Michael Jackson tres veces en mi casa

Einstein era negro, delgado. Tenía nombre de genio, mas era bailarín. Su largueza facilitaba las cosas cuando nos hacía la demostración del último pasillo de Michael.

Un día dobló las rodillas, se detuvo aquel instante mágico en la punta de sus pies. ¡Michael Jackson estaba en nuestra aula! Sólo tenía un rival: los aviones. Soñaba ser piloto, pero una invisible lesión ocular le devolvió a la tierra, y ya no hubo sombras para el rey.

Le enseñé cierta revista que se ensañaba con Michael Jackson y su matrimonio. “Observen como la mano de Michael es más blanca que la de la Presley”, decía. Ni así pude sacarlo de sus casillas. Mi amigo nunca miró su piel. Su Michael estaba por encima de todo. Ninguna crítica podía tocar a su ídolo.

―Es la envidia. No lo perdonan.…

Un día, Einstein se aventuró hasta mi casa. Mi cuñado Santiago me robó su atención. Se enrolaron en una conversación sobre el menor de los Jackson en la que era imposible poner una palabra. Fue la primera vez que Michael estuvo en casa.

Se levantaba de la arena en la sala faraónica. Giraba y aparecían los mil rostros. Pateaba y los árboles regresaban de la tala, los elefantes se sacudían el polvo de la muerte.

En silencio, sin que nadie me viera, intenté captar aquel pasillo en que caminaba hacia atrás. Me empeñé, pero ni así. En venganza me aprendí la canción de Los 46: We are the World. La aprendí como pude.

Michael siguió en la cresta de la ola. Mi amigo buscó mundo, el que le había señalado su ídolo, pero mi sobrino Esteban encontró en él la inspiración. Las sesiones de Esteban ocupaban las reuniones familiares. El sombrero se inclinaba, el giro violento, la mano hacia abajo…

Del círculo íntimo salió a los teatros, ha cosechado aplausos y premios con su propio estilo, pero Michael anda agazapado en su médula, todavía.

A su sombra, creció Marcos, hijo de mi sobrina. Ahí lo tengo grabado en el portal, con su chancleta volando, en plena contorsión. Es la tercera generación de sus adoradores…

Michael Jackson se fue, así no más, un día de 2009. A los 50 años. Y nada ha sido igual.

Hace poco volvió, en los Premios Bilboard. Le hicieron bailar desde una proyección holográfica. No quieren dejarle ir. No pueden dejarle ir. No se puede.

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