Crónica de un rumor

Es evidente que hay una confrontación entre los que apuestan por aquello de “todos los derechos para todas las personas” y los que preferirían que las cosas siguieran “como han sido siempre”, y el medio médico no escapa a esto. 

Foto: Kaloian.

El rumor se extiende por los pasillos, las salas, los quirófanos… Nadie conoce muy bien la historia, nadie quiere hacer daño, pero todos comentan; quizás para matar el tedio o porque hacerlo es “humano”. Hoy se habla del Dr. Ismael —llamémosle así, como el famoso narrador de Moby-Dick— se trata de un médico joven, padre de familia, que debía asumir una responsabilidad administrativa hasta que se supo de su homosexualidad y “pasó lo que pasó”. La persona que me habló de “su caso” me dijo que “al principio no podía creerlo, pero un conocido se lo confirmó”. “Lo hizo mal”, continúa, “podía haber esperado el momento oportuno”. 

El pequeño escándalo que nos ocupa, ocurre cuando se cumplen 53 años de los disturbios en Stonewal, N.Y., Estados Unidos, que marcaron el inicio del movimiento de liberación homosexual; también cuando un beso lésbico en una esperada película de animados conmociona al mundo —¡increíble!—  y  el  debate sobre el Código de las familias en nuestro país está con “la llama baja”, lo que no impide que de vez en cuando salten chispas. Como ocurrió hace unas semanas cuando tres activistas LGTBIQ+ tuvieron un encontronazo con un grupo de protestantes. El incidente, luego, fue maximizado en las redes y se estuvo hablando de ello durante un tiempo; sin embargo, más allá de lo que pasó y lo que se dijo que pasó, es evidente que hay una confrontación entre los que apuestan por aquello de “todos los derechos para todas las personas” y los que preferirían que las cosas siguieran “como han sido siempre”, y el medio médico no escapa a esto. 

El Dr. Ronny, cristiano practicante, me dice que “como médico” considera que la homosexualidad se trata de un trastorno psicológico y pone en duda que tenga un origen genético porque “…los científicos no han encontrado el tan anhelado gen gay…”. El tema de por qué unas personas “prefieren” a las de su mismo sexo, actualmente, está en debate. Las opiniones de los expertos se dividen entre los que apuntan a motivos socioculturales —la educación, la crianza, la influencia social…— , aunque estos grupos pierden cada vez más adeptos, ante la creciente evidencia, a partir de experimentos en animales, de que “las masculinización” o “la feminización” del cerebro es una consecuencia de los niveles de testosterona, que es la hormona sexual masculina por excelencia, en los distintos momentos de la vida prenatal. Partiendo de ahí, sería imposible que cualquiera pueda “escoger” su orientación sexual. Por otro lado, hay investigadores que plantean que las identidades sexuales son  “construcciones sociales” y se apoyan en el hecho de que la homosexualidad en otras épocas era diferente. La mayor crítica que se le hace a esta teoría es que, aunque haya tenido rasgos distintos, el fenómeno básico —la atracción por personas del mismo sexo— ha existido siempre.  

Una psiquiatra me comenta que en lo personal está totalmente a favor de la libertad y “todo lo que eso implica”. Por la parte de la psiquiatría, explica, la tendencia es que la homosexualidad deje de considerarse una patología; desde 1973 la Asociación Norteamericana de Psiquiatría (APA) decidió eliminar a la homosexualidad de la categoría de “desviaciones sexuales”. Lo anterior provocó una enorme controversia porque abría las puertas para que otras organizaciones hicieran lo mismo —tal es el caso de la OMS, que tomó una decisión similar el 17 de mayo de 1990, y contribuyó a cambiar visiones y paradigmas fuertemente arraigados.  

Sin embargo, a pesar de estas transformaciones, el tema de “asumirse” públicamente no deja de ser complejo. Un colega gay, —que me solicitó que no mencionara su nombre—, me comentó que, aunque durante mucho tiempo sintió temor al rechazo de sus compañeros y sus profesores, le fue mejor de lo que esperaba “siempre que se hable del medio médico”. En cuanto a su familia, sus padres son los únicos que “verdaderamente” lo saben y le pidieron que nadie en el pueblo se entere, “en el fondo, no lo aceptan”. Siendo muy joven pensaba que se podía “curar”, que cuando tuviera una novia “se le iban a olvidar los hombres”. Pero pasó todo lo contrario: se dio cuenta que lo que tiene “no es una enfermedad”, que no había cura, que “él era así e iba a ser así por el resto de su vida”, de modo que “tenía que aceptarse y buscar la manera de que  su familia y la sociedad lo aceptaran”. 

La idea de que era posible “curar a los homosexuales” ocupó a la ciencia médica durante gran parte del siglo XX. Se ensayaron varios métodos como la castración, los trasplantes de testículos, las hipotalamotomías —un procedimiento quirúrgico que consistía en lesionar una zona del cerebro donde se suponía que estaba la causa de “la enfermedad”—, pasando por las terapias de reemplazo hormonales. Un ejemplo paradigmático de lo anterior es el de Alan Turing, un matemático inglés, precursor de las computadoras y de la inteligencia artificial, que en 1952 fue acusado y condenado por “flagrante indecencia” y terminó suicidándose en 1954 por los efectos adversos de las hormonas. 

Volviendo a nuestro país, el Dr. Andrade, especialista en imagenología y también practicante religioso, me explica que hace mucho tiempo su opinión se alineó “a la palabra de Dios”. Para él, según la Biblia la homosexualidad es un pecado” y por eso tiene solución, “como cualquier otro pecado”. Agrega que las noticias hablan de marchas numerosas en ciudades estadounidenses de antiguos homosexuales que han sido “restaurados por el poder de Dios”. La solución al pecado es Jesucristo, “la oración a Dios ayuda, porque Dios dice que es un arma” y para concluir me cita a el libro sagrado: “… porque las armas de nuestra milicia no son carnales sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2Corintios 10:4). 

A cincuenta años de la histórica decisión de la APA, y en gran medida debido a la influencia de las iglesias evangélicas, ganan fuerza en el mundo las terapias de “reorientación sexual”. Según la asociación que agrupa a los psiquiatras estadounidenses, se trata de “métodos pseudocientíficos” que persiguen “curar la homosexualidad a través de la fe”. Un periodista francés que logró infiltrarse en estas congregaciones explica que estas prácticas consisten en “…confesiones públicas, oraciones interminables, humillaciones y rituales degradantes…”. Testimonios de personas que se autodefinen como “víctimas” de estas prácticas y rituales, describen que entre los resultados a largo plazo están la depresión, la ansiedad y otros problemas de salud mental. Al menos 700.000 personas han sido sometidas a estas técnicas solo en Estados Unidos y existen noticias de los mismos en más de sesenta países. Lo que podría ser más preocupante es que “los pacientes” comienzan a frecuentar dichos espacios durante su adolescencia, cuando aún no están en posición ni capacidad de decidir por sí mismos. Aunque el tema se maneja con discreción en nuestro medio, he tenido noticias de personas que esperan curar su homosexualidad “en las iglesias”. 

En lo personal, la discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género me parece un despropósito inaceptable. No se trata de “tolerar” o, incluso, aceptar a nadie, sino de entender que parte de la belleza de la humanidad —sin importar cual fue la entidad que le dio origen— reside en su diversidad, así como en el límite a la libertad de cada cual está claramente marcado en el respeto absoluto al derecho y la libertad del otro. Así mismo, aún cuando entiendo que se trata de un tema muy escabroso, donde lo científico se mezcla con criterios políticos, religiosos, filosóficos… desde el punto de vista clínico no existen motivos para entender la homosexualidad como una enfermedad. Es por eso que resulta tan preocupante la introducción en nuestro medio de las terapias de reorientación sexual, uno de los últimos reductos de patologización de la homosexualidad. El principio ético de primum non nocere —primero no hacer daño— que rige la medicina desde hace siglos, tiene que primar también en este asunto. Es muy peligroso cuando una institución, cualquiera, asume funciones que van más allá de su experticia, especialmente, cuando esa labor se orienta hacia menores de edad. Este es uno de esos temas que espero se incluyan en la nueva ley de salud en Cuba.

En la Isla, desde el 2019 la discriminación por razones de orientación sexual e identidad de género está constitucionalmente proscrita y, como decía al principio, se discute un nuevo Código de las familias que significaría un saltó importante. Sin embargo, todavía falta ganar mucho en educación, en respeto por el derecho de las personas a su privacidad para que casos como este dejen de ser motivos de murmuraciones más o menos maliciosas, las personas deben dejar de perseguir a “la gran ballena azul”. Entre tanto, el Dr. Ismael ha seguido adelante con su vida y aunque las murmuraciones parece que no han hecho demasiada mella en él, optó por irse a trabajar en otro sitio donde tal vez pueda ser más feliz. 

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