La primera maestra ronera de Cuba

La primera maestra ronera de Cuba. Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida

La primera maestra ronera de Cuba. Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida

Ya no serán solo siete. Ya no serán solo hombres. Los mitos que envolvían al movimiento de maestros roneros desaparecieron esta semana cuando el cuarto Coloquio Internacional Científico Técnico del Ron Ligero reveló a la primera maestra ronera de Cuba, a la primera mujer en alcanzar esa condición que hasta ahora solo había estado en manos de hombres cuidadores de los secretos y misterios de una tradición centenaria.

Salomé Alemán Carriazo se ha ganado el título por derecho propio y asume el reto con muchísimo entusiasmo pero también con un poco de susto: “Cuando lo piensas bien te dan ganas de morirte, yo tengo un miedo enorme, por eso toma tanto tiempo la preparación de un maestro, el camino recorrido antes de llegar hasta aquí, porque hay que interiorizar donde uno está metida. Este es un movimiento muy serio, al que te están permitiendo entrar, tener acceso a determinadas informaciones y donde hay que demostrar confianza, discreción”.

Desde hace más de veinte años, Salome labora como tecnóloga en la Ronera de Santa Cruz del Norte, actuando en los procesos de fermentación, añejamiento y elaboración de los rones blancos. Allí la atraparon los secretos de los barriles y la vista del mar que rodea a la fábrica. “Hay cosas que te llegan, creo que era mi destino. Cuando me gradué de Ingeniería Química me dieron la única plaza que había para Santa Cruz, y para allá fui a pesar de que me quedaba muy lejos de la casa. Al inicio pensé hacer solo los dos años de servicio social pero la vida me hizo quedarme. Me enamoré de la fábrica, me enamoré del mar. Es una fábrica antigua con muchas tradiciones, con un gran proceso de deterioro también, pero como toda obra grande tiene la majestuosidad de brillar aun en decadencia”.

Para llegar a ser maestra ronera hay que transitar antes por un camino largo, es un proceso de aprendizaje continuo y real que parte de conocer muy bien los procesos de la industria del ron y haber trabajado en ellos de forma operativa: “Hay que demostrar primero habilidades, conocimientos y luego si los maestros consideran que cumples también con determinados valores humanos que son importantes en este medio, te catalogan como maestra aspirante y ahí empieza otro trayecto que culmina cuando alcanzas la categoría máxima”, explica Salomé en esta entrevista exclusiva con OnCuba.

¿Cuánto compromiso te crea esa condición?

“Me interesa sobre todo no defraudar a los trabajadores de mi empresa, quienes me decían Maestra antes de serlo, esas personas que llevan muchos años laborando y te llaman así porque confían en ti, porque eres la garantía de que esos rones seguirán progresando. Uno enseña todos los días, y aprende en la misma medida, porque esa gente no sabe explicar quizás la ruta metabólica de la levadura, pero te dice, huele esto y haz tal cosa. Y no se puede desoír eso, por el contrario, hay que confiar mucho en ello”.

“Y al mismo tiempo implica también una responsabilidad muy grande porque tienes en tus manos el futuro de la fábrica, eres una persona que el director tiene al lado, un especialista de alto rango y no puedes equivocarte, porque uno se apoya en estudios de mercado, pero a veces las tendencias cambian de repente y uno tiene que encontrar una variante para salvar la situación”.

Salome prefiere el ron blanco aunque no deja de apreciar las maravillas de los buenos extra añejos, fundamentalmente de la línea Santiago de Cuba, “pero para mí consumo, mejor los blancos”, confiesa. “Estoy soñando ahora mismo con hacer un ron más cercano a la tendencia de nuestra ronera, que sea blanco pero con potencialidades fuertes o un añejo con características bien definidas”.

Los rones blancos generalmente se utilizan en la coctelería, acaso por eso quizás alguien los pudiera considerar inferiores, pero a Salomé no le molesta trabajar en esa dirección: “Lo que sí me preocupa es que le quiten el valor a mi producto. Hay quienes incluso preparan los cocteles con bebidas añejadas, y eso para mí no es un sacrilegio ni mucho menos, en ese caso lo que me interesa es que se reconozca el valor agregado del coctel porque tiene un ron añejado y eso lo distingue de otros. El punto es: dele valor a mi producto y haga con él lo que usted quiera, pero no me lo despretigie porque uno invirtió tiempo, esfuerzo, dinero y tradición para lograrlo. O sea, hay que mantener las tradiciones y las características que tiene el producto, pero no limitar el uso que cada quien quiera darle”.

Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida
Foto: Alain L. Gutiérrez Almeida

Ahora con dos maestros dentro de la empresa (Salomé Alemán y Juan Carlos Delgado) la Ronera Santa Cruz —dedicada fundamentalmente a la producción de los rones de la marca Havana Club 3 años y la entrega de aguardientes al sistema corporativo— emprenderá también nuevos proyectos:

“Santa Cruz está cambiando mucho. La gente a veces no comprende lo que significa trabajar para una marca tan grande como Havana Club. El resto de las fábricas no tienen los mismos compromisos productivos que nosotros, además de que somos una empresa joven: Como destilería se originó en 1919 pero como elaboradora y embotelladora de productos trabajamos hace 42 años, a diferencia de Arechabala y Santiago de Cuba que comenzaron desde 1868, por eso conservan esas bases tan viejas; no obstante Santa Cruz cuenta también con una importante tradición ronera”.

¿Cuál fue el producto más elaborado que hizo la fábrica?

“Santa Cruz llegó a tener más de 20 marcas. Hizo maravillas como los rones Caribbean Club, Varadero, Legendario, Santa Cruz con sus tres variantes de blanco, oro y añejo. Esa es justamente la marca que estamos tratando de retomar ahora; tenemos un proyecto para comenzar a producirla otra vez, buscando no tanto la competencia en cuanto a niveles de producción, sino rescatar nuestra propia tradición”.

¿Bajo qué criterios se diseñan los rones?¿Hay rones pensados para mujeres y para hombres?

“Primero que todo el ron se diseña para satisfacer un mercado, uno no hace un ron porque quiera. El ron tiene que ser sostenible. Tiene que ver con la capacidad de bodegas que se tengan, con las demandas del mercado para poderlo mantener,  porque no consigues nada con lanzar determinado producto y que después no puedas replicarlo de la misma manera. El éxito radica en que el cliente perciba ese sabor nuevo que le estás dando y puede encontrarlo siempre del mismo modo; un ron no puede tener una variabilidad sensorial, porque se diseña para un sector de ventas de la marca a la que pertenece. Luego uno como creador también se da el gusto de hacer algo personal, dentro de nuestra línea de deseo, pero buscando que el gusto propio responda al gusto de los demás.

“En el caso de las mujeres, la mayoría prefiere las graduaciones alcohólicas por debajo de los 40 grados, que es más aceptable al paladar. También gusto mucho de los licores por su dulzura, pero no es algo absoluto porque existe una gran cantidad de mujeres bebedoras de ron. Depende mucho de la idiosincrasia, del lugar. No es lo mismo tomarse un ron en Guane que en Santiago de Cuba… Hay culturas, hay cuestiones propias del lugar que inciden en la preferencia de determinada bebida, por eso más que nada los rones se encaminan hacia sectores poblacionales”.

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