Voces cubanas: “Se ha perdido un tiempo precioso”

Entrevista con Dmitri Prieto

Foto: Otmaro Rodríguez

Voces cubanas buscó, para esta ocasión, el criterio del profesor, investigador y activista social Dmitri Prieto Samsónov, aspirante a Doctor en Antropología Social, y autor del libro Transdominación en Haití (2011), entre otros textos.

Desde hace algún tiempo la sociedad cubana se transforma social y económicamente, y se visualizan demandas de diversa índole por varios sectores. ¿Está el diseño del Estado cubano en capacidad para absorber y gestionar esas demandas?

Voy a partir de la premisa de que, más que una función del Estado, la gestión de las demandas de sectores sociales corresponde en principio a la posibilidad de auto organización de dichos sectores, es decir, a la realización de un potencial de autonomía social radical que les es inherente.

Actualmente, existe un gran déficit auto organizativo en Cuba; déficit sustentado por varios constreñimientos estructurales:

  1. Insuficiente marco legal en el seno de la normatividad provista por el Estado, que genera una dificultad permanente para la creación de organizaciones sociales autónomas, en formato de asociaciones, fundaciones, y otras. Aun así, es posible referir un grupo importante de actores sociales colectivos que han logrado bypassear esta insuficiencia, casi siempre gracias al talento negociador de sus liderazgos y algún tipo de vínculo con “padrinos” o “madrinas” bien posicionadxs en las altas esferas. Esas historias de éxito no son nada despreciables, todo lo contrario, considero que son fuente de optimismo. Se trata de proyectos comunitarios, emprendimientos, etc. Sin embargo, sus propias características visibilizan las limitaciones ya mencionadas. No obstante, está claro que vamos progresando hacia un universo cada vez mayor de actores sociales que operan sin pedir permiso, aunque habrá que ver su capacidad de sobrevivir. Por otra parte, el nuevo marco legal en torno a los emprendimientos puede generar más posibilidades de realización social en ese campo económico (con el correspondiente riesgo de generar o afianzar asimetrías sociales). Y, finalmente, habría que ver cuán emancipatoria es esa nueva realidad emergente: el demonio está en los detalles, y en esos espacios también puede haber semillas de nuevas dominaciones y explotaciones, máxime si tal es la estructura que se decide promover “desde arriba”.
  2. Sigue existiendo entre los órganos de control político un clima de sospecha hacia toda autonomía; esto reduce las cuotas de auto-organización realmente existentes.
  3. A pesar de que la historia de Cuba, desde 1959 y hasta hoy, ya consuetudinariamente es narrada en términos de colectivismo, hay que saber discernir en qué medida ese colectivismo es cierto cuando no se orienta “desde arriba”. No pongo en duda los valores solidarios del pueblo cubano. En cambio, existe una paradoja en torno a esa narrativa colectivista: los sistemas donde lo colectivo se gestiona mayoritariamente por orientaciones superiores, tienden a estimular el emerger de un ethos personal en extremo individualista, donde, por un lado, se sospecha de cualquier intento de empeño social “no orientado” (sospechas que pueden oscilar desde acusaciones de “diversionismo ideológico”, hasta la noción de que “esos oportunistas me cogerán pa’ sus cosas”) , de manera que es fácil que tales empeños colapsen, y, por el otro, hay poco conocimiento y cultura en el tema de cómo es que se hace para organizarnos “por cuenta propia” (no hablo en este caso de economía, sino de la capacidad de canalizar la auto-organización). Así, la serpiente se muerde la cola, y el déficit auto-organizativo se reproduce.

¿Cuál es su opinión sobre la intensificación de las sanciones a Cuba que tuvieron lugar durante la administración Trump en medio de esta crisis agravada por la pandemia y sus consecuencias sobre el país?

Está claro que el gobierno de Biden parece no estar decidido a revisar la política de Trump hacia Cuba. Todo bloqueo, embargo, u otro tipo de sanciones unilaterales de EEUU, —enfiladas contra el pueblo cubano bajo la premisa de que empeorando su situación se puede provocar un cambio de régimen—, son inmorales e ilegítimas, y deben ser condenadas.

Otra parte de esta problemática es la necesidad urgente de generar, desde el lado de Cuba, recursos para contrarrestar los efectos de tales políticas, más allá de la simple lucha “discursiva” contra el bloqueo. Se trata de regresar a una visión de lograr una verdadera independencia —también económica— para Cuba.

La actual dinámica socioeconómica genera cambios en la composición clasista o de sectores de la sociedad cubana y sus dinámicas de desigualdad. ¿Cómo ve este problema y sus posibles soluciones?

Primero que todo, tomemos consciencia de que las actuales dinámicas de desigualdad se superponen a una estructura clasista preexistente.

Las decisiones políticas estratégicas en Cuba, incluidos los movimientos clave de los “cuadros”, así como la producción de marcos jurídicos para la actividad de esos “cuadros”, son tomadas por una oligarquía: “la nomenklatura”, clase social compuesta precisamente por la nomenclatura de cuadros.

Todo tema sacado a consulta popular, a Congresos o Asambleas, es previamente preelaborado por esa “nomenklatura”. La última palabra sobre ese tema, el “corte final del bacalao”, le corresponde a ella. En la parte superior de la “nomenklatura”, en parte con vasos comunicantes a la alta burguesía —no solo cubana, sino también internacional— se concentran privilegios inauditos para “el cubano y la cubana de a pie”.

A esos privilegios se les van sumando los de la emergente clase capitalista cubana, que ahora recibe su bendición apostólica a través del Decreto-Ley de las mipymes.

Obviamente, el desenlace de esta desigualdad económica está en el plano de lo político, y en buena lid acá habría que hablar no solo de los destinos históricos de regímenes totalitarios teñidos de rojo socialista, sino también del sistema-mundo capitalista y su poderío económico y cultural, así como geopolítico, incluido el de sus actores emergentes, como China.

Ir a ese plano político de debate podría pasar por la clásica pregunta de “¿qué dosis de capitalismo está ok para que el socialismo cubano sobreviva?”. Pero, para mí, cualquier intento de responder esta capciosa interrogante debe pasar por una crítica consistente de la oligarquía-nomenklatura, y del sistema-mundo capitalista. Y para pasar de la crítica intelectual al plano de lo real, no olvidar que ninguna clase entrega el poder así como así. O sea, hablamos de la necesidad de una estrategia y una táctica para hacer una Revolución.

En términos menos patéticos, recordemos que el desarrollo del pequeño capitalismo cubano, disfrazado de “trabajo por cuenta propia”, a pesar de todo lo dificultoso y engorroso de su historia reciente que ya cuenta más de un cuarto de siglo, no ha enfrentado los impedimentos que la oficialidad le impuso al cooperativismo.

Solo el reciente Decreto-Ley lo emancipó de la siniestra obligación de conseguir el permiso de cierta altísima comisión, permiso por lo demás carente de término legalmente establecido. Y ni hablar de cooperativas de consumo. Esa fricción pone en evidencia cuáles actores económicos son los que reciben un trato más amigable por la “nomenklatura”, y así quedan en dichavao los rasgos del sueño que la “nomenklatura” atesora sobre sí misma y sobre el carácter de la futuridad de su poderío.

En un contexto económico y social tan complejo, ¿Cuál es el espacio que tiene hoy la crítica social?

Creo que, desde que yo me metí en estas lides a inicios del milenio, es legítima la conclusión de que generalmente con la crítica social, y especialmente la intelectual, los actores empoderados en Cuba hacen gárgaras, por no usar una expresión más neobarroca.

Se ha perdido un tiempo precioso, y la víctima principal es el pueblo. Una víctima secundaria somos los intelectuales críticos. Hoy creo que prevalece el cansancio, frente al entusiasmo que se vivió en algunos momentos de las primeras dos décadas del siglo.

Por otra parte, todo tipo de proyectos no-oficiales, de las más diversas tendencias, han ganado en legitimidad. Para existir ya no necesitan las antiguas bendiciones apostólicas. Se hacen muchos plenamente a pulmón. Incluso, ya el discurso oficial no niega que los periodistas opositores sean eso, periodistas.

Las redes digitales han concedido a un sinnúmero de personas, con o sin intereses políticos explícitos, un montón de oportunidades de acceso e intercambio de información y saberes. Inaudito en los 90 y los primeros 2000. Pero esa realidad también esconde una paradoja: por alguna razón en los prohibitivos 1990 hubo proyectos interesantísimos, groundbreaking, pero hoy es normal encontrarse con proyectos intelectuales y críticos de alta calidad, que, sin embargo, tienden a carecer de radicalismo y osadía hacia lo nuevo. Como que algo de eso se ha perdido en la cronología del cambio de siglo.

Debo añadir algo. Los materiales elaborados por la prensa oficial local en muchos casos son periodismo crítico de altísima calidad. Ello demuestra las posibilidades, las alturas a las cuales la prensa nacional también podría llegar. Aunque las noticias recientes, como la creación de Instituto de Información y Comunicación Social, una especie de superministerio de información y propaganda, parece prevenirnos contra todo optimismo.

Existe hoy un gran debate sobre el financiamiento extranjero de proyectos dirigidos a la subversión en Cuba ¿Cómo entender este fenómeno en el contexto político, económico y social cubano?

En gran mayoría de los casos, es imposible hacerlo de otra forma. Pero, por otra parte, la posibilidad de que un financiamiento foráneo impacte la formación de agendas y contenidos, no es para nada descabellada.

La única forma de recobrar la independencia en ese ámbito es que se posibilite la creación de medios de prensa totalmente autónomos. Pero en la precariedad controlada que vivimos, es muy poco probable que eso suceda.

Mirando la evolución de los proyectos intelectuales, culturales y comunicativos autónomos en los últimos lustros, me he percatado de que hay una dinámica siniestra que no puedo negar que se desenvuelve no sin ayuda de los consabidos órganos ideológicos y de control de la oficialidad. Y creo que esa dinámica tiene un sentido, que, de manera explícita o inconsciente, es introyectado al tablero por operadores de tales órganos casi como si estuviesen implementando algún manual de guerra ideológica.

Tal dinámica consiste en que, cuando surge cualquier proyecto serio de crítica desde la izquierda, se hace todo lo posible para empujarlo hacia la derecha, enredarlo con financiamientos y contactos políticos capitalistas. De más está decir que la “nomenklatura” y sus operadores ideológicos también hacen eso mismo, sin comprometer su poderío. Pero para quienes se declaran autónomos, eso es veneno, y con frecuencia termina por modificar las agendas, ajustándolas al consabido discurso liberal.

Y es perfectamente lógico que así ocurra, y que así sea intencionado. Porque para la “nomenklatura”, la izquierda es el oponente ideológico y el adversario político más consistente, ya que ahí está el conjuro que llevará a la oligarquía a la muerte, para decirlo en términos lezamianos.

La historia de países como Rusia, sin embargo, también hace sospechar de todo tipo de demócratas sin apellidos, de liberales disfrazados de humanistas. Me consta que el capitalismo realmente existente es terrible y mafioso cuando asoma en la historia del presente. Ignorar ese hecho es un crimen, venga de donde venga la ignorancia: de los ajustados cuadros políticos, de sus agentes operativos, o de la disidencia que prefiere no formular programas, y confiar en la “espontaneidad”.

Mi ideal de Cuba es el de un país cuya prensa no necesite proyectos con apoyo foráneo. Y creo que ese es el ethos que debe animar a una praxis que se precie de izquierda: anticapitalista, anticolonial y antiautoritaria.

Parecería que el discurso periodístico ha sustituido, en alguna medida, los procesos jurídicos en el caso de acusaciones sobre vínculos de personas o entidades con proyectos de subversión y “cambio de régimen” contra Cuba. ¿Qué opinión tiene sobre este problema?

No creo que se trate de un discurso “periodístico”. Es propaganda, pura y dura, en ausencia de condiciones para un debate entre iguales. Propaganda sucia que pone “en jaque” la dignidad de las personas, mezcla perversamente verdades y mentiras, utiliza medios que no son de investigación periodística, sino de contubernio con entidades gendarmeriles.

Es propaganda orquestada por manipuladores profesionales, asalariados y privilegiados por la nomenklatura, esa clase parásita, explotadora, dominante, que ha secuestrado para su uso exclusivo las nobles historias de la Revolución cubana y sus mártires.

El problema se resuelve haciendo rendir cuentas a tales sujetos, llevándolos al juicio implacable del pueblo, en el cual deberían responder por todas y cada una de las mentiras que han propagado. 

Como mismo Curzio Malaparte narra la interesante manera en que un gobierno social-demócrata de Alemania utilizo la “técnica del golpe de Estado” precisamente para impedir tal golpe y lograr su permanencia, también cierto país de Eurasia ha aplicado recientemente con mucho éxito la llamada guerra o subversión cibernética en favor de su estabilidad.

No dudo que Cuba sea hoy objeto de múltiples conspiraciones y operaciones, más o menos encubiertas, para lograr un cambio de régimen hacia el capitalismo privado, la democracia burguesa y el poder meritocrático de unos pocos (no voy a entrar en el debate sobre “qué es mejor”, porque al desenvolverse una agenda se ponen en marcha imponderables que perfectamente se pueden tragar todo inocente idealismo de partida).

Pero quienes se oponen en los medios oficiales a esas agendas, parecen estar aún menos interesados que sus adversarios en lograr un debate sincero y un diálogo transparente. La explicación es muy básica, casi pedestre: es una cuestión de mantener el poderío de una clase social sobre el resto del pueblo.

En cuanto a operativos de “golpe blando” tipo Sharp, habría que preguntarse cuánto, en realidad y en la imaginación, la gente puede ser degradada a la condición de títeres. No es una pregunta trivial, pero en mi opinión cualquier protesta, al menos en sus inicios, merece respeto: es muy poco lo que inicialmente puede lograr el mercenarismo. Ya cuando llega el momento de “cortar el bacalao”, pues entonces es otra cosa. Por eso yo descreo de cualquier poder constituido. Y la pregunta sobre Sharp y Soros rebota misteriosamente cuando la vemos como una proyección psicológica de alguna actitud básica de ciertos operadores del sistema, en cuanto a lo que ellos mismos saben hacer.

¿Cuáles cree que sean los desafíos más complejos para el socialismo cubano en este momento?

El desafío más complejo es que tal socialismo no acabe de nacer.

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