De la sal quiteña y el azúcar habanero

Como buena cubana y específicamente habanera, el humor siempre ha sido una parte muy importante de mi vida, tanto para alegrarme en los momentos de tristeza, como para hacer amistades, romper el hielo y muchas cosas más. Siempre pensé que el compañero que eligiera para compartir mi vida tenía que ser, entre otras cosas, un hombre que me hiciera reír y así fue.

Conocí a Marco en el ISA, estudió lo mismo que yo y actualmente trabajamos juntos también. Estoy convencida de que una de las cosas que nos ha mantenido juntos contra viento y marea, es nuestra capacidad de reírnos ante las dificultades. Claro que su sentido del humor es distinto al mío, pues Marco es ecuatoriano y quiteño de pura cepa, lo cual no ha representado una barrera para nuestro entendimiento, mas bien ha sido un delicioso complemento de tradiciones, costumbres y aprendizaje.

Al terminar la carrera vinimos juntos a Ecuador, un país maravilloso lleno de diversidad natural, cultural y geográfica; un verdadero paraíso para los que vivimos sedientos de conocer cuanto podamos en esta vida y que vemos a los seres humanos como obras de arte individuales y auténticas con mucho para brindar. Quito sin dudas, es la realización más pura de este deseo.

Claro que al principio fue difícil adaptarme a este lugar, yo venía con mi carácter extrovertido y mi lenguaje desnudo, sincero (característica intrínseca de un habanero), a una cultura de gente respetuosa que te dice siempre buenos días, gracias, hasta luego y que tratan todavía de guardar las etiquetas y apariencias lo más que puedan. El truco fue sacarme de la cabeza el chovinismo del emigrante, al que la nostalgia le hace creer que todo lo que dejó atrás era mejor y tratar de encontrar las similitudes, de entender que este carácter quiteño, tan distinto al nuestro no es un defecto, sino una riqueza diferente, tan fascinante como la nuestra.

Fue así que poco a poco volvió el recurso del humor a ser mi aliado para romper el hielo; usando la desfachatez y sinceridad caribeña logré arrancar sonrisas que se tradujeron en confianza y cariño. Comenzaba a aflorar ante mis ojos, en mis amigos y familiares de este lugar, la llamada “sal quiteña”. Este concepto, según lo que he podido apreciar, es una de las principales tradiciones criollas de la ciudad; una válvula de escape para liberar tensiones y hablar de temas que en una conversación seria no se deben ventilar. Primero hay que comprender que Quito tiene una gran tradición religiosa, de la que se han derivado varias censuras y prohibiciones que todavía perduran en la mentalidad de sus habitantes, a pesar de que las generaciones más nuevas están tratando de romper con esas barreras y de abrirse cada vez más. Así es como surge este sentido del humor, como un pretexto para el doble sentido, para burlarse de estas mismas tradiciones y poder hablar de sexo, por ejemplo, tema que aún se trata a puertas cerradas, con mucho cuidado de lo que puedan pensar los demás.

Como dice el dicho: “la necesidad es la madre del invento”. A nosotros las necesidades materiales nos hicieron utilizar el humor como un medio para relajar, para criticar lo que no se puede. Recuerdo que en pleno período especial alguien llevó a mi barrio un casete del grupo humorístico Punto y Coma y nos reunimos varios vecinos a escuchar en una grabadora, con el volumen bien bajo, esos chistes  y canciones que hablaban de nuestra cruda realidad, de todo lo que teníamos ganas de gritar a los cuatro vientos. Terminábamos riéndonos de las pizzas de condón, del camello, de la masa cárnica, la pasta de oca, la falta de papel higiénico, etc. Yo era pequeña todavía, pero recuerdo clarito que para mi mamá ese casete representaba una salida efímera al gran problema que era conseguir algo para comer.

Aquí es diferente, la comida no escasea, de hecho, estalla a borbotones y a precios muy asequibles, la gente trabaja de sol a sol y puede vivir decentemente con su salario, los temas políticos se hablan sin miedo y libremente. Pero el tema de las relaciones sexuales y humanas, de las férreas tradiciones religiosas y “curuchupas” (solapadas, hipócritas) que abundan en esta sociedad se expresa a través del humor. A través de recursos inteligentes en el lenguaje que me recuerdan a las décimas picaronas de mi tierra, se genera un humor fino, incisivo y absolutamente divertido, que al mezclarlo con el “azúcar habanero”, que no tiene tapujos y utiliza las palabras como son, con todas sus letras, produce una mezcla increíble, que le da otro sabor a lo cotidiano.

Uno de los personajes sobresalientes en el humor quiteño es Carlos Michelena, o como todos le dicen, “el Miche”. Es un comediante callejero de una capacidad histriónica impresionante que hace su acto al aire libre, sin censuras ni filtros de seguridad, lleno de buen gusto y picardía. Michelena atrae a cientos de personas que se identifican con los temas que trata en sus monólogos, en los que describe y satiriza lo cotidiano, desde asuntos graves de máxima importancia hasta los más simples y mundanos. Incluso la política pasa por su acto y de manera divertida y suspicaz, salen a la luz los temas de los que nadie quiere hablar, pero todo el mundo los conoce.

Hace unos meses, en medio del proceso electoral de alcaldes, concejales y prefectos, Michelena sacó una serie de sketches (videos humorísticos cortos) en su página de Facebook titulada “Los En-redes del Miche”. En ellos, interpretando a una típica quiteña chismosa, criticaba las meteduras de pata de los alcaldes vigentes en ese momento (sobre todo del alcalde de Quito) y se burlaba de las promesas que los candidatos hacían con tal de conseguir el puesto. Los videos tuvieron gran acogida entre la gente y además de hacernos reír a carcajadas, nos aclararon la mente sobre la decisión que debíamos tomar en la urnas, manifestando así otra de las funciones que desempeñan los comediantes: generar conciencia mediante su arte.

El humor es una muestra de que la diversidad es buena, pues el mundo sería aburrido si todos fuéramos del mismo país, si hubiéramos crecido, sufrido y reído de igual manera. Es solo una de las aristas que nos asemejan, que nos acercan a los otros y nos permiten mezclarnos. Cuando viajé a Cuba en junio del año pasado, por primera vez desde que me fui en el 2010, tuve la oportunidad de conversar con muchos cubanos en el avión y tristemente, me di cuenta de que ninguno de ellos conocía realmente este país, no porque no hubieran visitado sus principales sitios turísticos o probado la comida típica, sino porque no se abrían a su verdadera esencia. Quizás es porque la mayoría de ellos trataban todos los días con otros cubanos, habían venido con familiares o amigos y no tenían la necesidad de adaptarse a esta cultura. Pienso que la verdadera causa es el enorme amor propio que tenemos los cubanos, que nos lleva a pensar que somos superiores a los demás habitantes de Latinoamérica, sobre todo de Sudamérica, y a subestimar o ignorar las cosas buenas que podemos aprender de ellos. Yo vine con mi esposo quiteño, su familia me acogió maravillosamente. Me fui a trabajar con quiteños y logré que me acepten como soy, con esa maravillosa cualidad de ser cubana, con respeto y entendimiento, sin pretender cambiarlos a ellos ni aceptar tampoco que me cambien a mí.

Creo que es válido ser una especie de embajador de tu cultura en otras tierras, llevar contigo tu herencia a donde quiera que vayas, pero es igual de enriquecedor sumergirse dentro del mar de tradiciones que nos ofrecen otros lugares, sin que esto nos deforme y nos vuelva alguien que no somos.

Adoro y extraño inmensamente Cuba, pero ya no puedo vivir tampoco sin mi Quito querido. En este punto necesito, al igual que un buen café con leche cubano, bastante azúcar de mi Habana y un poquito de esa sal quiteña, que le da a mi vida el gustico perfecto entre dulce y salado.

Carlos Michelena
Carlos Michelena
Punto y Coma
Punto y Coma

 

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