Tierras de fuego y ceniza enamorada

A pesar de que la trama y peripecias de la telenovela cubana Tierras de fuego se aparta muchísimo de los ardores que promete su título, por lo menos consigue establecer indiscutibles puentes de comunicación y gusto con centenares de miles de televidentes convocados tres veces por semana, en horario estelar, a sentarse enfrente de su pantalla hogareña. De este modo, podemos hablar de espectáculo mediático con plenitud de derechos, en tanto es frecuente que la trama, el trabajo de los intérpretes o las actitudes de los personajes se conviertan en sujeto de frecuentes conversaciones y pasen a formar parte del cotidiano.

Tal “estado de gracia” se convierte en noticia en tanto significa un privilegio bastante raro en los últimos tiempos, debido a que los productos televisivos predecesores, en ese horario, apenas lograron satisfacer regulares expectativas de entretenimiento y placer. De modo que debe reconocerse en Tierras de fuego la voluntad de ascenso, de mejoría, de sencillez reparadora entre los profesionales que tomaron parte en esta empresa, a pesar de que la telenovela carezca por completo —unos piensan que por suerte, otros aseguran que por desgracia— de los incendios pasionales anunciados por el mismo título y reforzados ilícitamente por los anuncios y promociones televisivas, encargadas de levantar expectativas completamente infundadas.

 Lo que sí resulta innegable es el hecho de que los cubanos se han dejado llevar por la seducción bucólica de un seriado que representa la salida de un hoyo profundo en cuanto a la producción de telenovelas y series dramatizadas. Las razones de la seducción: hay una historia de amor frustrado, es decir, una relación inconclusa, atracción impedida por el hecho de que ambos protagonistas están casados y tienen hijos. La historia central está rodeada, como en toda telenovela que se respete, por varios triángulos, secretos, adulterios, lealtades y chismes diversos, que sazonan la trama y consiguieron atraer la atención del público masivo, a pesar de la competencia con radiantes y dispendiosos productos brasileños como Insensato corazón y Avenida Brasil.

La muy modesta Tierras de fuego cuenta a su favor con el siempre aplaudido intento de reflejar una imagen plausible, y al mismo tiempo agradable, de la contemporaneidad cubana. Todo se ambienta en el campo, entre fincas, cooperativas, vaquerías y surcos a los cuales regresa Ignacio, el galán, para encontrarse con su primer amor, Isabel, jefa de la cooperativa y damita joven ahora casada con el malvado Julio. Una de las virtudes de esta telenovela se asocia a las imágenes que se extasían en los paisajes agrarios y pastorales, mientras que el guión, y la mayor parte de los actores, se esforzaron por incorporar giros, refranes, acentos y expresiones que consiguen una reproducción bastante aceptable de la vida en los campos cubanos hoy por hoy.

A pesar de que en Cuba muchos espectadores cuestionan por irrealista el confort en algunas de estas casas campestres —como si el embellecimiento y la mistificación no estuvieran entre los dictados inviolables de la telenovela— al final terminaron por imponerse, en tanto creíbles, estos campesinos de Palmarito, y de las fincas llamadas Dos hermanas, La Esperanza y La Fortuna, cuando conversan o discuten en los mismos términos en que cualquiera puede escucharlos, cuando esté de visita, monte adentro, por la región central de la Isla.

Si bien es cierto que en numerosos capítulos aparecen los escollos de la superficialidad, o la inverosimilitud, sobre todo cuando se alude a los problemas internos de la cooperativa y sus relaciones laborales, nadie puede negar que semejantes inclinaciones aparecen en el común de las telenovelas mexicanas, venezolanas o colombianas, porque todo elemento social o artístico se torna pincelada para reforzar los vaivenes de la complicada historia de amor y la hostilidad montesco-capuletiana entre las dos familias rivales. Tampoco contribuye con el realismo la división maniquea entre los corruptos y viciosos habaneros (aburguesados, blandengues, jineteros) y el campo representado cual reservorio de todas las virtudes, del trabajo honrado o la inocencia virginal. Y si bien todos estamos de acuerdo en que esquemas, soluciones traídas por los pelos y políticas de blanco-negro le son inherentes a la telenovela internacional, vale recordar que ciertas tradiciones audiovisuales cubanas han probado con suerte a pulsar este género desde los rigores y complejidades de historias contemporáneas más incisivas y verosímiles.

Cuando el mundo público, laboral y profesional de los personajes se sabe insertar con inteligencia en un dramatizado, puede devenir fuente de impensados conflictos para los personajes, y de conocimiento válido para el espectador. Y Tierras de fuego ha fallado precisamente a la hora de imbricar, en un relato sugestivo, las esferas de lo público y lo privado, lo social y lo íntimo. Porque al parecer hemos olvidado que en este país no solo nació la telenovela clásica (es inútil seguir llorando por la ausencia de productos en el corte de El derecho de nacer, Sol de batey o Tierra brava), sino que también se produjeron series que se las ingeniaron para manejar algunos códigos del melodrama y al mismo tiempo lidiaron con algunos de los grandes problemas del presente. Vienen a la mente La séptima familia, La semilla escondida, Doble juego y La otra cara, entre muchas otras.

Entonces, el sudor y el sacrificio de los campesinos quedaron reducidos a veces a la insinuación, el bocadillo fácil y la exterioridad, pero Tierras de fuego evidencia trabajo serio y bien intencionado en todos los rubros, un colectivo de gente con talento y deseos de trabajar luchando por echar adelante una idea válida. Y para ver la realidad de los campos en Cuba quedarán los documentales generados por el ICAIC en los años sesenta y ochenta, o los reportajes de la Televisión Serrana en fecha mucho más reciente. Porque la telenovela, ciertas telenovelas al menos, se complacen en distanciarse del realismo, y sus realizadores aseguran que el entretenimiento solo puede lograrse mediante la evasiva edulcoración de la realidad. Pero tales presupuestos seguramente son discutibles.

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