Dijo llamarse Roberto, pero yo no le creí

José Martí

José Martí

Amanece sin sol. La Playita de Cajobabo está revuelta. El oleaje, intranquilo, anuncia que “algo” está por suceder. Varias centenas de personas vigilan el mar y esperan… Están entre ellos los especialistas del Museo de Jiguaní, en Granma, que llegaron hasta el municipio de municipio de Imías, en Guantánamo, para compartir por décimo novena vez todo lo que conocen sobre José Martí.

De pronto, las miradas se centran en un pequeño bote que, con lentitud, se acerca a la orilla. Viene cargado de jóvenes. Son seis. Tres banderas navegan con ellos: una del Movimiento 26 de julio, otra de la UJC, y la de la Estrella solitaria, que está en manos de un hombre con traje negro y de mirada firme. La frente ancha y el espeso bigote revelan que, como parte de la reedición de lo ocurrido allí el 11 de abril de 1895, se trata del Apóstol Nacional de Cuba.

Asombro multiplicado: Es la primera vez desde 1995 que el desembarco es protagonizado por una generación que no pasa de los treinta años y entre ellos, una mujer. También es nuevo que quien interpreta a Martí, físicamente, se parezca tanto a él.

Lo miro mucho, fijamente, sin disimulos. Es como una aparición, o el mismísimo Apóstol llegado desde el siglo XIX para explicarnos -sin discursos de por medio- lo que hizo y por qué aquella noche húmeda y difícil de un abril hace 118 años.

Espero a que termine el acto (mi deber de periodista lo exige) y me escabullo entre la mucha gente que lo busca para fotografiarse junto a él, que lo toca, que le pide un beso… como si se tratara de algún hombre famoso. Aunque, pensádolo bien, Martí es el más fomoso y universal de los cubanos.

Radio Rebelde lo atrapa primero. Llego yo. Después, tarde como casi siempre, se nos une la Televisión.

José Martí Foto: Lorenzo Crespo
José Martí
Foto: Lorenzo Crespo

De pronto, rompió a llover y se me acabó la entrevista. Lo dejé allí, entre la gente que no cree en aguaceros cuando ve algo impresionante y me fui, con mi peculiar entrevista. Luego busqué Roberto Albellar Hernández en Internet y, ¿adivinen que encontré?, pues nada’o casi nada.

Todo lo que leo, y veo, de Roberto es a Martí. Por tanto, y para bien de mi espíritu incrédulo, diré que el actor a quien observé hoy bajarse de un bote en Playita de Cajobabo no es más que un soplo de poesía martiana sobre el semidesierto cubano, uno más de los tantos que desde el arte reviven al Apóstol y lo hacen muy bien.

 

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