Su vida al desnudo

Foto: Yariel Valdés

Foto: Yariel Valdés

Se tiró encima sus mejores prendas. Retocó todas las partes importantes del maquillaje. O sea, todo. Puso énfasis en los ojos y la boca. Ella sabía lo que hacía. Igual se perfumó con una copia de Chanel le acompañaba en las noches. Y esa era una noche de esas, aunque por primera vez el asunto del perfume carecía de importancia. Se puso los tacones, agarró el creyón, el celular, los audífonos y salió a la calle. Era una vedette lista para conquistar el ciberespacio.

Sentada en un banco con sombra del Parque Vidal, se retocó los labios bien rosados, se empolvó la cara y sin poder evitar el rictus de hermanastra de Cenicienta mostró su mejor sonrisa al móvil. Al instante supo que compartiría con los demás fieles del banco, algo más que la WiFi.

—Oyeee… ¿me escuchas? ¡Oyeee…!

Y el grito posiblemente se haya escuchado en Roma. Mientras la señora de al lado, que no tenía celular ni WiFi, pero era superamistosa, saludaba al rostro que asomaba en la pantalla.

—¿Una nueva amiga, ma’?

—No, hijo no. Es la mujer que estaba sentada aquí cuando llegué, pero tú sabes que los cubanos somos unos contentos. Me contó que sacaron papel sanitario en “Praga”. De aquí voy pa´ allá, que eso vuela y se da unas perdías, y a Ramoncito lo ingresan la semana que viene. Pero no me has dicho nada de mi look.

La señora se levantó presurosa y se paseó el celular de la cabeza a los pies. Dudo que el de Roma haya distinguido algo claro. Lo que ella ignoraba es que en ese traqueteo se le “congelaba” la conexión. Típico.

¡Este hijo mío es un despistado!, comentó con la de al lado, que seguía con total atención la videollamada ajena. Esta asintió con la cabeza, como si le hubiera mojado con agua bendita el día del bautizo.

“Lo de la Internet es un lío y a esto le dicen congelarse. ¡Con el calor que hace!”, continuó la señora mientras insistía con el IMO. Por supuesto la superamistosa de al lado le dijo que sí. Aquí por lo menos tenía razón en asentir por el calor, a diferencia de la WiFi, no menospreciaba ningún bolsillo.

—Oyeee… ¿me escuchas? ¡Oyeee…!

Y volvimos al principio. La señora estuvo repitiendo eso como entrante a cada bocadillo siguiente. Se retocó el maquillaje otras tres veces. Llevaba al unísono la llamada y la charla con la amiga gratuita que se encontró en el banco. Le contó al hijo los mil y un enredos con la propiedad de la casa, cómo la hija de Juanita (la que vivía en la esquina, para más señales) se había casado con un canadiense y que la prima de Sagua venía quedarse en Santa Clara esta semana. Siempre contando con la aprobación y solidaridad de la señora de al lado, por supuesto. La misma que en un rato supo más novedades que en el noticiero de las ocho.

La conversación más seria fue el tema de la trusa. El jueguito nuevo que le trajeron a Jessica de la Caridad era una pieza que todos querían en el barrio. La explicación era digna de cualquier libro especializado en cubismo. No se entendía. Y si entendías de seguro no quedabas muy conforme con las preferencias textiles de la señora. Pero es lo que “se usa”, según la casa de moda del barrio del Condado.

No sé si consumió la hora y los dos CUC, ni si habrá conseguido el papel sanitario, pero la que llegó como vedette, como vedette se marchó del parque. Le soltó un “I love you” en un inglés imperfecto. El de Roma tampoco creía era el mejor modelo para su madre, pero ella insistió en su derecho a la provocación desmedida.

Sí, en tiempos de WiFi hay que estar a la altura. Si algo se va a caer que sea la conexión. Al fin y al cabo, que me haya enterado de lo sabores y sinsabores de la señora es culpa de la WiFi, y de la guagua que siempre llega atrasada. Yo me sentaba ahí, inocente…No es que oiga conversaciones ajenas.

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