Voces cubanas: Es urgente gestionar antagonismos y diferencias para construir consensos

Entrevista con Rubén Padrón Garriga

Voces cubanas sigue indagando sobre el espacio para la crítica en el actual proceso nacional, sobre sus posibilidades en la conformación del presente, sobre la necesidad de hacernos las mejores preguntas respecto al conflicto con los Estados Unidos, la desigualdad, la composición clasista, los derechos de la comunidad LGBTI o los problemas del socialismo cubano.

Estos son diálogos que deben abrirse con mayor amplitud en todo el espectro nacional.

En ello, es preciso rehusar la espiral viciosa propuesta por quienes viven de la “denuncia” respecto a cada espacio de debate o de diálogo, descalifican todo lo que no quepa en su doctrina, buscan con sus campañas desviar la atención sobre los problemas nacionales, depredan el debate público con sus exclusiones, y obstruyen la exigencia de poder poner en la palestra colectiva problemas reales y alternativas plausibles. El presente cubano tiene demasiados problemas para caer en esos marasmos.

Es responsabilidad de los intelectuales superarse y corregirse a sí mismos a través de la reflexión crítica sobre su propio trabajo, en relación con los datos y los discursos sociales. Es su necesidad rehusar los tópicos, las frases hechas, las consignas, los apotegmas “universales”, cuando son desmentidos por los hechos.

Es su obligación atreverse a mirar la realidad, contribuir a producir activamente ideas, pensar y participar de prácticas, ampliar el campo de posibilidades sociales, coadyuvar a construir agendas colectivas y a elaborar imaginación, en conexión densa con el mundo de lo social y el universo cultural del que participa.

En este empeño de contribuir al debate nacional, entendido como exigencia de participación política informada, Voces Cubanas conversa con Rubén Padrón Garriga, licenciado en Comunicación Social y maestrante en Desarrollo Social por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-Cuba).

Padrón Garriga ha investigado temáticas relacionadas con las políticas culturales, la comunicación para el desarrollo, los discursos citadinos, entre otras, y ha publicado ensayos, artículos, entrevistas y reportajes en publicaciones seriadas. También, milita de forma independiente por los derechos de la comunidad LGBTIQ+ en Cuba.

Desde hace algún tiempo la sociedad cubana se transforma social y económicamente, y se visualizan demandas de diversa índole por varios sectores. ¿Está el diseño del Estado cubano en capacidad para absorber y gestionar esas demandas?

La mayoría de los cambios sociales —cuando no implican la derogación del Estado— se logran mediante una conexión entre los demandantes en la sociedad civil y personas que tienen poder real para influir en las políticas para transformarlas.

El caso del Estado cubano es peculiar porque gracias a la “disciplina militante” exigida a la mayoría de los políticos, da la impresión de que solo los activismos independientes del Estado tienen demandas y contradicciones con el estatus quo.

La mayoría de las grandes organizaciones políticas y de masas, así como quienes ocupan cargos dentro de las estructuras estatales, son muy recelosos a pronunciarse a favor de alguna demanda que no esté en el cronograma legislativo o implique una crítica o desacuerdo con la aplicación práctica de alguna política, o sencillamente un criterio diferente al de algún cuadro del Estado.

Sin embargo, creo posible identificar tendencias diversas dentro de los políticos cubanos y mayor o menor identificación con las demandas de transformación social que exigen los diversos grupos en la sociedad civil.

Nos hemos acostumbrado —o nos han acostumbrado— a actuar desde el “ordena y manda” mientras en las máximas esferas políticas no se ponen de acuerdo en cómo darle solución al problema estructural.

Aunque en teoría existen muchos espacios para que la sociedad civil plantee sus inquietudes, la posibilidad de transformación real de esos espacios es bastante limitada.

Por tanto, lo primero que necesitaríamos es reconocer con celeridad esas demandas y trabajar de conjunto en las posibles soluciones para ellas —no “la solución suprema”— desde el momento en que estas son formuladas y empiezan a ser compartidas por una cantidad significativa de personas.

También es necesario que los ciudadanos sientan que los políticos y/o parlamentarios respaldan o rechazan sus criterios —ya que las demandas de unos pueden ser contradictorias con las de otros— y que esos debates dinamizadores se están dando en las esferas de poder; se hace, además, ineludible una mayor participación de los activistas y estudiosos de esos problemas en las soluciones.

Hoy mismo hay mayor conciencia de esta necesidad que hace algunos años, pero no sé hasta qué punto el Estado esté dispuesto a cambiar esa tradición “disciplinada” en los políticos y transparentar sus debates o discusiones con la ciudadanía.

¿Cuál es su opinión sobre la intensificación de las sanciones a Cuba que tuvieron lugar durante la administración Trump en medio de esta crisis agravada por la pandemia y sus consecuencias sobre el país?

Las sanciones vinieron a romper el inicio de un diálogo, no solo entre dos gobiernos, sino entre dos pueblos que habían estado aislados durante décadas.

Por otro lado, han afectado a muchísimas familias cubanas, no solo en temas de viajes y remesas, sino en la posibilidad de acceder a una canasta básica de alimentos y otras necesidades en medio de una crisis sanitaria.

Si bien hace tiempo que en Cuba el salario no alcanza para vivir, hoy no tenemos medidas internas más torpes que hace 5 años, incluso, me atrevería a decir que recientemente han ocurrido transformaciones, que, si bien insuficientes, probablemente sean las más osadas de este siglo en el país. Sin embargo, el contexto económico y político hostil ha frustrado su operacionalización y efecto directo sobre la economía familiar.

La diferencia entre el nivel de vida de la población en la Isla antes y después de las sanciones es evidente, incluso previo a la conocida Tarea Ordenamiento.

La propaganda en Cuba ha sido torpe en lo relativo al bloqueo y las sanciones de los Estados Unidos. Se ha cargado con consignas y sentimentalismos contra una política y acción que tienen muchas formas racionales de combatirlas en materia de comunicación, pues violan varios principios internacionales y son rechazadas todos los años en la ONU por países con administraciones tanto de izquierda como de derecha.

La información sobre los efectos reales del bloqueo y las sanciones no llega con efectividad a todos los sectores sociales, aunque a todos afecta. Utilizarlo como comodín para justificar cualquier problema que tengamos ha hecho que se naturalicen y minimicen en los imaginarios sociales sus innegables impactos.

Por tanto, urge una estrategia inteligente que ponga todas las cartas sobre la mesa y, más allá de la propaganda, nos permita precisar con honestidad cuáles limitaciones causa el bloqueo y cuáles nuestras deficiencias y errores.

Debemos hacernos y responder las preguntas incómodas que hacen sus defensores o negacionistas: ¿por qué a pesar del bloqueo se venden en las tiendas cubanas paquetes de pollo con la bandera norteamericana y por qué la enorme mayoría del pollo que se consume en Cuba tiene que ser importado?, ¿cuáles dispensas, prerrogativas, existen para el comercio con los Estados Unidos?; ¿cómo y por qué se exportan productos cubanos a Europa a pesar de las sanciones que trascienden el territorio norteamericano?, ¿por qué afecta la entrada y producción de medicamentos, aunque no haya directamente ninguna normativa en contra de este sector?

La comunicación política debe intentar dialogar más, no solo con quienes sufrimos sus efectos en Cuba, sino también con quienes pueden hacer activismo en los Estados Unidos y el resto del mundo para eliminarlo o flexibilizarlo, incluso cuando no estén de acuerdo con todas las aristas del sistema político cubano.

También es importante que los cubanoamericanos puedan valorar en toda su dimensión cuánto afecta a sus familiares aquí y qué tan irresponsable es pedir que lo arrecien. Si lo saben realmente y lo hacen, es un acto de crueldad no con el gobierno, sino con quienes vivimos en Cuba. 

La actual dinámica socioeconómica genera cambios en la composición clasista o de sectores de la sociedad cubana y sus dinámicas de desigualdad. ¿Cómo ve este problema y sus posibles soluciones?

El principal problema no son las actuales dinámicas económicas, sino llevarlas a cabo como si estuviéramos en los años 1980.

Hay que distinguir entre igualdad, igualitarismo y equidad. Los ciudadanos tenemos puntos de partida diferentes, condiciones diferentes para el aprovechamiento de las gratuidades, capacidades y habilidades diferentes; por tanto, si repartimos por igual, unos pocos quedarán con mucho, algunos con lo suficiente, y otros con casi nada.

Para mí lo primero es reconocer las desigualdades y las inequidades en todos los espacios, favorecer metodologías para estudios proactivos y trazar políticas focalizadas para quienes están en mayor desventaja.

La ONEI hace años aplica una Encuesta nacional sobre la situación económica en los hogares que permite extraer importantes indicadores, como el coeficiente Gini —que mide desigualdad—. Sin embargo, aunque las preguntas son públicas, los resultados tienen carácter secreto.

Este secretismo, a pesar de haber sido criticado muchas veces, prevalece en algunas informaciones necesarias para tomar, no solo decisiones, sino conciencia de los problemas. Realizar y publicar investigaciones con muestras poblacionales amplias a lo largo y ancho del país también es extremadamente engorroso.

Aun así, tenemos investigadores y académicos que han abordado las desigualdades en Cuba con rigor científico —aunque la mayoría de los estudios publicados vayan hacia lo metodológico—, pero no hay una conexión con los decisores que permita adaptar de forma dinámica y sistemática las políticas públicas a esos contextos desiguales cambiantes. 

Ahora mismo no tenemos clara una estrategia integral para sacar de la pobreza a quienes lo necesitan con mayor urgencia. Lo más cercano a esa necesidad en los últimos años fue la “Batalla de Ideas”, la cual tuvo conocidísimas deformaciones, pero brindó alternativas para el estudio y el trabajo a varios de los más afectados por las inequidades que se evidenciaron a partir de los años 90.

Cuando el programa se desarticuló no se sustituyó por otro mejor, y esas personas volvieron a quedar en tierra de nadie.

Las protestas del 11 de julio evidenciaron varios problemas de larga data a los que no se les había prestado suficiente atención. Algunos tenían una solución simple, como el de la libreta de abastecimiento para personas sin dirección regularizada en su residencia actual, mas otros no se resuelven con un decreto, sino que necesitan un programa integral contra la pobreza y por la equidad social, que aún hoy no tenemos bien delimitado ni estructurado de modo coherente.

En un contexto económico y social tan complejo, ¿cuál es el espacio que tiene hoy la crítica social?, ¿Cuál espacio tienen, y deberían tener, los activismos ciudadanos, como el orientado a la defensa de los derechos de la comunidad LGTBIQ+?

La supervivencia es una urgencia para la mayoría, y, por tanto, postergamos otras conquistas necesarias. Sin embargo, me atrevería a decir que hoy hay más espacios para la crítica social que hace algunos años, y no han sido “migajas del poder”, sino conquistas de la ciudadanía.

Por otro lado, el activismo sigue resultando un terreno enormemente complejo y agotador. Aunque no me gustan las divisiones estáticas, delimitaría en esta zona a aquellos que se hacen desde el Estado, generalmente —aunque con contadas excepciones— de forma “disciplinada” y sin dar un paso que no sea aprobado por el aparato burocrático; a los que buscan la destrucción de dicho Estado, por lo cual son incapaces de reconocerle cualquier acierto a la política gubernamental, además de generar —en ocasiones— alianzas tóxicas con la zona más reaccionaria de la política internacional; y un tercer grupo de activistas que, si bien presionan al poder estatal para su transformación y desarrollo democrático, no pretenden su desintegración sino su desarrollo democrático.

Colocarse en un grupo implica muchas veces la enemistad con los demás, máxime cuando los errores cometidos por instituciones estatales contra los activistas marcadamente opositores han generado una empatía que los blinda ante la crítica.

¿Cómo te posicionas —sin parecer un monstruo insensible— en contra de las ideas de una persona que lleva cuatro días con una patrulla que no la deja salir de su casa? Eso quita fuerza moral para rebatir posturas realmente nocivas para un desarrollo democrático en la Isla, pues nuestros privilegios y la desprotección de aquellos van a pesar más que cualquier argumento.

El activismo LGBTIQ+ es un claro ejemplo de estas contradicciones.

Coexisten, no siempre fraternalmente, quienes critican la homofobia o transfobia solo cuando viene del Estado cubano, yuxtapuestos a quienes son expertos en analizar las exclusiones en las sociedades capitalistas bajo administraciones de derecha, pero hacen silencio o las tratan con paños tibios cuando las tenemos aquí; otros nadan entre los dos polos luchando para lograr derechos ciudadanos negados históricamente hasta el presente.

Mantener coherencia se hace cada vez más difícil cuando eres atacado por ambos extremos, pues para unos eres condescendiente con el poder y para otros le haces el juego al enemigo. Esto lo he comprobado, por ejemplo, en la administración de un grupo de Facebook, de izquierdas, llamado Utopía Revolucionaria en el que me invitaron recientemente a participar.

¿Cuáles cree que son los desafíos más complejos para el socialismo cubano en este momento?

El primero está en revolucionar la política económica, teniendo en cuenta el bloqueo y las condiciones estructurales de desarrollo deformado que heredamos del colonialismo.

Por nuestro lado es necesario que los trabajadores se sientan estimulados e innoven, y para esto hay que hacer más horizontal la gestión de las empresas, crear espacios para escuchar, y sobre todo aplicar, sus criterios.

A esto se le debe sumar una política de cuadros que deje de apartar de los procesos de dirección a quienes se cuestionan su realidad. El capitalismo es tan fuerte como sistema, entre muchos otros factores, porque logra incluir —aunque sea para absorber— a las personas útiles y necesarias, aunque tengan desafectos con el partido de turno o incluso con el sistema.

Es algo que debemos aprender y aplicar si queremos evitar que los cerebros se nos sigan yendo porque chocan con un dirigente muy convencido, disciplinado y hasta sacrificado, pero con poca agudeza e intelecto, y a veces, hasta corrupto.

Sumado a esto es imprescindible destrabar lo relativo a las Pymes y su carácter dinamizador de la economía, e incentivar aquellas que puedan influir directamente en la solución de problemas de primer orden para el país.

Por otro lado, hay que dejar de ver al sector privado como una “isla capitalista” dentro del modelo socialista cubano, y desprendernos de las lógicas del siglo xx para entender el socialismo como el sistema que debe garantizar que cada quien viva dignamente de su trabajo. Por tanto, integrar las Pymes al sistema social cubano implica velar porque sus miembros tengan los mismos derechos laborales que los demás.

Identifico que un segundo reto está en crear —y permitir— mejores espacios para una crítica social transformadora en medio de una guerra simbólica de egos e histerias, sumada a una situación internacional hostil que ha reforzado el espíritu de “plaza sitiada”.

Es urgente asimismo gestionar antagonismos y diferencias para construir consensos, con todos los que apuestan por una Cuba libre, soberana, próspera y democrática.

De ahí saldría el tercer reto: intentar sanar heridas y dialogar con los que piensan diferente al discurso oficial, y los que no viven en el país.

Cuando un cubano promedio sale de Cuba lleva el dolor de la separación de su familia y amigos, el desencanto de no haber encontrado un proyecto viable junto a ellos, más una maleta de ideas que aquí nunca expresó porque se consideraban problemáticas.

Eso la derecha lo sabe, de ahí que aliente sus quiebres, dolores y frustraciones. Como resultado, tenemos las caravanas que piden una guerra de consecuencias inimaginables.

El diálogo debe partir desde el reconocimiento de que no fuimos capaces de que se sintieran incluidos en el proyecto social cubano, y tratar de que los próximos emigrados tengan menos cosas guardadas porque no las quisieron o pudieron decir en su tierra.

Por último, pero no menos importante, está todo lo relativo a la política cultural, que no es solo el arte y la literatura, o el conocimiento enciclopédico, sino toda la producción e intercambio simbólico e ideológico que se expresa en hábitos, creencias, cosmovisiones, posicionamientos.

Debemos sacar la política cultural de las editoriales, teatros, cines y salas de conciertos, para transversalizarla a las escuelas, los medios de comunicación, las redes sociales, los centros laborales, las comunidades, las calles, las guaguas.

Esto debe implicar poner en crisis nuestros dogmas, nuestros valores clasistas y del siglo pasado, nuestra “moralina”, dejar de asumir como correctos patrones discriminatorios hacia las diversas identidades, y no solo en materia de género o racial, pues la cultura también implica una diversidad enorme para escoger nuestra ropa, nuestros gestos, nuestras palabras favoritas, para modificar o no nuestros cuerpos, festejar nuestras fiestas, expresar nuestros afectos…

Y todo esto debe entenderse también como un derecho ciudadano inviolable por cualquier regla o institución, pues sin esa diversidad será imposible construir el sueño martiano de una república “con todos y para el bien de todos”, y luchar por un mundo donde seamos “socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, como pedía Rosa Luxemburgo.

 

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