Vivir sola en Nueva York

Lidia Hernández.

Lidia Hernández.

Para mi primer aniversario de llegar a los Estados Unidos decidí regalarme una visita a Disneylandia. Fui sola, como había vivido la mayor parte de mis días en Nueva York. Tomé un montón de selfies, y una foto con Batman. ¿Será que entiendo mejor este país ahora?, pensé. Y en lugar de correr de una atracción a otra, comencé a escribir este ensayo sobre mi aventura de Alicia en Wonderland.

Llegar a Nueva York un año atrás, volar desde La Habana, fue en varios sentidos no solo un viaje físico sino uno en el tiempo. Fue llegar al futuro, y desafiar toda lógica conocida hasta ese momento. No vine tras el sueño americano, sino a estudiar una maestría en Periodismo en la City University of New York. Quería aprender cómo será el periodismo de los próximos 20 años. He terminado conociéndome mejor a mí misma a través de ese espejo.

La ciudad de NY tiene tantas raras bellezas. Si no la amas aún, es porque no entiendes su ritmo. Puedes ser la “loser” sin hogar, o puedes conseguir tu sueño. La ciudad te hace sentir que sí es posible conseguirlo. Si trabajas como un “bad hombre” puedes, indeed, ser lo que quieras ser. El mejor tú, como la sonrisa de la modelo en la pantalla gigante de Times Square, como el puente de Brooklyn con sus más de cien años.

Puente de Brooklyn. Foto: Lidia Hernández Tapia.
Puente de Brooklyn. Foto: Lidia Hernández Tapia.

Para eso viniste aquí, pues. Para aprender a desafiar cuanta certeza hayas aprendido antes de llegar. Comienzas a entender que existe un periodismo donde la gente comenta y destruye lo que el periodista y el político dicen. “You are a reporter, your job is to be aggressive”, dijo el profesor en la clase de radio del primer semestre. Es mi nuevo mantra.

Olvida lo que aprendiste antes. La noción de fotoperiodista de hace 20 años ahora ya no existe. Ahora se es periodista multimedia, o no se es. Cada momento es mejor mientras mejor sea su post en Instagram. Bienvenida al futuro.

En Nueva York viví la primera elección donde los ciudadanos votan por su presidente. Por vez primera una mujer podría haber alcanzado el puesto. Recuerdo la noche de las elecciones con el resultado que la mayoría de los neoyorquinos no podían creer. Fue el Times Square más lúgubre y desierto que puedo recordar. Esa noche esperé el discurso del presidente de los Estados Unidos afuera del Hotel Hilton, donde él estaba.

Quizá logro dibujar el mapa mental de la tierra de las oportunidades, y este lugar al que llaman la jungla de concreto. Amo la ciudad porque me ha dado las historias más increíbles: la chica cubana que llegó una noche a JFK (con una maleta a la que se le rompieron las ruedas) para estudiar una maestría en Periodismo. El cura que ha adoptado varias docenas de menores inmigrantes para evitar su deportación.

¿Mi persona favorita en NYC? Kenneth T. Brown, 53, afroamericano, residente del Bronx. En los años 80 consumía crack, luego estuvo en la cárcel. Cuando salió, consiguió empleo en una de las Torres Gemelas, hasta que perdió su trabajo el 9/11. Ahora se gana la vida tocando la melodía de Astrud Gilberto en el subway.

Al clarinete de Kenneth le faltan algunas teclas, como a su boca le faltan dientes. El día en que nos cruzamos iba camino al Bronx. Me miró con sus ojos extraviados de tanto crack. La densidad del aire cambia en el vagón del tren con su bossa nova. Kenneth se acerca y dice: “Who are you?” –con los ojos rojos y redondos. “I don’t know who you are. But smile!”.

¿Mi símbolo favorito de la ciudad? La irreverencia de las gomas de mascar en las aceras, negras del tiempo. ¿Lo más extraño? La gente que parece que habla sola mientras camina, pero en realidad habla por teléfono. ¿La experiencia más intensa? Ir los fines de semana a tomar fotos de protestas. Adoro esta libertad de protestar en la calle. ¿Qué me aterra? La posibilidad de que un día alguien ponga una bomba en el metro, descubrir la noción de que existe el terrorismo.

Aprendí que no se debe mirar a los extraños a los ojos. Y a googlear todo, antes de preguntar una duda. A beber café en las mañanas y a todas las horas que sea necesario. Que me gusta el Iced coffee, y que existe una app para casi todo. Que en su mayoría las mujeres aquí no cocinan a diario. Que mi identidad cabe para algunos en una cajita: soy una mujer latina en los Estados Unidos, y mi inteligencia puede medirse según la perfección con que me exprese en inglés. Y a pesar de los decretos presidenciales, hay una ciudad que mantiene sus puertas abiertas a los inmigrantes: refugees are welcome here.

Kenneth T. Brown, mi persona favorita de Nueva York.
Kenneth T. Brown, mi persona favorita de Nueva York.

También le he dado algo a cambio a mis colegas americanos. Un día alguien me preguntó en una clase dónde estaba en el mapa el enlace de Cuba con la masa del continente suramericano. Le dije entonces que Cuba era una isla. Un pedazo de tierra a pocas millas de la Florida, donde al final de todos los caminos está el mar. Es un país, le dije, donde al año se producen dos o tres películas, hay cinco canales de televisión y no hay McDonald’s, al menos no con ese nombre. Donde hemos visto Game of Thrones, House of Cards y casi todo Hollywood gracias al paquete semanal.

Justo el día en que cumplí un año de llegar a Estados Unidos, el 5 de agosto, me fui a cenar ramen sola en Los Ángeles. Mi sopa japonesa fue ese lugar seguro donde no importa de dónde vengo o qué acento tengo. Mi primer aniversario me agarró en LA, a donde viajé para hacer una pasantía con Emblematic Group, una compañía que hace historias periodísticas usando Realidad Virtual. Esos días en California fueron la revelación de que es posible hacer un periodismo con usted en el medio de la historia. Puede viajar dentro de una célula de ADN y tomar el lugar del personaje. Es la maravillosa sensación de que es posible recrear todos los mundos que la mente sea capaz de concebir. No hay modo de volver a ser la misma persona, ni querer contar historias igual que antes, después de esta experiencia.

¿Qué quiero hacer después de esto? Ya no es cool fundar una revista, ahora se hacen aplicaciones para celulares. Nueva York te hace sentir que nada es suficiente. No basta haber llegado hasta la ciudad si no dejas tu marca en ella, aunque sea grabando tu nombre en una pared del metro. Let’s go viral!

Hay una escena de mi vida en este año que me ha marcado. Conocí una monja budista para una historia en Corona, Queens. En nuestro primer encuentro Lianji dijo que vivía allí su retiro. Cuando regresé sin avisar a los pocos días, Lianji había salido. Estaba en Long Island, dijo por teléfono. Y hasta allá fui, sin saber qué esperar luego. La monja llegó a mi encuentro al volante de un VW, con su sonrisa pacífica intacta. Me invitó a tomar un smoothy de fresa en un McDonald’s cercano. “Time is not Money”, dijo. Me empeño en recordarlo.

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