Museo Nacional de los Malos Recuerdos

Corre el año 3520: ya Cristo vino y se volvió a ir, y Cuba es el país más desarrollado de la Unión Americana, que contrata mano de obra europea y exige medio bosque de papeles imposibles para dar visas temporales a la gente de esa región. Los cubanos andamos contentos por las calles, y como estamos desarrollados tenemos tiempo, ganas y posibilidades de visitar lindos museos, entre ellos el “Museo Nacional de los Malos Recuerdos” o “MNMR”… porque ni piensen que se nos ha quitado la manía esa de ponerle siglas a todo…

El MNMR está ubicado en Ciudad Occidente, ocupa todo un edificio de 150 pisos y se divide en salones. El primero es el Salón de Armatostes: al entrar se puede ver, colgando del techo como esqueleto de dinosaurio o ballena disecada, una carrocería de camión de porteador privado, que en su tiempo fuera conocido indistintamente como “camión de a peso” o “silla eléctrica cubana”. Asimismo cuelgan un carro-termo de cerveza, una estrella itinerante de carnavales y los equipos trasmisores de la señal de la TV cubana de cuando en la Isla no existía siquiera la ya obsoleta televisión digital.

Entre otros medios de transporte público, aparece el tren regular con interiores ambientados a la época: modelos mecánicos de cucarachitas alemanas, nativo del antiguo Oriente que viaja sin camisa, suda y estornuda sin taparse la boca, policía descarado que le quita el café a los pasajeros porque en su casa no alcanza el que le toca por la cuota, y conductor corrupto que revende boletines a estudiantes universitarios, … todo como mismo fuera en sus tiempos de activo fijo tangible de la empresa Ferrocarriles de Cuba.

Luego se accede al Salón de Inútiles del Hogar, donde se muestran televisores Krim y Panda, radios VEF, lavadoras Aurika y bateas de campo, cocinas Piker y eléctricas chinas, ventiladores Órbita, planchas, y otros electrodomésticos. Curiosamente todos los ejemplares en exposición aún funcionan en mayor o menor medida, y una empleada del museo anima a los visitantes a darles un trastazo cuando fallan para revivir el ambiente natural en que esos equipos estaban.

Entonces viene el Salón de los Muchos Poquitos: hay rodajas de mortadellas verdosas, pedacitos de muslos de pollos, tronchitos de jurel, una bolita de pan sin grasa, una latica de chícharos naturales y otra de chícharos tostados y molidos, un litro de un agua blanquecina bastante parecida a la enjuagadura de leche que no sabemos exactamente qué papel desempeñaba en la nutrición de los cubanos de antes, y por supuesto, una libreta de abastecimiento con la cual el Museo pretende demostrar que ni engaña ni exagera.

Más arriba está el Salón de Tarecos Feos, que exhibe una réplica exacta de lo que otrora fuera conocido como Tienda de Productos Industriales, donde se vendían artículos para suicidas, o relativos a la muerte y la desesperación tales como: tela negra, veneno (nitrofumán), taburetes (sillas forradas con pieles de chivos y carneros muertos), sogas, cuchillos, clavos, hachas, machetes, hoces, alambre de púas, pulóveres desbembados previamente desechados por gordos australianos, jabones que provocaban picazón, pasta dental químicamente pura (sin olor, ni sabor, ni efecto), y cosas así.

Después viene el Salón de Tecno-comunicaciones Impostoras. Allí se observan tarjetasNautas y comprobantes de acceso a Internet, procedentes de los tiempos en que una sola empresa* monopolizaba todos los servicios de telecomunicaciones en Cuba, los cuales, para colmo, eran extremadamente malos y caros. Hay igual una muestra que contiene celulares, cupones de recarga y piezas y cables comercializados por dicha empresa, todo con su correspondiente identificador de precio.

En una vitrina a un costado se exhibe una maqueta ilustrativa de cómo eran los diarios impresos de la época, uno rojo y otro azul, y un cintillo informativo explica porqué no existe ningún ejemplar original: todos fueron quemados para obtener energía calorífica, o utilizados como papel sanitario durante una crisis muy dura que aconteció entre los años 2020 y 2050. Junto a la vitrina se aprecia un arcaico prototipo de computadora Hanel, que desliza por un monitor varias portadas de blogs cubanos del siglo XXI y perfiles de personas naturales en Twitter y Facebook, que al parecer no eran administrados por personas, mucho menos naturales.

El último piso— el más visitado del Museo— corresponde al Salón de Unanimidad y Decretos. Se expone allí una silla donde alguna vez se sentara un miembro de la Asamblea Nacional del Poder Popular, y en el cintillo informativo se lee: “Desde esta silla, y desde otras como esta, nunca se escuchó una voz que objetara algo”… se le conoce también como “la silla de los bostezos”. Del mismo modo la sala acoge un archivo gigantesco de leyes, decretos, circulares, cuadrangulares, estipulaciones, cañonas de jefes, y hasta cabronadas sin respaldo burocrático, que fueron el pan diario de la institucionalidad de la Cuba antigua. También prohibiciones y “nosepuedes” que rayaban en la estupidez humana más absoluta. Puede verse, por ejemplo, una Constitución que reconoce el derecho ciudadano a la libre locomoción por todo el territorio nacional al lado de un Decreto que prohibía a los habitantes del Oriente andar por la libre y/o sin debidas justificaciones en áreas de la vieja ciudad capital.

Otros documentos del archivo muestran como una empresa protectora de flora y fauna, la única que había entonces, con estatutos y misión lógica de proteger la flora y la fauna, alentaba y autorizaba la creación de vallas para peleas de gallos (aves de corral hoy extintas), y se obsesionaba con carísimos caballos de raza mientras le importaba tres pepinos el estado lastimero en que por muchos años estuvo la fauna urbana del país.

Al final del último piso, un cartel aclara que por falta de espacio no había sido posible añadir salones como el de Ingeniosidades Inservibles, o el de Propaganda Repulsiva y Educación Popular Contraproducente, o el de Publicidad Iletrada por Cuenta Propia, o el de Vergüenzas de Aeropuerto, etc, etc, etc. Sucede que en el Ministerio del Medio Ambiente de la Unión Americana prohibieron la construcción del edificio de 1200 pisos que proponía el proyecto original del Museo, porque consideraron que la acumulación de malos recuerdos no debía, de ninguna manera, acercarse tanto a las nubes, reservadas únicamente para ilusiones del futuro.

*“La que no puede ser nombrada”: Las leyes morales de los habitantes del país prohíben mencionar el nombre de esa empresa sobre suelo nacional, por los siglos de los siglos… incluso en el caso poco probable de que la Isla dejara de llamarse Cuba.

Publicado originalmente por Alejo 3399

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