Señor director

El señor director no titubea. No pone peros ni pregunta de dónde vengo. Otros lo hacen y él no. Otros titubean. Los maestros, los administradores, pero no el señor director. Si le pido una pluma porque olvidé la mía y no tengo con qué escribir, él me brinda una, como para que no deje, bajo ninguna circunstancia, de tomar nota. El señor director se muestra solícito. No tiene barba el señor director, tiene la frente amplísima y es algo grueso, pero no tanto como se espera que sea siempre un director. Hoy no se le ve preocupado, su semblante es agradable porque estamos en período de seca, pero en tiempos de mucha lluvia todo cambia para el señor director, la lluvia lo enfurece, lo desestabiliza, el agua cayendo del cielo y el señor director rogando que termine de llover de una jodida vez.

El nombre del señor director es Oscar Pérez Córdova. Y el señor director es señor director hace 21 años. Desde ese tiempo dirige la escuela secundaria Fermín Valdés Domínguez del Consejo Popular Mosquitero, que queda en las lomas de Baracoa, en la provincia de Guantánamo. Desde ese tiempo el señor director llega temprano a su oficina, de tablas viejas y roídas, y se sienta en el buró, viejo y roído, y se dedica a sus labores, a ver si todo está en orden, a hacer funcionar la escuela Fermín Valdés Domínguez, escuelita vieja y roída del poblado de Mosquitero.

Realmente, la escuela de Mosquitero está vieja y roída. Lo está más que la oficina y que el buró del señor director. Se ha ido construyendo, y agrandando, y sujetando con trozos de madera, con pedazos de zinc, con toscas cabillas. Se resuelve la madera y la cabilla y se hace un pedazo de ventana, con lo que sobra de la cabilla se fija bien el techo, si aparecen los bloques se agranda el dormitorio, pero si lo que hay es que arreglar las puertas, la madera de la ventana no se coge para la ventana sino para la puerta y aquella se asegura, mientras tanto, con un trozo de cartón adecuadamente claveteado. La escuelita Fermín Valdés Domínguez, además, recibió recientemente un reconocimiento especial por el trabajo en la institución, concedido por el Ministerio de Educación Superior, y que se encuentra colgado a la derecha del buró, en la oficina del señor director.

Pero ni la escuela, ni el buró, ni la oficina, es lo que es más preocupa ahora al señor director, porque como se dijo, estos son meses de seca, de poca o casi ninguna llovida, de sol intenso. Y en estos meses todo está bien en la escuela secundaria Fermín Valdés Domínguez. No hay nada perturbador, se siente el murmullo de muchachos, el viento que choca contra las hojas de matas de plátano, si acaso el bramido de un toro que pasta cerca, pero nada más rompe con el silencio común del monte. Todo hasta que llega mayo, mayo o junio, y entonces el señor director se desestabiliza, y todo se desestabiliza en la escuelita de Mosquitero.

El problema es el puente. El problema mayor. El señor director ha planteado la situación en varias ocasiones, a incontables funcionarios, ha escrito cartas, enviado solicitudes, ha expresado el inconveniente a representantes del gobierno, pero siempre le responden que hay que esperar la asignación de presupuesto.

“Nos dicen que no hay una empresa para hacer la obra. Dicen que la escuela tiene que asumir y mira la escuela en el mal estado que está. De verdad lo del puente es un peligro para la entrada y salida del personal”, dijo Jorclani Rodríguez, guía base de los pioneros de la escuela.

Para llegar a la escuela Fermín Valdés Domínguez hay que obligatoriamente pasar por un puente que la conecta con el poblado de Mosquitero. Entre la escuela y el poblado está el río, que ahora se ve tranquilo, largamente manso, porque todo está así en ese lugar en período de seca. El puente que conecta la escuela se cayó hace ya algunos años, se partió por el centro, a la mitad, y desde ese entonces solo son tranquilos los días en que no llueve.

Si llueve, el río se sale de su cauce y se desentiende del puente, y de que por el puente se llega a la escuela, y se desentiende hasta de la escuela, que también se inunda en temporada lluviosa.  La solución inmediata fue construir un puente de madera levadizo que ya está en mal estado. Por eso en los días de lluvia comienza todo el ritual:

Llegan bien temprano los profesores y el señor director, y esperan a que arriben los alumnos del otro lado del puente. “21 años pasando trabajo”, me había dicho el señor director sentado en su buró, y me dijo que cuando ya están de este lado del puente empiezan a pasar a los muchachos de uno en uno. De un uno en uno, con cuidado, el río crecido, los profesores y el señor director de un lado, y los alumnos del otro, hacen que pasen con muchísimo cuidado para que no se dañen, para que no les pase nada, algunos llevan sus botas de goma para ese momento, otros se quitan los zapatos y llegan a la escuela descalzos y luego se los ponen de nuevo, pero si el río está muy bravo, los muchachos se quedan en sus casas, no van por esos días a la escuela, porque es mejor precaver cualquier accidente, y después se ponen al día en las materias.

A la escuela Fermín Valdés Domínguez vienen a estudiar los muchachos de Mosquitero, pero también de zonas más alejadas como 30 Aniversario y Mata Guandao. Los de más lejos viven internos en la escuela y solo van a su casa los días de pase, pero los de Mosquitero van y vienen a diario. Los muchachos de más lejos me dicen que se ponen bravos, muy bravos, el día que llueve. Tienen que estar en el aula y los muchachos de cerca están justificados a faltar a clases. Eso no les gusta a los de lejos, si vivieran cerca preferirían que lloviera mucho y que el río se inundara y que el puente estuviera intransitable, pero como son de lejos, ellos no se benefician con esto. Los muchachos de cerca son felices los días que llueve, luego llegan a la escuela y se reencuentran con sus amigos de lejos, les dicen que fue divertido no asistir a clases esos días, y los de lejos, bravucones, les prestan sus libretas para que se pongan al día.

El señor director se muestra solícito. No titubea. Le pido que me diga qué pasa con el puente y me dice. No pregunta si soy periodista. Lo infiere. En cualquier caso, el señor director lo que quiere es que le pregunten, que alguien llegue y le pregunte qué sucede con el puente, ya sea un funcionario, un representante del gobierno, un periodista, un completo desconocido. Espera en su oficina vieja y roída y ahora está calmado, no se le ve preocupado y su semblante es agradable. Pero ese estado siempre dura poco para el señor director, sobre todo si es abril y se acerca mayo, o si ya es mayo y le espera junio. Todo un otoño la primavera para el señor director.

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