Luna de miel con hijos

Salir, divertirse, descansar, tomarse un tiempo para sí, no solo es bueno para los padres que fueron, y son, primero que todo, una pareja.

Foto: Pxhere.

Hace un par de años nos invitaron unos amigos, a mi esposo y a mí, a pasar una semana de vacaciones en Matanzas. Nos quedamos atónitos con dicha invitación pues mis hijos quedaban fuera de la misma. Jamás habíamos ido de vacaciones sin ellos, a pesar de que eran ya grandecitos los dos. Nos miramos y dimos una respuesta salomónica, usada para ganar tiempo antes de decidir. La misma fue: “después les decimos, debemos ver si podemos liberarnos del trabajo”. Pero el verdadero motivo de nuestra indecisión era otro. ¿Hacíamos bien o mal en ir solos? No lo sabíamos. Por un lado, pesaba el cansancio de un año de trabajo arduo que pedía a gritos un descanso; y por el otro, la carita de mis hijos haciendo pucheros… creía yo. En fin, habiendo dejado la puerta abierta, solo debía dilucidar la respuesta correcta a lo Jessica Fletcher.

En mis cavilaciones, recordé que, al no casarnos, nunca tuvimos Luna de Miel. Digo “esposo” porque para mis efectos lo es. Veinte años juntos en las buenas y en las malas merece la más alta distinción de mi parte, aunque realmente pasamos de novios a padres. No hubo boda y, por tanto, no hubo Luna de Miel. Me embaracé pronto (al año de estar juntos). Los problemas frecuentes en la salud del pequeño desde que nació, y para completar, nuestra mala economía de papás maestros jóvenes, nos limitaban en cuanto a opciones de paseo. Así, después de varios años, llegamos a prescindir de la idea de hacer la ceremonia nupcial, con su Luna de Miel incluida.

Aunque nada de esto era culpa de mis hijos, la balanza se inclinó hacia la decisión de “irnos” hasta el punto de que temí hiciera un hueco en el suelo. ¿Por qué a pesar de todo esto estábamos tan inseguros?

Cuando digo que eran grandecitos es porque nuestro hijo mayor ya había cumplido 19 años, todo un adulto reconocido por la Ley; y el pequeño 14, adolescente, pero del que no tenía queja. Era muy independiente y con habilidades culinarias incluso. A pesar de todos estos argumentos por más sólidos que fueran, el hecho era que me sentía como Bin Laden.

Después de pensar y autoconvencerme de que no era ningún crimen de guerra querer irme, pasé a oír la opinión de ellos. Se lo comenté a cada uno por separado para que las respuestas fueran auténticas.

El mayor, por lo inusual del hecho y lo despistado que es, no me entendió en un inicio y pensó que la invitación era para todos. Ver su carita decepcionada me entristeció, pero como todo el hombre que era ya en ese entonces, luego de volver a decírselo, nos dio luz verde con una sola condición: ¡Que nadie los cuidaría! Nada de abuelos, estarían SOLOS.

Siempre pensé que podría pedir a las abuelas su colaboración y supervisión, lo que aseguraría que además de vivos, encontrara mi casa en pie cuando regresara. Se viró la ecuación y, de la tristeza por dejarlos, pasé a la preocupación. ¿Podrían quedarse solos?

Pregunté entonces al más pequeño y quedé estupefacta con la inesperada respuesta. Éste me dijo que con él de todas formas no podía contar, pues tenía que estar localizado para sus diferentes proyectos artísticos en los que estaba imbuido: un programa de TV con una banda de música y una obra de teatro. Esto finalmente, inclinó la balanza casi de golpe en un abrir y cerrar de ojos, para decir que sí, que iríamos. Me di cuenta de que era una bobería mía; mis hijos habían crecido.

Les compré tanta comida apetitosa que me dieron ganas de quedarme a mí también. Todas cosas muy sencillas de hacer como hamburguesas, jamón, muslos de pollo. Y otras aún menos complicadas, aunque parezca increíble que pueda haberlas. Esto era por si aplicaban la Ley del Menor Esfuerzo: galletas, mantequilla, mayonesa, etcétera. Insanas, pero del agrado de ambos, por lo que de hambre no morirían. Les dejé un reglamento de convivencia e hice mis maletas.

“Reglamento para hijos adolescentes que se quedan solos”

    1. NO DISCUTIR, NEGOCIAR.
    2. MANTENER LO QUE ESTÁ, NO REGAR:
    1. DEJAR COMIDA ELABORADA EN EL REFRIGERADOR.
    2. ANTES DE ACOSTARSE, REVISAR QUE LA CASA ESTÉ BIEN CERRADA Y LAS LLAVES DEL GAS (hijo mayor).
    3. ANTES DE SALIR DESCONECTAR EQUIPOS ELÉCTRICOS (por los truenos).
    4. ¡LLAMARNOS CADA VEZ QUE TENGAN DUDAS!

¡Los amo! ¡Pórtense bien…! ¡Primeras vacaciones solos, disfruten con juicio!

El grande, en nuestra ausencia, llevó al pequeño con él por primera vez a la playa. También hizo una piyamada (invitó a amigos a dormir) y se le ocurrió comprar un perro, pero por suerte, su hermano menor le quitó la idea. Supe por la suegra del primogénito que el arroz que dejé hecho se puso verde (quizá pensaban ser abducidos por marcianos). Tuve que recargarles sus celulares pues no me escribían, según ellos, por no tener dinero en sus teléfonos. Quién cuidó a quién, no me queda claro, pero lo más importante fue que descubrí que sin nosotros sobrevivieron.

Finalmente, redujimos la semana a cuatro noches. La pasamos muy bien. Estuve cinco días sin cocinar. Visité las alucinantes Cuevas de Bellamar que no conocía. Disfrutamos de la playa hermosa de Varadero que nos llena de orgullo a los cubanos, con sus aguas tibias. Nos sorprendió cómo la ciudad de Matanzas languidecía de noche y caímos en la cama, muertos de sueño. No se puede pretender hacer una Luna de Miel cansados en vez de casados, más de 20 años después. Aunque del Lobo, aunque sea un pelo.

Cuando llegué todo estaba casi como lo había dejado, como en las películas. Lo único raro fue que estuvieron durmiendo un montón de horas. ¿Por qué estarían tan cansados? Pobrecitos hijos míos, pude llegar a otra conclusión: ¡fue agotador quedarse solos! Me sentí orgullosa de haber tomado la decisión de ir. Fue la correcta. Mis dudas estaban de más.

Mientras les comentábamos sobre el viaje a nuestros amigos, vi con sorpresa que nos miraban con las caras incrédulas del que piensa “cómo pudieron”. Entendí entonces por qué estábamos tan inseguros.

Las cubanas y cubanos por lo general, somos sobreprotectores más allá de la lógica. Olvidamos como padres que nuestros hijos cuando tienen oportunidades de pasarla bien, lo hacen, sin que sientan que nos abandonan por ello (esto es lo correcto y saludable) y somos felices viendo que los son.

¿No es justo, entonces, educarlos para que sientan lo mismo hacia nosotros? Los padres también debemos cuidar nuestra relación, por nosotros y por ellos, que crecerán y vivirán en un ambiente mejor si nosotros mismos somos felices. Tener vida propia como matrimonio. Salir, divertirse, descansar, tomarse un tiempo para sí, no solo es bueno para los padres que fueron, y son, primero que todo, una pareja; también será bueno para los hijos, que aprenderán a valorarse como seres con derechos y deberes con la pareja que algún día formarán. Somos sus modelos. Modelos de personas que merecen ser felices. Eso nada les quita, todo lo contrario: les aportará un hogar mejor.

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