día probó la marihuana pero no le gustó la sensación de adormecimiento y dispersión “es una locura que vendan esa droga en las farmacias” –comenta.

De lo único que se arrepiente Aiden es de no haberse hecho Changó antes de salir de Cuba, pero se consuela acariciando su sueño de algún día «estar por fin en el Yuma”.

A Tania le gusta que los hombres uruguayos no les dicen nada a las mujeres. Se siente a gusto caminando por la calle: nadie la observa ni la acosa.

Ella y una compatriota que conoció en la pensión se dieron cuenta de que podían vender papel higiénico a la mitad del precio normal, y ganar dinero. Varias veces fueron al barrio de los judíos y vendieron, hasta que un día llegó la policía y les decomisó todo. Ellas reclamaron y la respuesta de los agentes fue: “Lo siento señoritas, es nuestro trabajo y lo que les recomendamos es que si lo van a seguir haciendo sean más discretas, si a nosotros nos llaman tenemos que actuar y si no, nosotros no tenemos drama con que la gente gane algo de dinero. Les deseamos suerte”.

La amabilidad de todo el mundo es algo que la tiene muy sorprendida y la variedad de productos en el supermercado la abruma profundamente. Dice que hay tanto, que no sabe comprar.

Recientemente, las autoridades de migración uruguayas indicaron estar estudiando la posibilidad de concertar nuevos tipos de visados para controlar la creciente llegada de migrantes al país. El objetivo es, de acuerdo a cada caso, facilitar visas humanitarias, de estudio o trabajo, para así poder organizar –y mejorar- el panorama de vida de los recién llegados y evitar el estallido de una crisis mayor.

III. Ernesto

En octubre del año pasado nació mi beba. Es hermosa. Hoy tiene 7 meses. Yo pasé el primer mes con ella. Su nacimiento me motivó más a salir de Cuba para asegurarle un futuro mejor. Me costó mucho dejar Santa Clara. Nunca había salido y toda mi gente y mi vida están allá. Me llamo Ernesto Corcho, tengo 23 años y en mi ciudad trabajaba en una fábrica textil por 15 dólares mensuales. Allí conocí a mi mujer.

Yo creo que ningún cubano quiere estar fuera de Cuba. Es que es muy lindo todo, la gente, el clima, la comida. Los que se van es porque les toca, porque no hay otra opción para salir adelante. Ni siquiera con lo justo, simplemente con lo necesario. Yo vine para Uruguay a probar suerte, porque a Santa Clara llegó un rumor de que todo por aquí estaba bien y uno podía trabajar y ahorrar. Eso no es mentira, trabajo hay; el problema es que te lo den.

Primero quería ir a Chile, allá tengo un amigo y le está yendo bien, pero el presidente Piñera se puso muy duro con la migración y si no estoy mal cerró las fronteras. Yo ya tenía todo listo para irme. Vendí mi casa y con esos 3000 CUC armé el viaje. Salí el 15 de noviembre.

"Me llamo Ernesto Corcho, tengo 23 años y en mi ciudad trabajaba en una fábrica textil por 15 dólares mensuales." Foto: G. J. Rojas.

Yo llegué a Rivera (norte de Uruguay), después de pasar por Guyana y cruzar todo Brasil con un contacto cubano que ayuda a todos los que quieren venir por un buen precio. Con él viajamos, desde Boa Vista, tres cubanos y dos venezolanos. Uno de mis compatriotas se quedó en Brasil y el otro se fue a buscar unos familiares a Argentina. El día que llegué a Montevideo tenía 400 dólares en el bolsillo, estaba cansado y tenía toda la ansiedad del mundo.

Los primeros días en Uruguay fueron muy feos, sentía ganas de gritar todo el tiempo y cada noche soñaba con mi familia. Soñaba que era el día de la despedida y comía arroz congrí, yuca, carne de puerco y ensalada. Bailábamos, cantábamos, reíamos. Hasta que me metía a la ducha y salía con todo listo y me encontraba con un velorio. Ahí me despertaba y no podía volver a conciliar el sueño. Pensé en regresar, pero ¿para qué? Sin casa, sin trabajo y con una niña de meses. Tenía que justificar todo el esfuerzo y sacar las fuerzas de cualquier lugar. No había vuelta atrás.

Creo que fui uno de los pocos cubanos que contó con suerte al llegar a Uruguay. En dos semanas ya tenía el documento como residente temporario y podía presentarme a cualquier trabajo. Simplemente dije que quería trabajar. Nada más. Ninguna cosa política.

Cuando llegué casi no había cubanos pero más o menos para febrero empezaron a llegar y a llegar, y eso desencadenó una crisis. Entonces ahora, la cita que a mí me dieron de una semana para otra ante migración, la están dando hasta para seis o siete meses. No hay quien aguante así, porque todo es muy caro. Nada más en Montevideo la guagua vale 1 dólar y medio. ¡¿Tú sabes cuánto vale en Cuba?!

En febrero cumplí años. Lo celebré como si estuviera en casa. La gente nos miraba raro. Música y ron en la rambla. Y de comida bifes de cerdo con papas y arroz. Aún no como carne de vaca porque además de ser muy cara, no me siento bien comiendo algo que mi familia no puede comer. Cuando pienso en mi mujer me da tristeza y alegría a la vez, porque la quiero, pero también sé que las relaciones a distancia se destruyen. Por mi bebé sí estoy más tranquilo porque pase lo que pase siempre seré su padre.

Actualmente trabajo en un depósito, llevando y trayendo cosas a los clientes. Por suerte ahora es fijo, pero al principio trabajaba una o dos veces por semana y vieron que hacía bien las cosas y me propusieron quedarme. Trabajo de lunes a viernes de 10 de la mañana a 6 de la tarde. Gano 720 pesos uruguayos diarios, casi 25 dólares. Me da para el alquiler de la habitación en la pensión, para comer y moverme. Intento ahorrar, pero es muy difícil. Amigos en Santa Clara creen que es mentira esto de que todo es muy muy caro. Por ejemplo, en una comida puedo gastarme la mitad del salario. Mi meta este año es poder conseguir que me pongan en la lista laboral de la empresa con todas las prestaciones sociales, porque en este momento estoy en negro (no contratado formalmente). Si eso no pasa, me voy para Chile, que allá todo está mejor, eso me dice mi amigo y estando tan cerca vale la pena intentarlo.

La rambla de la ciudad, que es un malecón, pero de ladrillo, envuelto por un mar que realmente es un río. Foto: G. J. Rojas.

¿Sabes? Yo no quiero ser rico, esa no es mi intención de vida, solo quiero enviar una remesita y ayudar a resolver la situación de mi familia en Cuba, que está muy complicada.

En el trabajo, mis amigos uruguayos y venezolanos me dicen “Cuba”, pero a mí no me gusta. Yo me llamo Ernesto y punto. Cuba es un país, no una persona y si fuera una persona, pobrecita esa persona.

Me intriga el invierno, hasta ahora el clima ha estado bien, pero mucha gente me dice que cuando llega el frío se te mete en los huesos y no sale. Apenas llegue compraré una bufanda y un abrigo.

Una vez fumé marihuana, pero no me gustó. La verdad lo hice porque me presionaron y me dije ¿por qué no? Hay que probar y además aquí nadie te va a perseguir ni a joder por eso. Me llama la atención que las muchachas son muy serias y no se les puede decir nada en la calle. Yo no soy de decir cosas, pero en Cuba es muy normal que pasa una linda y tú le dices un piropo. Aquí una vez una mujer se viró y le armó tremendo escándalo a un señor que le dijo algo. Yo por eso ni las miro, aunque son todas muy lindas, eso sí hay que decirlo: son como de Europa.

Uruguay es un país agradable, la gente es respetuosa y amable, pero muy seria, no tienen un sentido del humor como el de nosotros. Aquí todo está bien, es estable, pero no es un país con mucha salida para los migrantes que no tienen documento. Yo les diría a mis compatriotas que no vengan más porque, aunque está bien, no es tan fácil como lo pintan. Pero bueno, eso es decisión de cada quien.

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