Habana sumergida

Bahía de La Habana. Foto: Ana Walls.

Bahía de La Habana. Foto: Ana Walls.

El mar es más tranquilo en las mañanas. Desde mi balcón miraba la calma del gran azul. Vivía becado en el piso 22 de la “Cueva de Lázaro” (como le pusimos algunos en broma) o la Residencia estudiantil Lázaro Cuevas, que cuentan que fue un obrero que murió durante la construcción de edificio, vanguardia y buena gente.

Las clases eran en la tarde, entonces aprovechaba la mañana para irme a practicar apnea, a ver los fondos del malecón, los peces, la vida submarina. Poco a poco me hice de un par de aletas Manatí, cubanas; las utiliza el ejército y son muy viejas, se mantienen en forma porque son duras e inflexibles, de una goma negra ruda, terrible para los pies. Me las regaló un buen amigo. La careta y el snorkel se las compré a un vecino que prefería beberse unos tragos de ron que el mar.

Así bajaba 22 pisos, equipos en mano, por las escaleras. El elevador siempre estaba roto. Las piezas las tenía una empresa americana, decían, que por el bloqueo no se podían introducir en Cuba. Algún comprador cubano logró sacarlas por Canadá cierta vez y cuando llegaron yo casi terminaba la universidad.

Una cuadra y estaba en el muro que separa la tierra del mar, algunos ejercicios de calentamiento antes de entrar, y al gran azul que tampoco era tan azul, el mar cambia de color cuando lo ves de cerca. El agua del malecón en la orilla cerca de las rocas es más bien verde con un tono cercano a la superficie color carmelita, por la contaminación, que llega de la bahía, extendiéndose con las corrientes que a veces enfilan al este o al oeste. Viejos pescadores siempre han dicho que hace algunos años las corrientes de las aguas de la plataforma en Cuba, en la costa norte, siempre iban de oeste a este, pero ahora con todo este fenómeno del hombre y la naturaleza, y esta defendiéndose han cambiado muchas cosas.

Casi siempre que te sumerges en aguas maleconianas aparecen pequeños accidentes rocosos, carentes de vida, hay que acercarse bien o revisar algunas cuevas para encontrar algún pez o molusco, por lo general especies de pequeño tamaño. Algunos seres vivos se han adaptado a estas aguas, incluso han logrado incluir en sus dietas restos de pan, huesos de pollo o cerdo y cuanto desperdicio orgánico se encuentre.

A 20 metros de la orilla se encuentran formaciones entre la roca viva, grandes zanjones de un metro o más de profundidad y dos o tres variando en ancho son el descanso eterno de millones de latas que alguna vez fueron el receptáculo de Tukola, Cristal o Bucanero. Por el constante movimiento del mar han perdido los colores y se observan como colonias brillantes de metal. ¿Se imaginan que por los CDR repartieran caretas y snorkel con aletas para limpiar el mar habanero y recuperar metal?

Más allá se extiende un vasto desierto rocoso, la superficie aplanada por el tiempo y la erosión. Pocas algas, mucha brujería, monedas lanzadas al mar, anclas, balas de cañón.

El agua es generalmente turbia, aunque cuando se cae el primer canto, o veril como le llaman los pescadores, empieza a habitar cerca del fondo el pez loro, ese imparable constructor de arena. El loro en varias subespecies se ve amenazado por pescadores submarinos, su carne es delicada y sabrosa, es el que más abunda en aguas cubanas.

Un noble buzo puede significar una amenaza para un pez loro, ya están tan asustados que cualquier contacto inminente con humanos es peligroso, se asustan, se van. Los primeros peces León de Cuba debieron habitar el malecón, que es de los lugares más cercanos al Sur de la Florida. Se cuenta que en cierto huracán se vaciaron unos estanques en un acuario norteño y a partir de ahí comenzó la invasión de esta especie.

El pez León, a pesar de ser una especie intrusa en nuestras aguas, es comestible y muy exquisito. Ambos filetes se componen de una masa blanca y no más desperdicio que el espinazo. Es cierto que tiene veneno en la punta de sus espinas dorsales y en su pequeña aleta anal, pero no es que mate a nadie. Los pescadores lo capturan con arpón(es raro que muerda el anzuelo) e inmediatamente cortan sobre el lomo hasta la cola todo lo que pueda hacer daño.

En el fondo de este mar, al norte de La Habana, puede encontrarse mucho más que peces. Mientras más cerca de la entrada de la bahía, hay mayores probabilidades de nadar entre desechos, o tener la buena suerte de hallar vestigios de algún naufragio, pues este puerto era común escala entre los países saqueados por los españoles y la metrópoli.

Mientras la ciudad vive en su vértigo cotidiano, hay un mundo sumergido, lleno de arrecifes coralinos que producen el 80 por ciento del oxígeno que, en medio de todo, seguimos respirando.

En línea recta con la calle F del Vedado, a unos 60 metros del muro del Malecón, mar adentro, descubrí una estatuilla de calamina. Lucía como puesta en el fondo y a su alrededor algunas modedas de cinco y veinte centavos desgastadas por la erosión.

Hubo un rostro pero el mar lo ha borrado. Si es que la lanzaron, cayó justamente en la quebradura de un coral. El coral ha crecido sobre su base y resalta el motivo religioso. Siempre creí que se trataba de alguna virgen, pero con el color azuláceo del metal perdió la identificación. No pocas tardes pasé a visitarla, a la Virgen de Calamina, para que me diera buena suerte en el océano. Cada moneda encontrada la depositaba en su pie de coral.

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