Balance lengüístico: 50 sombras del español en Cuba

En estas primeras 50 entregas de la sección nos aproximamos tanto a las dimensiones que escapan a la mirada de los estudios tradicionales de la lengua española como a los usos peculiares del idioma en Cuba.

Ilustración: Brady.

Hace casi dos años comenzó esta aventura que han sido los “Apuntes sobre Lengüística”, una sección quincenal cuyo propósito fundamental ha sido mirar jocosamente a las peculiaridades del español que hablamos los cubanos en la cotidianidad. Nombramos esta última entrega de la primera serie de “50 sombras” no en tono peyorativo, sino pensando en la sombra como el espectro difuso y misterioso que proyecta toda fuente de luz al encontrarse con algo que interrumpe su curso natural.

Quizá sea esta una imagen que ayude a comprender mejor cómo funciona una lengua, que no es entidad inmóvil e invariable, sino corriente que fluye sin cesar, encontrando a su paso elementos muy diversos que modifican su aspecto y condición. La lengua se deforma en su curso, pero esa deformación le aporta una nueva calidad, un nuevo rostro, siempre singular y distintivo.  

Cuando el español llegó a América y el Caribe era todavía una lengua en vías de consolidación, un ejercicio de afirmación de lo hispánico que tuvo necesariamente que ajustarse a la convivencia, no solo con otras lenguas, sino también con otros hablantes: pobladores originarios, emigrantes esclavizados, etc. 

Muchas veces la historia de las lenguas pasa por alto un importante detalle: el aparato articulatorio de un hablante resulta de un largo proceso de ajustes entre la fisiología humana y el medio ambiente, lo cual es perceptible cuando comparamos hoy las peculiaridades tonales del español que se habla en países como México, Argentina, Chile, Bolivia, Colombia o Puerto Rico.  

El español tuvo que apropiarse también de formas de nombrar que le resultaban ajenas, y le fue necesario, asimismo, adaptarse a dinámicas de comunicación atravesadas por las lenguas de los “otros”, con las cuales entró en contacto. En ese proceso adquirió un rostro plural que, si bien guarda relación con la original variante castellana, posee derivaciones muy diversas en Latinoamérica y el Caribe. 

En estas 50 entregas de la sección he tratado de aproximarme, precisamente, a dimensiones que muchas veces escapan a la mirada de los estudios tradicionales de la lengua. Haciendo un rápido resumen destacan, entre ellas, los regionalismos, las herencias lingüísticas que ofrecen un matiz singular a nuestra variante del español, el complejo mundo de las llamadas “malas palabras”, las relaciones de la lengua con ámbitos como la flora, la fauna o el cuerpo humano, la riqueza de nuestra fraseología, las conexiones profundas del habla cotidiana con esferas de la vida como el amor, el sexo, la muerte, el béisbol, el dinero, las ciencias, la educación, las redes sociales o la música popular, o los fenómenos lingüísticos que de manera progresiva han aportado un carácter singular al español que hablamos en Cuba. Entre ellos encontramos la omisión o aspiración de sonidos, la lateralización, la reduplicación, los usos perifrásticos, la toponimia, la resemantización o amplificación semántica de ciertas palabras, las desviaciones de sentido o las construcciones de negación y afirmación.

El examen de esta diversidad de temas y asuntos ha partido siempre de una perspectiva feliz y conciliadora. Es usual que muchos de los fenómenos a los que he hecho referencia suelan ser valorados de forma negativa por el hablante común, cuando no reducidos al terreno de lo “vulgar”. Sin embargo, es en esos entornos periféricos o de los márgenes sociales en los que una lengua encuentra sus reservas más potentes para evolucionar y transformarse. 

La lengua que regularizan y norman los diccionarios y las gramáticas es solo una fuente que busca cierta estabilización de las prácticas lingüísticas; pero el hecho de que esas fuentes de referencia tengan que experimentar transformaciones y modificaciones cada cierto tiempo, habla del poder de las fuerzas “ocultas” que provienen precisamente del habla cotidiana. 

En materia de lenguaje, los procesos de pérdida implican también un efecto de ganancia, de transformación, de reinvención; y suelen estar ligados profundamente a particularidades de la estructura social de un grupo determinado, a sus formas de relación cultural, social, política, económica, moral… De ahí que resulte decisivo contemplar con ojo atento, especialmente, aquellos fenómenos emergentes o que aún no han sido descritos con profundidad por los métodos tradicionales de la Lingüística, en tanto ciencia especializada. 

Por otra parte, e indirectamente, creo que esta sección ha sido, hasta ahora, también un espacio para entender la propia Lingüística como un campo de estudios plural y diverso, que teje relaciones con otras disciplinas como la Historia, la Arqueología, la Filosofía, la Geografía, la Demografía o la Psicología, por solo mencionar algunas de las más relevantes. 

El español es hoy una de las lenguas más habladas a nivel global, por tanto “una lengua con muchos lenguajes”, atemperada a los destinos de pueblos, culturas y geografías diferentes entre sí. Ese universo tiene como matriz a la antigua variante castellana, y en ella un espacio de reconocimiento de naturaleza universal. Pero es también un espacio de creatividad y transformación al que aporta cada una de las comunidades hispanoparlantes alrededor del mundo.

Por todo eso es necesario mirar con ojos felices y actitud optimista cada una de las singularidades que nos presenta el diario ejercicio de la lengua, venga de donde venga. Muchas de las desviaciones y reapropiaciones que solemos encontrar en el habla cotidiana son fruto de una actitud de resistencia que también contiene mucho de legitimación y autoafirmación cultural, sea en pequeña, mediana o gran escala. 

Así, hoy se cierra este capítulo de apuntes en el que nuestro español isleño ha sido protagonista indiscutible. No obstante, aún están por escribirse otros que miren hacia ámbitos en los que la lengua de Cervantes ha sido instrumento para la comunicación contemporánea, pero también para la expresión de los más genuinos valores y tradiciones de una comunidad. Sin dudas, nos queda como reto y como posibilidad a explorar en un futuro no muy lejano.

Por mi parte, espero que este tránsito de casi dos años haya resultado de interés para los lectores y, sobre todo, que invite a mirar con ojos nuevos al español que hablamos en Cuba. 

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