Piel Adentro: “El arte te hace volar por encima de todo”

Algo hay en ella de la apostura de las pinturas clásicas y de la luz del trópico. Ella es la elegancia. Alturas de Quintero, Santiago de Cuba. Lidia Margarita Martínez Bofill fundó en 1983, junto al eminente Francisco Prat Puig y otros profesores, la carrera de Historia del Arte en la Universidad de Oriente, y durante una década fue su directora académica. Licenciada en Letras y especialista en Arte Cubano y del Caribe, se ha presentado como conferencista, crítica, jurado, curadora de exposiciones en la Mayor de las Antillas, y más allá.

Apasionada del orden, casi hasta la obsesión, podría tener una larga clase por preparar; mas eso no le impedía limpiar cada rincón de la casa hasta que brillara. Le gusta el azar, pero solo en los juegos. Dice tener suerte, mucha, por estar enamorada aún del hombre que escogió para formar un familia, hace ya medio siglo.

Una amalgama de ancestros va con ella y, en consecuencia, una colección de historias, sabores y frases que se han integrado a su propia historia. Cómo no hacerlo con esa estela de bisabuelos catalanes, franceses, canarios.

No habrá legado acuarelas como su ilustre abuelo, el pintor José Bofill Cayol (1862-1946), pero es capaz de colorear cada palabra, sin importar si evoca las vibraciones de Miami ―ciudad donde actualmente reside―, la obra de los grandes museos, o su niñez cerca de las olas…

Evocaciones y magisterios

“Siempre estuve rodeada de personas bastante cultas y de sólida educación, en la vieja casona de Corona entre Habana y Los Maceo, Santiago de Cuba, donde mi abuelo Bofill había nacido y donde lo hicieron varias generaciones, hasta mis propios hijos. De mis tíos maternos, tres se desempeñaron como maestros y mi madre, también.

“La Escuela Normal para Maestros fue una forja de excelentes educadores. En la casa se hacían verdaderos torneos de preguntas y respuestas: se hablaba de literatura, de artes plásticas y de cualquier tema interesante, entre ellos competían sus conocimientos. Yo los escuchaba fascinada. Creo que ahí está la explicación de por qué me orienté hacia las letras.

“No menos importante fueron los meses de vacaciones que transcurrían en el hogar de mis abuelos paternos. Era un lugar idílico para la niña que fui: el Embarcadero de Banes, en la actual provincia de Holguín. Mi abuelo era práctico del puerto y su casa ―como las de los pocos vecinos de allí― tenían su frente orientado hacia el mar y un muelle en el patio, que nos permitía adentrarnos en aquel mar azulísimo, nadar y pescar en los momentos en que quisiéramos hacerlo.

“Mi abuelo se quitaba su gorra de marinero solo para dormir, mientras mi abuela, con su delantal impoluto, freía el pescado que cada mañana le llevaban hasta su cocina. Hasta el día de hoy, no hay un sitio que me haga sentir más feliz que aquel en el mar o cercano a él. Trasladé mi amor por la literatura y por el mar a mis hijos y nietos. Hubo cuentos inventados para cada uno de ellos ―tengo dos hijos y cinco nietos― en los que ambas cosas se mezclaban”.

La enseñanza en la Universidad de Oriente, durante treinta y dos años, ha de haberle dejado marcas físicas, emocionales y artísticas. ¿Cuánto las aprieta ahora mismo, o acaso, las deja ir?

“Me entregué en cuerpo y alma. Me tocó liderar un colectivo excelente que tuvo, como yo, que esforzarse mucho para estar a la altura de la enorme  responsabilidad que habíamos adquirido al fundar una carrera. Fue una experiencia bellísima. Decenas de historiadores del arte se graduaron en esos años y lo siguen haciendo. En su gran mayoría son excelentes profesionales y muchos andan dispersos en tierras lejanas a aquella donde estudiaron; pero llevan consigo las enseñanzas que les transmitimos.

“Tuvimos el enorme privilegio de contar durante años con el arqueólogo y profesor Francisco Prat Puig (1906-1997), un hombre de cultura inconmensurable, quien fuera uno de los primeros en Cuba en ser envestido como Doctor en Ciencias del Arte y que colaboró en la superación de todos los profesores.

“Nunca dejo escapar los hechos o los hitos de mi vida que me alegran el alma y el corazón. Este es uno de los que aprieto muy fuerte, porque me enorgullezco de lo que pude hacer, de la huella que dejé”.

¿Alguna vez ha tomado el pincel?

“Si supieras, no heredé de mi abuelo ni un ápice de talento para la pintura o el dibujo. De sus hijos, solo el mayor pintó muy bien, y mi mamá recibió clases pero por poco tiempo. Ella también tenía aptitudes que hubiera podido desarrollar si hubiera seguido sus estudios que interrumpió por razones económicas. De las nuevas generaciones, solo un bisnieto se ha dedicado a las bellas artes.

“Te confieso que me hubiera encantado ser Claude Monet, y haber pintado su serie de Nenúfares, haber liderado esa ruptura que fue el impresionismo. Sin embargo, cuando pienso en la escultura retrocedo al barroco porque me fascina Bernini y la obra El Éxtasis de Santa Teresa”.

Martí afirmó que “Arte es huir de lo mezquino, y afirmarse en lo grande… cada obra bella, cada obra grande, redime de un momento de amargura”. ¿Cuánto le ha servido para su crecimiento personal estar rodeada de arte? ¿Cuántas amarguras redimidas?

“El arte, en su acepción más amplia, te redime de malos momentos y experiencias, te aligera el espíritu. El arte te hace volar por encima de todo… y creces, porque sus diversas manifestaciones encierran tanto de la inteligencia y de las aptitudes del hombre que no solo te dejan estupefacta sus creaciones, sino que repercuten en tu propia vida.

“Jamás olvidaré que en el Museo d’Orsay, en París, recibí tal impacto ante la obra de los impresionistas franceses, que me desplomé en un asiento que estaba convenientemente ubicado allí… me quedé sin poder pronunciar una sola palabra, las lágrimas corrían incontenibles por las mejillas y sentí ante aquella luz inmanente que brotaba de ellas e iluminaba la sala, que nada volvería a ser igual para mí. Había sido “tocada” por la magia de ellos. Otra experiencia inolvidable fue recorrer las salas de El Ermitage (San Petersburgo), colmadas de obras representativas de cada momento trascendente en la historia del arte universal…

“Haber visto por primera vez en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana una pieza que adoraba, de Carlos Enríquez, titulada Niños que también me hizo llorar, o constatar en el Museo Emilio Bacardí de nuestra ciudad de Santiago de Cuba la maestría técnica de artistas como José Joaquín Tejada, los hermanos Hernández Giro, así como las de los que les precedieron y les sucedieron….es inenarrable la conmoción que experimentamos ante la obra de arte”.

Encuentros y desencuentros

En su libro En defensa del Patrimonio artístico (Ediciones Caserón, 2014), usted recoge unas palabras del célebre cronista Carlos Forment sobre José Bofill Cayol, “fue uno de los mejores acuarelistas que ha tenido Cuba”. ¿Cuánto se ha aquilatado en verdad, la obra pictórica y patrimonial de Bofill? Como familia de la sangre y del espíritu, ¿cuánto puede dialogar ese legado con la generación de hoy?

Libro En Defensa del Patrimonio Artístico de Lidia Margarita Martínez Bofill“A pesar de lo que la obra de José Bofill significó en su época, durante muchos años no se valoró ni promovió adecuadamente. Se hizo un hábito dañino mencionar, incluso en los planes de estudio en la especialidad de Historia del Arte, solo a José Joaquín Tejada como artista representativo de su generación en Santiago de Cuba. Y nada más. Nos correspondió a los académicos santiagueros incluirlo en las clases de arte cubano, conscientes de sus aportes en la técnica de la acuarela, que sentó pautas para generaciones posteriores de artistas.

“Por mi parte, supe que mi línea de investigación no podía ser otra que aquella, y me di a la tarea de hurgar en los documentos, artículos de revistas y periódicos de la época. También en catálogos de exposiciones y en entrevistas ―muchas conservadas en lo que llamo archivo personal―, para esclarecer y organizar los datos de su vida, así como analizar su obra pictórica y su legado como salvaguarda del patrimonio santiaguero, como director del museo y bibliotecas municipales de la ciudad, labor que desempeñó durante 37 años, ininterrumpidamente.

“De esas certezas, de esas preocupaciones, nace el libro titulado En defensa del patrimonio artístico, que consta de cuatro ensayos, dedicados a José Joaquín Tejada Revilla, José Bofill Cayol, Juan Emilio Hernández Giro. El último de esos trabajos, se aproxima a los nexos que existen entre ellos y otros artistas santiagueros ―cuya obra se desarrolla en las primeras décadas del siglo XX―, con la de artistas puertorriqueños y dominicanos. Es un análisis del contexto en que existieron y crearon, un análisis de sus propias obras. Trato de demostrar cuan cercanos hemos estado siempre en estas pequeñas islas del Caribe en aspiraciones políticas, sociales y culturales”.

Hablando de cercanías… ¿Cuánto se parece el Miami que tal vez imaginaba y el que ha encontrado? ¿Cuántas veces ha pensado qué hubiera llevado consigo… qué cosas traería de allá para su tierra natal? ¿Cuántos encuentros y desencuentros?

“Miami es de por sí, para los cubanos, una tierra de encuentros y desencuentros como no hay otra. Reúne la mayor cantidad de coterráneos que están fuera del país natal, y lo mismo te encuentras a un conocido en un supermercado que en una zona de esparcimiento, literalmente.

“Desde otro punto de vista, también lo es: sitio de reencuentro de esa numerosa población que guarda las tradiciones fuera de su país, no importa el tiempo transcurrido, que se reúne para comer macho asado, congrí y tostones, acompañados de cerveza bien fría, en su afán de “barajar” la nostalgia; de los que vienen de los lejanos estados del norte y regresan a ellos con pastelitos de guayaba para rememorar , en el paladar, recuerdos imborrables; de los que bailan salsa y acaban arrollando en una conga con mucho sabor; de los le trasmiten a hijos y nietos no solo su idioma, sino su amor por lo que dejaron .

“Los desencuentros, podrían ejemplificarse en los criterios de los cubanos ante la decisión de vivir fuera de su país y los motivos para hacerlo. De modo que las generaciones más jóvenes manifiestan haberlo hecho para resolver sus carencias materiales en la isla o las necesidades que padecieron, o para buscar otros horizontes en un prometedor país con desarrollo ascendente.; otros cubanos ―entre los que me encuentro― para lograr la reunificación familiar con mis hijos; y la minoría, afectada por problemas políticos: proscritos, o silenciados en su tierra natal, sin otra posibilidad que no fuera exiliarse. Todo eso genera una riquísima polémica entre todos los que vivimos acá. Las redes sociales se encargan de promover esos desencuentros.

¿Cómo se vive en su entorno ese camino de empezar a normalizar las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos?

“Vivimos hace poco la apertura de la embajada norteamericana en La Habana, mientras hace ya días se efectuó el acto solemne en Washington en el cual se reinauguró la cubana y ondeó nuestra bandera de nuevo en este suelo. Me removió las entrañas. Doy gracias a la vida que me ha permitido ser testigo de algo trascendental. Hay muchas expectativas, y las opiniones acá se han dividido pero no a partes iguales.

“El exilio histórico, en minoría, rechaza la apertura de embajadas, plantea que no debió haber sido cuando en Cuba se mantiene un gobierno totalitario que no cede un ápice su posición y prerrogativas, mientras que la mayoría de los cubanos acá lo celebramos. Yo soy de los que creen que ha sido una inteligente decisión de los presidentes Barack Obama y Raúl Castro, y que los cambios que se necesitan en la isla ocurrirán sin lugar a dudas, más temprano que tarde”.

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