¿Acaso no matan a los ciervos?

A Ismary, Gisselle, David, Diana, Leo………………….

Los amigos, ya lo sabemos,  se están yendo como los ciervos cuando presienten el olor de la pólvora. Se están yendo a un lado y otro, de una manera u otra, un día u otro. Aunque a uno le parezca siempre que arrancaron en una misma hora y del mismo maldito lugar. Los amigos se están yendo y uno juega a que lo entiende todo, a que correos, chats, facebook, se manifiestan también en el orden natural de las cosas. Y no hay nada que hacer. Escribir con toda la claridad posible sobre las causas, sobre el país, sobre los horarios de vuelo de Cubana es una misma cosa.

Está claro que a nosotros nos tocó una época menos dramática si se quiere, y por eso mismo más lamentable. Digo, quién se va  a acordar de las gomas que no hemos tirado al mar en el medio siniestro de ninguna noche. Quién va a escribir por ahí de las tablas que no hemos armado, de las balsas que no hemos hecho escondidos, sofocando el ingenio y el arrojo en ninguna parte. A nosotros, a nuestra generación, digámoslo de una vez, nos ha tocado una época infinitamente menos literaturizable. Nos ha parecido prudente sacrificar los tonos épicos para multiplicar el saldo cruento de las ausencias, y uno podría salvar las cosas diciendo que cada una de ellas (no, no es una baja, no crean que voy a soltar semejante atrocidad), que cada pasaje es en realidad y contra lo que pueda parecer, Odiseo buscando Ítaca desesperadamente. Que cada pasaje es Odiseo en la isla de los lotófagos y en la isla de Eolo, en la ciudad de los cimerios y en tierra de los feacios. Que cada pasaje, en suma, es un posible retorno. Pero no se puede sostener un país sobre la posibilidad del retorno.

Y el modo en que se sostiene o no un país necesita, además, un apartado, no un gran espacio, no, apenas una nota al pie. Pero una nota hecha al pie de cada pasaporte, para que las opciones no braceen tan escandalosamente en el jodido cariz de lo escaso. Sí, eso, una nota al pie de los miles y miles de tocororos y escudos y magníficos destinos turísticos que ahora se imprimen cerquita del nombre de cada uno de nosotros, como si fuese conveniente llevarnos, de paso, el mural de la primaria. O solo el mural, ya sabemos que puede ser cualquiera. 

El periódico, viernes 26 de noviembre de 2010: Las últimas estimaciones apuntan a que en Monfragüe sobran 8.000 ciervos y 2.000 jabalíes. (…) Una de las soluciones adoptadas es la caza de ejemplares. (…) Ecologistas de Extremadura criticó ayer estas prácticas, que calificó como monterías, y solicitó otros métodos (como la reintroducción del lobo) para controlar las poblaciones de ciervos y jabalíes. Bajo su punto de vista, estas acciones cinegéticas suponen un riesgo para las especies protegidas de Monfragüe y perjudican el interés turístico y ornitológico del parque.

En realidad yo no he querido hablar de esto. O al menos no he querido hablar de este modo. Yo quería hablar del amor y de los amigos, ¿recuerdan? Lo dije arriba. Sí, empecé así, diciendo que los amigos se están yendo como los ciervos cuando presienten el olor de la pólvora. Y esa, me parece, es de antemano una certeza bastante cobarde. Y no decimos nada porque, por alguna razón, nos ensamblamos con una exquisitez terrible en ese mecanismo. Es casi una liturgia: llegamos al aeropuerto, insultamos el sistema, las vallas infames de Boyeros, soltamos algunas lágrimas, compramos un refresco y en la noche, con un poco de suerte, largamos un poema rabioso. Luego lo olvidamos todo. Porque es normal y porque otra cosa, cualquier otra cosa, excede nuestra capacidad de resistencia.

Y si uno se acostumbra  a estas rutinas en la misma medida en que no se acostumbra a ellas, no hay mayores contrariedades. Todo está bien si pensamos que tres o cuatro amigos dejaron el país en los últimos años, en los últimos dos años, por ejemplo, y que no hay nada que hacer, o que hay poco que hacer. Y también, les digo, todo está bien si unos segundos después pensamos que estos tres o cuatro amigos dejaron el país en los últimos dos años y que es una mierda, que las cosas deberían ser de otra forma, que algo, en efecto, nos trasciende depravadamente. Es un punto debatible y, como todo lo debatible, es también un punto cómodo. Un punto que no exige demasiado razonamiento o demasiado compromiso, ni siquiera demasiado tiempo. Cada uno tiene una respuesta en el cerco de los dientes y si uno presta oído se percata de que son respuestas bastante elocuentes, disertaciones macizas que, sin embargo, por algún motivo no alcanzan. Ahora bien, lo otro, lo otro es la brecha que se abre cuando uno va caminando por ahí, bajo las explanadas de luz que son todos los rincones de La Habana a eso de las seis o las seis y media de la tarde, y deja de pensar y empieza a intuir que unos metros atrás ha dejado alguna especie de equilibrio, que la nostalgia y la racionalización son antípodas peligrosas si se encuentran, digamos, en el cruce exacto de dos calles, si chocan de manera inesperada e inexplicable, sin artificios. Porque entonces uno puede meter la mano, meter la mano sin sacar nada. Pero la mano, ya lo sabemos, invariablemente sale sucia.

Diario de León, martes 10 de abril de 2012: El proyecto Life+ Urogallo Cantábrico va a poner en marcha una serie de medidas para mejorar el hábitat de esta ave y  reducir el número de competidores naturales, esencialmente el de ciervos. (…) El número de ejemplares a abatir, que se debe determinar, “se incluirá en los cupos de caza de las reservas de caza, con lo que podrán ser abatidos por los propios cazadores” o “se designarán días de caza específicos para abatir dichos ejemplares”.

Los correos, los chats, facebook, tienen ventajas incontrastables. Realizan el milagro de la ternura a perpetuidad. Pero el milagro de la ternura a perpetuidad, se entiende, no vale con tanta agua por el medio. Los correos, los chats, facebook, cierran los ojos, cuelgan un sticker, te chupan la conexión. Y sigues de este lado sin nada, viendo que tienes más gente activa en la computadora de las que pudieras llamar ahora mismo para sentarte en cualquier parte y hablar algo, hablar de lo que sea. O coger y no hablar, recostártele nada más en los pies y pensar que se siente bien todavía, pensar con toda la candidez del mundo ¡dios mío! que por ahora han escapado del engranaje.

Llegados a este punto hay que aclarar que la historia universal de las migraciones o la historia contemporánea de las migraciones no nos asiste en modo alguno, porque eso sería trocar el fenómeno y sumar otros individuos de otras razas, de otras lenguas. Pero aun cuando nos atreviéramos a tanto, aun cuando el  fenómeno nos excediera, el saldo seguiría siendo intransferible. Y el saldo de las cosas es la historia de las cosas. Y la historia nuestra no solo será infinitamente menos literaturizable, que quiere decir infinitamente menos hermosa, sino también infinitamente más aborrecible. Y ya sabemos cómo da tumbos la historia con todo lo aborrecible a cuestas, cómo recoge de aquí y de allá y se cambia de brazos los sacos. Y sabemos, sobre todo, cómo se cansa de esos pesos y los sepulta por ahí, en el primer cronómetro trucado que encuentra. Nosotros, reconozcámoslo además, no deberíamos darnos un lujo de ese tipo porque estamos condenados de antemano. Si no piénsenlo un momento: nadie menciona jamás una década como la nuestra. La gente habla de la primera década del siglo, o de los años 20, o 60 o 90. ¿Pero cómo les dice la gente, digamos, a los años 1512, 1714, 1815? No, no vayan a decir ningún disparate porque la gente no les dice de ningún modo. Está claro, se les podría decir de muchos, pero no se les dice de ninguno (a quien le sirva los ´años 10, con gusto puede quedarse con eso). Y es ahí donde redoblamos nuestra comodidad, nuestra desquiciada parsimonia, si en cualquier caso no vamos a contar. La fe que no hemos perdido en ninguna cosa porque no la hemos tenido nunca en ninguna cosa -sin evocar desgarramientos que no son nuestros-,  la desidia que nos corroe inexorablemente, nos colocan en el centro de nada. Y pensamos que en el centro de nada quiere decir a salvo de todo, pero en el centro de nada quiere decir, me parece, a cargo de todo.

Ya vamos entendiendo que el país, a la larga, no es el deseo de cada uno ni el temor de cada uno. Pero en algún punto, por más remoto que sea, el país tiene que ser cada una de nuestras voluntades individuales. Aunque a nosotros nos parezca que el país son nuestras angustias, nuestros rezagos, nuestra interminable decepción. 

Ideal.es, jueves 19 de septiembre de 2013: Asaja en Jaén ha solicitado a la Junta de Andalucía que “autorice urgentemente” batidas de ciervos para controlar la superpoblación de éstos animales (…) A su juicio, sólo se persigue solucionar un problema de forma respetuosa con el medio ambiente, “como se ha hecho siempre”. Las batidas siempre se practican de una forma controlada por parte de las asociaciones de cazadores. En este sentido, ha aludido a “experiencias anteriores con éxito”.

Los amigos, les decía, se están yendo. No digamos ya como los ciervos[1], no digamos como nada. Los amigos se están yendo en una línea y punto. El resto, las causas, los horarios de vuelo de Cubana son una misma cosa.


[1] En Wikipedia se lee claramente: “La mayoría de los ciervos posee una glándula cerca del ojo que contiene feromonas, sustancias que les sirven para marcar su territorio“. Pero ya lo dice Wikipedia, esa es solo la mayoría. La mayoría que es siempre tan poca cosa. El resto, todos los otros ciervos, tienen que agenciarse alternativas desesperadas porque nacieron sin glándulas, porque intuyen que el territorio no es propicio. Y hasta aquí parece una cuestión elemental de distribución genética. Pero ya nos han alertado de lo pernicioso que puede resultar hacer caso a todas las fabulaciones de Wikipedia.

 

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