Personas: El hacedor de muñecos

Manuel Montoya, el hacedor de muñecos. / Foto: Tony Iglesias

Manuel Montoya, el hacedor de muñecos. / Foto: Tony Iglesias

Se le ve caminar por las calles empinadas y las plazas de Santiago de Cuba, asido a sus muñecos. Tela y papel maché para la alegría. Tela y papel maché para conquistar el mundo.

Hay quien dice que se parece a ellos, con su estampa desgarbada de Quijote. Sospecho que esa afirmación, lejos de molestarle, le haría feliz. En la madera inserta a sus muñecos, y se los lleva a pasear, como hace un padre.

Los niños se arremolinan y quieren tocar a Mickie y a Minnie, a Batman o a la Calabacita. Sus pequeñas manos se introducen en el guante, y ahí comienza la fascinación. El pulgar y el meñique hacen el milagro.

Los adultos se le acercan curiosos. Vuelan las interrogantes sobre esos muñecos con ojos de papel. La infancia tira de pronto: ¿cómo los hace?, ¿tiene al Hombre Araña? ¿a Pinocho? ¿y Elpidio Valdés?. Se agitan sus lentes, pero él tiene respuestas para todos; mientras su sonrisa de muñequero ilumina la mañana.

A su casa tocan de escuelas y casas de cultura, de la Isla y de más allá; pero los carnavales son su agosto. La demanda se multiplica. No alcanzan las horas ni las manos para replicar al Pato Donald, a Bob Esponja, a Chuncha. Los diminutos espejuelos de la simpática anciana de los animados, arrasan.

El hacedor de muñecos tiene nombre: se llama Manuel Montoya, y nada se le resiste a sus manos. Ha trabajado con cartulina, metal, textil, poliespuma. Estudió en la Academia de Artes Plásticas José Joaquín Tejada. Trabajó para la televisión, en atrezzo pintura, escenografía. Decoró paredes, cunas, piñatas. Fue rotulista de aviones. Fue vigilante nocturno. No parece haber descansado un solo segundo de su vida.

Aunque lleva camino andado, no ha podido olvidar a Chaguitín. De su mesa de trabajo salió un día aquella figurita de madera, brazos de alambre, pies de plomo y sombrero desflecado. Son recuerdos de las marionetas de los Estudios Fílmicos de Animación en Santiago de Cuba, desparecidos por las circunstancias y la desidia.

El hacedor de muñecos tiene una familia hermosa. Su esposa y sus hijos le ayudan a confeccionar los moldes, el vaciado, la costura, las capas de papel pegadas unas sobre otras. Su hogar es un taller.

Abrir la Casa de los Títeres, es un sueño que le ronda, mientras camina por las calles empinadas y las plazas de Santiago de Cuba. Tela y papel para la alegría. Tela y papel para conquistar el mundo.

Salir de la versión móvil