Más allá de la muralla (Parte III)

Foto: Yoel Suárez

Foto: Yoel Suárez

Un amor de cordillera

Andar dos horas bajo la lluvia no era suficiente. No era suficiente aunque los muslos se tensaran al punto de paralizarte, aunque el descanso de cinco minutos te pidiera quedarte uno más, aunque llegar a Machuca hubiera parecido una hazaña. No era nada.

-¡¿Tú quieres llamar pa’ La Habana?! Pues vamos a tener que subir la loma aquella… -así, claro clarito lo soltó el campesino –detrás de aquel platanal, hay una piedra graaande. Ahí se sube la gente y coge una rayita.

Seguía lloviendo a cubos y el caserío nos recibía transformado en lodazal. El peor reguetón ladraba desde el consultorio. «Ni aquí se han podido salvar de esa enfermedad». A lo lejos cuatro o cinco niños pateaban una pelota. Resbalaban blancos, trigueños y se paraban rojizos. No parecía importarles, el agua en unos segundos purificaba sus pieles.

«Pues andando». «Vamo’ arriba».

Foto: Katy Mac
Foto: Katy Mac

Teníamos que llamar de todas todas. Otro día más permaneceríamos engullidos por el monte. El río creció como nunca desde que llegamos allí y la loma que señalaba nuestro guía voluntario fungía como la única torre de comunicación cercana. Las nubes lamían la cima bajo un cielo encapotado.

-Aquí llueve todos los días –explicaba el campesino a medida que avanzaba con pasos ligeros y largos –, pero cuando estaba el fútbol así cayeran truenos después de ver los partidos en la Sala de Video formábamos los equipos.

El deporte es lengua común en el campo y la ciudad. La Copa Mundial fue el pretexto para subir con los mejores goles, las faltas más descarnadas, los falsos pitazos, el arbitraje de mierda, etc, etc, etc.

La charla nos distrajo lo necesario mientras cruzábamos un puente colgadizo sobre el río revuelto. Había anchado tres veces sus fauces bajo nuestros pies mojados. Arrastraba troncos y una familia de patos. Rest in peace. El puente artesanal era un orgullo en el pueblo. El río, profundo y ancho al final de un abismo, decía no a quien quisiera pasar de una orilla a otra.

Más de diez metros de palma real aserrada habían salvado al pueblo de la incomunicación. «La barriga arriba, para que no se pudra la madera», revelaba nuestro guía cuando alguien se quejaba por resbalar tanto con la pulida corteza del árbol nacional.

Aunque también el lamento tenía su cuota razón. En verdad había peligro de patinar y caer al agua: un alambrón por baranda y el puente inclinado. «Nadie se ha muerto hasta hoy» -dijo el campesino como si nada. Vivir al borde del peligro es su cotidianeidad. Nos pasó unas guayabas como bolas de billar. Las matas estaban preñadas y nadie les hacía caso.

Foto: Yoel Suárez
Foto: Yoel Suárez

« ¿Y cómo dieron con el lugar al que vamos?» Nuestros dientes violentaban la pulpa blanda de la fruta.

-A uno de aquí se le fue la novia de misión pa’ Venezuela. Se volvió loco a la semana de estar sin ella. –hace una pausa en la empinada cuesta que vamos subiendo, mira hacia atrás con sus ojillos nerviosos y una mueca malvada- ¡Verdad que hay yeguas que halan, macho!

Durante unos segundos se divirtió con su propio chiste. La carcajada retumbó en la cordillera, hasta que el mismísimo eco rió con el muchacho.

-Vendió por minucias toda su cosecha de piñas. Dejó una tierrita en la casa y bajó a Quiñones sin mulo. Pasó fuera de Machuca más de una semana. Ni la Virgen sabía en dónde estaba metido.

La cumbre se acercaba, la lluvia apretaba. Habíamos hecho bien en llevar el único móvil con carga envuelto en un nylon grueso. Un estertor nos electrizó, la frialdad anunciaba que la noche estaba cerca.

-Y una tarde apareció barbudo, todo sucio, con la ropa del primer día…-nuestro guía se detuvo y sin mirar atrás alzó un brazo –con un celular. ¡Diga usted!

-¿Falta mucho? –preguntó alguien. Los pantalones militares y los pullovers se pegaban a nuestros cuerpos en un ruego húmedo.

-Eso mismo dijo aquel muchacho cuando recorrió tramo a tramo todos estos montes –el guajiro siguió caminando- Es que, ¿a quién se le ocurre traer ese tareco tan moderno al fin de mundo este? Aquí no hay señal…no hay…

-Cobertura

-¡Eso mismo! Y no le quedó otra que caminar, subir loma, bajar loma. En eso estuvo semanas. Hasta que un día no bajó antes de la noche. –Nuestro guía tomó un respiro, como si estuviese a punto de sumergirse un largo rato. Los goterones se conjuraban contra nosotros hasta provocar escalofríos. Buscamos la roca firme para seguir avanzamos cuesta arriba, ahora hacia una neblina intensa, adentrándonos en un platanal laberíntico. Apenas podíamos ver la silueta del caminante más próximo.

–Mi primo Majín y yo subimos a buscarlo. Pensábamos que se había despetroncado por la loma, que el río se lo había tragado. Y cuando estamos por aquí lo oímos hablando alto, trepado en esa piedra de allá moviendo el brazo del celular, buscando la…

-La cobertura.

-¡Eso mismo! ¡Si ustedes ven qué loco de contento se puso cuando cogió una rayita y habló con la novia!

El pueblo se enlazó con el mundo por el amor de aquel guajiro anónimo. Después de eso mucha gente en Machuca se buscó un celular y cuando extrañan a alguien vienen aquí arriba a hablar.

Mi socio trotó hasta la piedra, se encaramó, y empezó a marcar números; todo con inusitada velocidad. Alguien tosió, yo tosí, tosimos todos al fin. Lo hicimos con las últimas fuerzas que nos dejaba la caminata. Hacía por escampar, caían agujas del cielo. Un coro de chicharras, sapos y grillos recibía la noche. « ¡Oye!… ¿Tú me escuchas?…»

Sobre el techo de occidente el aliento falta y las palabras son inútiles. De este lado de la isla solo Guajaibón (casi 700 metros de altura) estaba por encima de nuestras cabezas. Abajo una línea mostaza, opaca, cortaba el verde oscuro hasta hacerse nada entre el espeso follaje. Uno se siente en verdad diminuto; da ganas de llamar a alguien y decirle «te amo», «no te vayas», «acompáñame». Somos invisibles en este tiempo e instante. Una nube se acerca a la muralla y nos fundimos con ella.

 Noviembre-diciembre de 2014

 

Foto: Yoel Suárez
Foto: Yoel Suárez

 

Salir de la versión móvil