La autoestima sana de nuestros hijos

Son únicos e irrepetibles y tienen todos los derechos, e izquierdos, en este mundo, de ser ellos mismos.

Foto: Pxhere.

Querernos y respetarnos debiera ser algo natural, consecuencia del amor y del respeto recibido por nuestros padres, por nuestra familia en general, por los educadores y el resto de las personas con las que interactuamos en nuestro paso por el mundo.

No tenemos dudas de lo importante que resulta poder hacer juicios acertados sobre nosotros mismos. A partir de éstos, del análisis crítico, debemos crecer reforzando lo positivo y, como resultado, ser en nuestro entorno, individuos adaptados y, en esencia, felices.

A nuestros hijos procuramos darles todo lo necesario para este fin, en un ambiente cálido, para que crezcan tanto en lo físico como en lo espiritual. Entonces, si somos conscientes de la importancia de estimarse adecuadamente, ¿por qué es tan frecuente escuchar decir que alguien tiene baja la autoestima?

Al parecer no nos damos cuenta, en la educación que propiciamos a nuestros hijos, cómo va creciendo con determinadas actitudes nuestras, la semilla, que lacera, mutila, empobrece el amor propio, de nuestros niños queridos.

Una de las lamentables y frecuentes acciones de los adultos que hacen sentir muy mal a los niños es que los comparemos con los hermanos, con los otros estudiantes de su clase, o con cualquier otro niño, como si pretendiésemos, más allá de la lógica, homogenizar humanos en detrimento de la diversidad.

También será inapropiado censurarlos en público. Y mucho peor será reírnos de sus pequeños errores, añadiéndoles a los mismos un peso extra, convirtiéndolos en una carga inmensa, difícil de soportar. De este modo solo los avergonzamos, sin resolver nada con ello.

Dar siempre el primer beso o ser más efusivos con uno de los hijos, por ser el más pequeño, el más enfermo o cualquier otra razón, puede resultar lacerante para el otro hermano que no puede entender por qué el amor no se da a todos los hermanos por igual, en cantidad y calidad, a pesar de que se les dice que son queridos de igual manera. Estas diferencias les hacen suponer que si “recibe menos” es porque su valía es también menor.

Usar la frase cotidiana “no importa lo que elijas como profesión, pero debes ser el mejor”, les impondrá una meta estresante, haciendo pensar a ese pequeño que al no cumplir lo incumplible –creer que se puede ser el mejor en un mundo donde el trabajo en equipo se impone, es risible–, se defraudarían sus progenitores. ¿Puede haber peor castigo para un niño?

En cambio, para evitar que nuestros niños tengan baja autoestima, debiéramos aceptar las diferencias. Respetarlos y quererlos así como son, da lo mismo que sean los primeros de la clase como los últimos.

El aprendizaje académico, aunque es importante para este mundo competitivo, es sólo una parte de la formación de nuestros hijos. Lo primordial en nuestra mira debe ser que sean personas de bien; que se ganen de adultos (siempre que estén aptos para hacerlo), honestamente el pan, y que sean felices.

Es necesario también estar al lado de ellos, aunque no siempre signifique que estemos de acuerdo con ellos. Desaprobaremos las conductas inadecuadas, no al niño, que nunca debe sentir por mal que se haya portado, que nuestro amor es menor por ello. Los más rebeldes ponen a prueba, en todo caso, nuestros recursos educativos, no nuestro amor. No deberán faltarles tampoco las oportunidades para redimirse.

Pedirles que “lo hagan lo mejor que puedan”, estimulando el esfuerzo y respetando el ritmo individual de desarrollo de cada uno de nuestros hijos, estando satisfechos con sus logros, reconocerlos y mostrarnos felices por ellos.

Orientarlos, pero mientras no se dañen ellos o al resto de los humanos, dejar que decidan el camino a transitar y la vía para hacerlo. Cada uno sabe el tamaño de la cruz que puede cargar.

El cariño, nuestro afecto y amor se les dará como suero en vena, lo cual no significará que tengamos que complacerlos en todo. Los límites son necesarios para construir un mundo asequible a cada etapa de su desarrollo.

Tenemos que recordar que para construir un mañana sólido donde puedan empinarse en lo alto a pesar de los sinsabores y de las adversidades, esquivando con fortaleza los golpes venideros, nuestros niños deberán abrazar la alegría en todos los escenarios posibles, riéndose hasta de ellos mismos; no deberán temerle a la vida, pero deben cuidarla, cuidándose sin exageraciones; no deberán sufrir más de lo que les toca, aunque tampoco deberán reprimir el dolor; no deberán bajar la cabeza por más lejos que esté el horizonte; ni esconder sus ideas, por simples y arbitrarias que a otros parezcan; deberán aprender a no escudarse en un prisma de justificaciones, asumir o no asumir la tarea teniendo en cuenta sus motivaciones y posibilidades, sin vergüenza por el camino elegido; conocer sus capacidades y potencialidades y que otros se las reconozcan y que este reconocimiento se traduzca en oportunidades acordes a ellas. Nuestros hijos deben entender que son únicos e irrepetibles y que tienen todos los derechos, e izquierdos, en este mundo de ser ellos mismos.

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