Rhythm 0

El jueves cinco de diciembre quería ir a ver Gloria al Karl Marx. Con la película chilena Gloria se inauguraba el Festival de Cine y yo tenía una invitación. Me habían cogido casi las ocho de la noche y estaba atrasado. Fui a la avenida a parar un carro de 10 pesos para llegar más rápido. Me había puesto a escuchar música mientras les enseñaba el pulgar a los taxis que pasaban por la avenida, llena de gente.

En la tarde había descargado un CD de Katy B, y estaba entretenido en la mitad de 5am, una canción que hablaba de esperar una llamada que no llega. Entonces se me acerca alguien. Varias personas. Me quito los audífonos, porque me da la impresión de que vienen a preguntarme algo. Cuando me doy cuenta, hay alrededor mío tres muchachos, ninguno de los cuales sobrepasa la edad de 16 años, y uno de ellos me pone un cuchillo en el cuello mientras los otros se apresuran a quitarme los audífonos y a zafarme el bolso del hombro.

Tengo el cuchillo en el cuello. El cuchillo se siente frío contra la piel de mi cuello. El cuchillo, sostenido por la mano de un muchacho que está precisando una línea bastante escuálida entre mi vida y un par de audífonos, brilla en la oscuridad a la luz de los carros que pasan por la avenida, y de los faroles que comienzan a alumbrar la calle.

Es uno de esos cuchillos comunes de mesa a los que se ha sacado bastante filo. Si el muchacho lo presiona un poco contra mi tráquea yo voy a tener una muerte también común, más bien vulgar. Con un corte en el lugar preciso, algo que no puede demorar más de dos segundos hacer, no voy a llegar nunca a ver Gloria, todo termina ahí. Todo. Terminado.

Me circundan tres extraños. No estamos en un lugar apartado, hay gente alrededor, gente que podría ayudar, es decir, lanzar gritos, llamar a la Policía. Pero estos extraños han creado un cerco a mi redonda y me han hecho invisible desde fuera. Solo ellos pueden verme. Y yo los veo a ellos.

No me han tapado la boca, ni me han maniatado. Físicamente me es posible gritar o correr, pero el cuchillo está brillando demasiado cerca. Está firme en el mismo sitio durante algunos segundos que se dilatan amargamente. Algunos instantes, como se sabe, tienden a ser más persistentes de lo que uno quisiera.

Entonces a los muchachos se les acaba el tiempo. Ya tienen que irse. No logran arrebatarme el bolso, pues la gente ha visto que algo extraño sucede bastante cerca de donde están. Cogen mis audífonos y se escurren por una callejuela oscura. Eran unos Beats by Dr Dre que me regalaron hace un par de meses. Unos audífonos de 300 dólares que no venden en Cuba, y que cuando los muchachos logren vender por ahí, a cualquiera que les dé un dinero por ellos, dividirán en partes tal vez iguales, porque el trabajo lo hicieron los tres. Aunque tal vez sea justo que el del cuchillo pida un poco más.

Pienso que si estos muchachos hubieran sido personas acostumbradas a matar, me habrían al menos apuñaleado. Por el contrario, hay quien dice que la gente acostumbrada a matar sabe lo que es tener un par de muertos sobre la espalda y se lo piensa más que los aprendices. Estos muchachos, en realidad, deben estar aprendiendo a matar ahora.

La primera vez que me robaron en la calle fue diferente: nadie ensayó a matar conmigo. Yo estaba en el Morro noviando. Era oscuro y estaba entretenido. Dos tipos me arrebataron la mochila y echaron a correr. Hice la denuncia en la Estación de Policía de Cojímar, que es la más cercana, y estuve hasta las 3 de la madrugada dando declaraciones y llenando formularios, para luego salir por mi cuenta a buscar un carro que me llevara de vuelta. Mi mochila no apareció, pero no me sentí demasiado mal. Al menos no me habían golpeado (que ya era bastante), y nadie me había amenazado con un arma. En los días subsiguientes me auto consolé diciéndome que lo merecía por estar hasta tan tarde en la calle, metido en semejantes oscuridades. Y ya.

Lo de ahora fue otra cosa. Después, pensando, me acordé de que en los años noventa la artista serbia Marina Abramovic representó Rhythm 0, un performance en el que permitía a los espectadores utilizar objetos contra ella. Nadie estaba seguro de que no fueran a asesinarla. Había una pistola y una bala, cuchillas y otros objetos filosos y punzantes. Muchos la lastimaban mientras ella se dejaba hacer, con un estoicismo que daba miedo. Rhythm 0 parecía un experimento científico que revelaba la naturaleza del hombre.   Hace unos días yo era Marina Abramovic y en una calle de La Habana se representaba Rhythm 0. Con esto quiero decir que hubo segundos en los que mi vida no dependía de mí, sino de principios inexactos, de lo contingente,  no sé.

Alguien llamó al 118 y le dijo a la Policía que circulara la zona, que acababan de asaltar a una persona hacía solo minutos. No me quedé a esperar la patrulla para hacer la denuncia. Entre la confusión, el asombro y la gente que hablaba de lo mala que esta la calle en diciembre, finalmente me paró un carro y me fui a ver Gloria.

Dejé el asunto ahí, pero llevo días sin dormir bien. Trago saliva varias veces durante la madrugada para cerciorarme de que tengo el cuello intacto, y ando por la calle como un completo paranoico. Camino frenéticamente, mirando para todos lados y reconociendo en la cara de cualquier extraño la marca de la delincuencia. Viendo una culpa compartida en el rostro de todo el que me pasa por el lado. Avanzo dos cuadras y miro atrás para cerciorarme de que nadie me sigue. No quiero salir en las noches. No puedo llegar de noche a la casa.

A la gente le gusta darte ánimos cuando te ha pasado algo malo. Porque en realidad lo siente, por cortesía o por inercia. Esto es muy amable, muy cortés o muy flemático de la gente. Entonces te dicen algo que se escucha en todos lados todos los años: “Ese tipo de cosas cuando sucede más es en diciembre. En diciembre hay que tener particular cuidado, porque la calle se pone más mala”.

Pero me pongo a recordar en qué  mes fue que me arrebataron la mochila en el Morro, y esa vez no era diciembre, sino junio.

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