Las esquinas habaneras

La urbanización de San Cristóbal de La Habana en los años aurorales –los 1500–,  si no era el caos más absoluto, bastante se le parecía.

Un vecindario reacio a la disciplina, que se ríe olímpicamente de lo ordenado por gobernador y cabildo, no planta sus casas en línea recta, sino donde le viene en ganas. Como era de esperar, prácticamente no hay calles. Ni esquinas, en consecuencia.

Pasó el tiempo. Algunas de las autoridades –nuestros pioneros del urbanismo—comenzaron a delinear el amable perfil de la ciudad, a partir de la Plaza de Armas, semilla de la futura Habana.

Y no sólo las calles tuvieron caprichosos nombres, sino que también el pueblo echó a volar su ingenio para denominar a las esquinas. Una, aludiendo a la particularidad anatómica de cierta vecina, se nombró “de la Muchacha del Talle Largo”. Otra, “del Macaco”, porque allí un simio desplegaba sus monerías. Una tercera, “del Cangrejo”, por el que estaba pintado en una taberna de ese nombre.

Con el transcurrir de los años, surgieron denominaciones que hasta hoy se conservan. Ahí está la esquina “de Tejas”. (Donde, por cierto, existe un establecimiento con nombre paradójico: “Bar Moral”). Y la “de Toyo”, permeada por la fragancia del pan que allí se hornea. Y la “de Cuatro Caminos”, que cuando llueve se inunda, recordando que es territorio robado por La Habana al mar. O Zapata y 12, que llaman “la del Último Paradero”, pues incluye la puerta norte de esa sinfonía monumentaria que es el Cementerio de Colón.

Pero quizás la más universalizada de las esquinas habaneras esté donde se cruzan Prado y Neptuno, intersección por la cual transitaba cierta muchacha, engañadoramente abundante de carnes –en realidad eran rellenos–, que inspiró a Jorrín el primer chachachá, “La Engañadora”, estreno de ese ritmo que hizo mover los pies a bailadores en todo el planeta:

“A Prado y Neptuno iba una chiquita

que todos los hombres la tenían que mirar.

Era graciosita, muy bien formadita,

era graciocita en resumen colosal.

Pero todo en esta vida se sabe

y sin siquiera averiguar

se ha sabido que en sus formas

rellenos tan sólo hay.

¡Que bobas son las mujeres

que nos tratan de engañar!”

Por: Argelio Santiesteban (Banes, Cuba, 1945): Escritor y periodista. Recibió el Premio Nacional de la Crítica.

Foto: Roland Krebs/Flickr

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