Las Martinas, nostalgias de pueblo viejo

Foto: Eduardo González

En Las Martinas la nostalgia, esa compañera inseparable de la vejez, se impregna en la ropa, como el polvo de sus callejuelas. Bajo el sol mañanero, el pueblo enseña su escorzo, a medio camino entre la modernidad y las antiguallas. Hay calles, medias calles, y caminos polvorientos. También una iglesia gris, de largas paredes. Bajo la campana solitaria, el altavoz que sirve como medio de comunicación.

Aquí nació José Ariel Contreras Camejo, que ha sido tantas cosas en su historia como este asentamiento. Fue uno de los grandes lanzadores del béisbol cubano de todos los tiempos; después, lo nombraron desertor y también triunfó en las Grandes Ligas del béisbol estadounidense.

Se vive por estos lares de la agricultura y del tabaco. Hasta hay una pequeña cooperativa no agropecuaria Francisco Hernández Macurán, que construye taburetes, mesas, y repara algunas de los centros locales. La tienda moderna, un agente de telecomunicaciones y una logia masónica forman parte de la comunidad.

En estas tierras del municipio de Sandino, en la provincia cubana de Pinar del Río, en marzo de 1959, Fidel Castro entregó a seis campesinos el título de propietarios de la tierra en representación de 340. Esta antesala de la Ley de Reforma Agraria ocurrió justo frente a las ruinosas estructuras, de paredes desvencijadas y desnudas, que fuera propiedad de la compañía estadounidense de tabaco Cuban Land.

Monstruosa y abandonada, la mole terrosa asemeja, de lejos, un coliseo romano abandono. En el portal, refugiándose del sol impertinente de mediodía, los niños se reúnen a jugar al fútbol y a discutir, inopinadamente, de la historia universal. Mientras, se escucha, a veces, el sonido leve del desinflado balón, rompiendo contra el frontispicio de ladrillos.

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