Vivir estresados: ¿cuándo se vuelve peligroso?

Es imposible que el estrés no nos afecte, la clave está en gestionarlo adecuadamente y evitar que se vuelva crónico.

Foto: Canva.

Vivimos tiempos difíciles. El precio del dólar, la inflación, los apagones, la falta de transporte y el deterioro de los servicios públicos conforman la realidad de un país en crisis. A lo anterior habría que sumar los retos naturales de la vida de cualquier ser humano en el planeta. 

Por si fuera poco, vivimos en una sociedad siempre despierta y ocupada, donde se asume que el éxito depende exclusivamente de nuestro desempeño. Tanto es así, que para algunas personas estar estresadas es normal y hasta deseable, configurándose a nivel colectivo una cierta romantización de este estado nada conveniente para nuestra salud que, indudablemente, no nos afecta a todos por igual. 

Todos hemos escuchado hablar de las implicaciones del estrés y los daños que puede provocar. Sin embargo, ¿somos conscientes de que estamos estresados? ¿Qué signos pueden ayudarnos a identificarlo? ¿Cuáles son las fases del estrés? ¿Qué podemos hacer para prevenirlo? ¿Qué es la respuesta de lucha o huida

El síndrome de Selye o síndrome de adaptación general

De acuerdo con el sitio MedlinePlus, “el estrés es la reacción […] a un desafío o demanda”. Esto implica que siempre que estamos estresados hay un factor de estrés, un estresor. 

Esta condición puede presentarse de manera aguda, cuando desaparece rápidamente. En esos casos se considera positiva, porque nos ayuda a ser más eficientes o a controlar situaciones peligrosas. El estrés crónico, por su parte, dura semanas o meses y causa problemas de salud importantes. Aún cuando se presentan como dos variantes del mismo fenómeno, no lo son del todo. 

El estrés agudo corresponde a lo que en 1915 el célebre fisiólogo estadounidense Walter Canon denominó como respuesta de lucha o huida, hiperexcitación o respuesta al estrés agudo. Esta sería la primera fase de lo que, veinte años más tarde, el fisiólogo checo Hans Selye definió como síndrome de adaptación general

Según la teoría de Canon los animales, cuando son sometidos a un estímulo, percibido como una amenaza, desencadenan una serie de mecanismos fisiológicos que desembocan en la liberación por parte del sistema nervioso autónomo (aquel que controla las acciones involuntarias de nuestro organismo, como por ejemplo: los latidos del corazón, el grosor de los vasos sanguíneos, la frecuencia respiratoria…) de adrenalina y noradrenalina. De manera conjunta se estimula el eje hipotálamo-hipófisis-supradrenal para que se libere cortisol, la llamada hormona del estrés

La acción conjunta de estas hormonas da lugar a una serie de signos que todos hemos vivido antes situaciones de emoción o peligro, incluso, sin que seamos conscientes de ellas. A continuación comento algunas encontradas en el sitio Bionity.com 

Todo esto persigue aumentar la eficiencia del organismo para hacer frente al agente estresor. ¿De qué manera? Se favorece la producción de energía, se garantiza la entrada de oxígeno al organismo, así como que la sangre llegue con más fuerza a los centros vitales y a los músculos, que haya más alimentos para las células, (recordemos que la glucosa es como la gasolina del cuerpo), aumentando el estado de alerta. 

A su vez, se inhibe todo lo que no es fundamental en ese momento: la función digestiva, la defecación, la salivación, el deseo sexual y la erección. Lo que importa es afrontar el peligro y mantenernos con vida. 

Es por eso que cuando estamos estresados respiramos con más frecuencia, el corazón late más rápido, la tensión arterial aumenta, nos ponemos pálidos, sentimos la boca seca, podemos presentar hipoglucemia, trastornos digestivos y disfunciones eréctiles. Pero, ¿qué sucede cuando el estresor actúa de manera continua e insidiosa sobre nuestro cuerpo? 

En 1936 el científico de origen checo Hans Selye describió el síndrome de adaptación general, que también se conoce con el nombre de Selye. Hans definió tres etapas o fases que atravesaron distintos animales de laboratorio cuando fueron sometidos a un estresor. Estas fases son: alarma, resistencia y agotamiento. 

Cuando un individuo percibe una amenaza se desencadena la reacción de lucha o huida que vimos anteriormente. Esto se conoce como fase de adaptación.

La segunda etapa es la de resistencia, la cual persigue mantener el equilibrio vital u homeostasia. En ella el cuerpo trata de repararse del impacto provocado por el agente estresor y la respuesta adaptativa. Si el estresor desapareció, los niveles de las hormonas del estrés, lo mismo que la tensión arterial y demás síntomas regresan a la normalidad. Sin embargo, si el estresor continúa actuando, nuestro organismo nunca recibe una clara señal de vuelta a la normalidad.

La exposición continua a un estresor será capaz de drenar nuestras reservas físicas, psicológicas y emocionales, que eventualmente se agotan. 

Esto es particularmente evidente en algunas enfermedades, en las que al pasar de la fase aguda a la de recuperación nos sentimos exhaustos. En esos casos estamos en la fase del agotamiento, debido al estrés biológico a que ha sido sometido nuestro cuerpo. 

Pero las enfermedades no son el único ejemplo. Los seres humanos somos biopsicosociales, de modo que, además del estrés biológico, también las condiciones sociales o situaciones psicológicas pueden volverse estresores e incidir sobre nuestro organismo de manera oculta durante mucho tiempo, generando daño.

Modelo psicosocial del estrés

¿Por qué las personas no reaccionan de la misma manera ante un mismo estresor? Todo depende de la percepción que tengamos de este. El propio Selye, de acuerdo con un artículo publicado en el sitio del Instituto Nacional de Seguridad e Higiene del trabajo de España, establecía la diferencia entre reacciones agradables o “eutress” y desagradables o “distress” a algunos agentes estresores. Esto tendrá una contrapartida fisiológica. Dicho de otra manera: la forma como nuestro cuerpo responderá a esas sensaciones y percepciones será distinta. 

Las reacciones fisiológicas dependerán de la percepción que se tenga de las demandas a las que estamos sometidos y la respuesta del organismo, por tanto, será diferente en cada caso. Las tareas que pueden resultar exigentes pero controlables y agradables generarán la secreción de adrenalina, en esos casos se suspende la secreción del cortisol.

De ahí se deriva que la adrenalina y su precursora, la noradrenalina, sean consideradas las hormonas del esfuerzo, las que nos permiten dar un extra en un momento determinado; en tanto que el cortisol es la principal hormona del estrés. A ella debemos el aumento de la glucosa en la sangre y de las sustancias reparadoras, pero también la inhibición de las funciones digestivas, inmunológicas, reproductivas, de crecimiento, así como la activación de determinadas zonas del cerebro responsables de controlar los estados de ánimo, el miedo y la motivación.   

¿Qué pasa si no nos damos cuenta? Signos ocultos del estrés

Debido a cuestiones genéticas o a la experiencia de vida, las personas percibimos de manera diferente una misma situación estresante. Lo que para algunos es causa de distrés, para otros podría ser una situación común y hasta estimulante. 

Por otro lado, ante un agente estresor, muchas personas pueden permanecer en fase de resistencia, con mínimas alteraciones en el organismo y sin que ni siquiera se den cuenta; esto se debe a la ausencia de los síntomas clásicos de estrés que mencionábamos arriba o la escasa conciencia que de ellos se tiene. Sin embargo, nuestro cuerpo tiene maneras de alertarnos que estamos yendo más allá de nuestros límites. 

Veamos a continuación algunas de ellas, de acuerdo con un artículo que apareció en el sitio Businessinsider.es. Los invito a preguntarse si las han experimentado. 

La primera de ellas es el bruxismo, “una afección en la que una persona rechina, aprieta o cruje los dientes”. Esto puede ocurrir cuando estamos despiertos o dormidos. En la mayoría de los casos los síntomas son leves, pero el bruxismo grave puede dañar los dientes, provocar dolor o cansancio en la mandíbula y cefalea. Aunque tiene varias causas reconocidas, el estrés es una de las más frecuentes. ¿Le ha sucedido?

Las cefaleas tensionales también son un signo de que podemos estar sometidos a un estrés excesivo. Se trata de la forma más común del dolor de cabeza y tiene diferentes maneras de manifestarse. En ocasiones, sufrir frecuentemente de estas puede ser un signo de estrés que merece atención. 

Los dolores corporales son otro signo clásico. Estar demasiado alertas, aún cuando no lo percibamos, o dedicar muchas horas a la realización de un trabajo que tenemos que entregar o finalizar puede llevarnos a sentir dolores o provocar contracturas musculares en distintas zonas del cuerpo. Es importante prestar atención a estos síntomas. 

La liberación de cortisol, por otra parte, puede interferir en el correcto funcionamiento del eje hipotálamo-hipófisis-gonadal, que es clave para el ciclo menstrual, como ya vimos en artículo anterior. Por eso el estrés crónico puede provocar trastornos menstruales, haciendo los ciclos muy cortos, muy largos y/o dolorosos. En algunos casos la causa no es orgánica, sino estrés. 

También se observan con frecuencias las alteraciones del aparato digestivo que incluyen acidez, diarrea, estreñimiento, sensación de hartazgo. Por supuesto, el estrés no es la única causa posible, pero ante la aparición inexplicable de estos signos es lógico preguntarse si estamos estresados. 

Esto se conecta con alteraciones del apetito. Algunas personas comen más cuando están estresados y, en consecuencia, aumentan de peso “inexplicablemente”. Otras, por el contrario, no encuentran tiempo ni motivación para alimentarse y adelgazan. En ambos casos es preocupante. Una buena dieta es fundamental no sólo para nuestra salud física, sino también psicológica. 

El estrés también se manifiesta en la piel y el cabello. En el primer caso, puede provocar brotes de acné; desencadenar erupciones, urticaria y enrojecimiento y exacerbar enfermedades preexistentes como la psoriasis; otras manifestaciones de este fenómeno son la hiperpigmentación, un tono irregular o desigual y piel seca.

En cuanto al cabello o cuero cabelludo, lo más común son las alopecias o caídas del cabello en distintas zonas y las dermatitis seborreicas. 

Sin dudas, entre las manifestaciones más importantes del estrés crónico están las que afectan nuestra esfera psicológica y que se relacionan íntimamente con la depresión y la ansiedad. Entre ellas tenemos: trastornos del sueño, alteraciones en las relaciones interpersonales, de memoria, dificultad para tomar decisiones o afrontar tareas que antes resultaban sencillas, encontrar menos placer en actividades que antes se disfrutaban, mientras nos inclinamos a otras menos saludables como el consumo de alcohol y otras sustancias nocivas. A estos se suma la irritabilidad, el nerviosismo, la aparición de pesadillas, entre otras manifestaciones que afectan la calidad de vida. 

Por último, el cortisol puede interferir en el normal funcionamiento del sistema inmunológico. De acuerdo con un artículo que aborda el efecto del estrés sobre nuestra inmunidad, el estrés agudo incrementa la resistencia del organismo a las infecciones, mientras que el crónico favorece la aparición de estas enfermedades. Entre los mecanismos que se citan están: la inhibición de la movilidad celular, su capacidad para atacar las células infectadas y otros, lo que nos hace vulnerables no solo a las infecciones sino también a otras enfermedades como el cáncer. Es importante recordar que el sistema inmunológico todo el tiempo está destruyendo células cancerígenas y evitando que aparezcan estás patologías. 

No vivimos en una urna de cristal

No podemos evitar estresarnos de vez en cuando. De hecho, sería preocupante que no sucediera así, porque la respuesta de lucha o huida es un mecanismo adaptativo que nos permite reaccionar ante las agresiones y amenazas del medio. Sin embargo, sí podemos hacer mucho por evitar el estrés crónico, especialmente las etapas de resistencia y agotamiento. 

Es importante identificar las fuentes de estrés y evitarlas en lo posible. La práctica regular de ejercicios, como mínimo 150 minutos a la semana, una alimentación saludable, así como horarios de sueño adecuados también pueden ser útiles. 

Debemos alejarnos de sustancias tóxicas como el alcohol, el tabaco y el café (en exceso). Este último, si bien puede darnos la sensación de que rendimos más, a la larga interfiere con nuestros ciclos de sueño y tiene importantes efectos sobre el sistema cardiovascular y respiratorio. 

Otras estrategias incluyen la realización de ejercicios de relajación, yoga y meditación. 

En ocasiones, el estrés nos sobrepasa y aparecen signos de depresión o ansiedad. Cuando esto ocurre es válido buscar ayuda especializada. Lo mismo sucede cuando las manifestaciones físicas del estrés hacen que aparezcan nuevas enfermedades o que se exacerben otras que ya padecemos.  

Vivir en resistencia o agotamiento no solo no es sano, sino que nos llevará, a la larga, a enfermarnos. No podemos evitar los estresores, siempre los va a haber, porque la vida también consiste en resolver problemas y adaptarse a realidades complejas y cambiantes. Pero podemos escoger no estar estresados y afrontar la realidad de un modo más inteligente, que a la larga es el más sano.   

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