Caignet, más allá del olvido

Escena del Derecho de Nacer.

Escena del Derecho de Nacer.

Nunca pretendió escribir La Divina Comedia ni El Quijote, pero sus obras calaron en millones. De él dijo el mismísimo García Márquez que hizo más que cualquier gobierno de la región por llevar a la gente el sentido de la justicia social.

Cuando sus novelas se transmitían por la radio, las calles se paralizaban, el público se pegaba a las bocinas, pendiente de los sufrimientos y las alegrías de sus protagonistas. Novelas jaboneras las llamaron algunos despectivamente; lacrimógenas, las criticaron otros, pero todavía hoy, a cuarenta años de su muerte, Félix B. Caignet es venerado con justicia en América Latina.

Paradójicamente en Cuba, su tierra, pesa sobre él un incomprensible silencio. No es que su nombre no merezca el orgullo esporádico, o que sufra del ostracismo mediático fuera de las efemérides y los concursos, pero sus logros, otrora exaltados, suelen olvidarse con demasiada frecuencia. Para no ir más lejos, este 25 de mayo, justo a cuatro décadas de su fallecimiento, apenas si se le recordó en los medios de comunicación cubanos.

Félix B. Caignet
Félix B. Caignet

Alguien podría culpar de ello al paso del tiempo. A fin de cuentas, sus radionovelas ya no se transmiten por las emisoras nacionales, ni sus composiciones pasan de ser joyas de archivo, en medio del maremagnum de reguetón y mediocridad. Pero circunscribir el legado de Caignet a la antigua popularidad de sus creaciones es negar la dimensión real de su éxito, la esencia atemporal de su humanidad.

Prolífico, pintoresco, polémico –incluso extravagante–, Caignet no se achicó ante las barreras y dio rienda suelta a toda su creatividad. Fue crítico, periodista, pintor, poeta, compositor, escritor radial. Inauguró las narraciones para niños en la radio cubana; también los dramatizados seriados y el empleo del narrador. En la música, su otra gran pasión, creó más trescientos temas, lo mismo sones que guarachas, pregones que boleros, y estableció verdaderos hits como Te odio, Frutas del Caney y el infantil El ratoncito Miguel.

Como el Rey Midas, trocaba en oro lo que nacía de sus manos. Fue aclamado, enaltecido, adorado, galardonado, retribuido con creces, aunque también vilipendiado, como todo el que alcanza la celebridad. El continente se rindió a sus pies, primero a través de la radio, luego, del cine y la televisión. No le faltaron las riquezas ni los seguidores, pero prefirió quedarse en Cuba cuando muchos partieron en busca de otros horizontes. Nunca temió pagar su precio.

Sus últimos años fueron un anticipo de lo que vendría. Fue alejándose de la vida pública, de las emisiones radiales y las portadas de las revistas, destinadas ya por entonces a otros temas y otros protagonistas. Calló definitivamente el 25 de mayo de 1976 y muchos lo lloraron. Germán Pinelli y Raúl Selis despidieron el duelo y las hermanas Martí le cantaron a capella en la Necrópolis de Colón. Sin él, Cuba ya no era la misma.

Los jóvenes de hoy tal vez no sepan quiénes son Albertico Limonta, Mamá Dolores y Chan Li Po, pero no es a ellos, al menos no en principio, a quienes les compete avivar su memoria. Caignet no puede ser una línea en las efemérides, ni un busto en el municipio santiaguero de San Luis, ni el panteón de Santiago donde descansan sus restos desde 1992. Félix B. Caignet es y merece más, porque su verdadera altura como creador y ser humano lo empina más allá del olvido.

Anuncio de la época de una de las radionovelas que escribió Félix B. Caignet.
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