No todos vieron a Chanel

Foto: Calixto N. Llanes

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Son casi las seis de la tarde. En la calle paralela al Paseo del Prado en la Habana Vieja no hay mármoles que pulir, hay zanjas de agua sucia al borde de la acera y montones de escombros permanecen en medio de la vía. Dos carretilleros venden los primeros mangos de la temporada, mameyes y frutabombas maduras. Dos mujeres y un hombre comentan en una esquina sobre los precios topados en los mercados agropecuarios. Una de ellas compró hoy unas malangas a 3,50 la libra.

Un cordón de policías explica a tres muchachas extranjeras que el paso está cerrado, porque apenas una cuadra más allá dentro de algunos minutos comenzará el primer desfile de la casa de modas Chanel, en Cuba y Latinoamérica. Un español vestido con camisa y pantalón blancos, zapatos rojos, quiere saber por dónde es la entrada para los que sí tienen invitación al evento. Él no tiene, pero un amigo suyo sí, dice. Otro español con una camiseta de Playboy se voltea a mirar cómo mueve las nalgas una mulata que acaba de pasarle por el lado.

Foto: Calixto N. Llanes
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Tres colombianas han venido a La Habana para ver la pasarela de Chanel. Una de ellas, Michelle se llama, tiene un blog sobre temas de moda. Cuando se enteraron de que Karl Lagerfeld escogía la Isla para presentar su colección Crucero 2017, no lo podían creer. “Si no lo vemos en París, nos vamos a Cuba”, dice. “Después de esta seguro se retira”.

Foto: Calixto N. Llanes
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“¡Qué Chanel, ni qué Chanel! Si aquí nadie sabe lo que es eso”, dice Carmen, que vive allí en un edificio.

En un balcón hay tres banderas: una cubana y las otras de Francia y Estados Unidos. En los balcones del frente, una pareja de ancianos trata de distinguir a lo lejos los movimientos de los hombres vestidos de traje y pajarita, el ir y venir de muchachas delgadas y blancas, que preparan el escenario del Káiser de la moda.

Foto: Calixto N. Llanes
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“Esto sí que es una falta de respeto”, dice en el medio de la calle una mujer vestida con un short y un pullover amarillos, chancletas, sin ajustador. “Que este pueblo que es tan culto, uno de los más cultos de América Latina, no pueda ver el desfile de Chanel”.

“Ay, Carmen, no cojas lucha, ya nos enteraremos ahorita de lo que pasó”, le responde otra que está parada a la entrada de una casa en la acera del frente.

Foto: Calixto N. Llanes
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Al lado de unas persianas de madera, un hombre está sentado en el muro de un paso de escalera. Tiene bigote y la mirada perdida. En un cordel hay unas ropas tendidas para que se sequen.

“No se puede pasar. Esa es la explicación que hay”, repite una mujer que participa en la organización del desfile. Alguien dice que nada más repartieron 160 entradas para los invitados.

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En su propio barrio, muchos habaneros se quedaron hoy con las ganas de ver el desfile de modas. La televisión y los periódicos estatales tampoco entendieron necesario decir nada del evento. Es La Habana, la Cuba de las contradicciones: Chanel llegó, aunque para muchos nunca estuvo.

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