El Che en un billete

La historia detrás de un billete de tres pesos: en el reverso está la imagen del Che cortando caña. La hizo el autor de esta columna, en 1962.

El Che en el Central Orlando Nodarse, Mariel. 1962. Foto: Ernesto Fernández.

Del Che ya se hablaba en Cuba, cuando saliendo un día de la revista Carteles se me acercó Ramón González Regueral, colaborador de la revista y me dijo: “Siéntate aquí y oye esto”, señalándome el asiento del convertible al lado del chofer. Me senté y empecé a oír por las bocinas, con gran trabajo por el ruido que hacían, dos voces que trataban de comunicarse. Por fin pude oír: “¡Aquí está el Che!, ¡Aquí está el Che!”. De verdad que me dio una alegría tremenda, aunque no pude oír más. Esto ocurrió mientras estábamos parqueados al lado de un aserrío, frente a Carteles, en Infanta y Peñalver.

Al Che lo vine a ver, por primera vez, en el Castillo de la Cabaña, precisamente con Regueral, que había ido a hacerle una entrevista.

Después lo vi bastante por mi trabajo, pero hablé con él por primera vez cuando el incendio en el piso 11 de lo que iba a ser el Banco Nacional, que después lo iban a convertir en escuela y terminó siendo ese gran Hospital Amejeiras.

El Che en uno de sus recorridos. Foto: Ernesto Fernández.

Me enviaron al incendio y, como estaba cerca, llegué en el momento que los bomberos se montaban en el ascensor de trabajo y me subí con ellos. Uno me dijo: “Usted no puede subir, eso es muy peligroso”. “Sí, yo lo sé, pero tengo que hacer mi trabajo”. Entonces, prácticamente, me lo ordenó, y ya le iba a contestar cuando sentí una voz que dijo: “¡Él tiene razón, que cumpla su trabajo!” Era el Che que llegaba en ese momento. Le di las gracias y subimos todos.

Ahí crucé dos palabras con él. Donde hablamos más fue en un cañaveral cerca del Central Orlando Nodarse.

La Playita de 16, en Miramar, se estaba convirtiendo en un lugar muy agradable. Para mí era muy bueno, pues lo único que tenía que hacer era cruzar la calle. Allí se estaba reuniendo un gran grupo de artistas y, entre ellos, muchos de la TV. Así fue que conocí a Carlos Gili y a Mario Balmaseda, actores los dos, de teatro y televisión.

Un día Balmaseda me invita a una puesta que va a realizar su grupo de teatro, fuera de La Habana: “Proceso por la sombra de un Burro”. Para mí fue muy bueno, pues me recordaría los tiempos que estuve con el grupo de teatro “Prometeo”.

El Che llegando al Museo Nacional de Bellas Artes, donde se exhibía por primera vez una exposición soviética. Foto: Ernesto Fernández.

El domingo temprano estábamos Sonia, Mario y yo en el Mariel, donde se había reunido el resto del grupo, temprano en la mañana, y empezamos a fraternizar. Por fin, después de mucho tiempo, podía ver a un grupo de teatro montar su obra en la calle.

Todo estaba bien, nos divertíamos y conocíamos a nuevos actores y técnicos. Eso, además, me daba la oportunidad de salir de la ciudad a tomar fotos.

Así estaban las cosas cuando se acercó uno de los campesinos del lugar y contó que le habían dicho que muy cerca de allí el Che estaba cortando caña, escondido en el cañaveral.

“Voy para allá”, dije. “¡Te bota de allí!”,  casi respondieron a coro.

Al Che no le gustaba que le tomaran fotos, lo sabía, pero no se perdía nada. Se perdía si no probaba. Ya les había dicho cosas a algunos y hasta Alberto Korda fue a tomarle unas fotos y él dijo: “Cuando cortes algunas cañas, ven!”.

Reverso del billete de tres pesos, donde aparece la foto tomada por el autor de estas historias. Foto: Ernesto Fernández.

Así que atravesé las cañas hasta donde estaba él. Cuando me vio, enseguida me preguntó: “¿Qué usted quiere?”. “¡Comandante!, ver si me puede ayudar a resolver un problema que tengo con esta cámara Exacta! ¡Vine porque sé que usted tenía una igual en México!”.

Se me quedó mirando y expresó: “Dámela y siéntate aquí”. Nos sentamos los dos juntos en el suelo. Abrió la cámara, tomó el rollo que estaba sin montar dentro de ella y le estiró la punta hasta el otro carrete, que estaba enfrente. Lo movió un poco buscando la ranura y ahí la introdujo. Después, con la mano, le volvió a dar una pequeña vuelta al rollo para que se tensara. Ahí estaba la cosa: si después de montarlo no lo tensaba, el rollo se desprendía. Él lo sabía y me lo explicó: ”Ves, aquí es el problema, por eso se soltaba y disparaba en falso”. La cerró, me la entregó y dije: “Bueno, comandante, ¿me permite hacerle unas fotos para probarla?”. Me contestó: “¡Tres!, tres!” Las tomé y me fui, no sin darle las gracias.

Llegué al campamento y nadie me lo pudo creer. “Ya lo verán”. Les dije: “Ya lo verán”. Y la vieron con creces: en la Revista Mella, órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes y eternamente en el billete cubano de tres pesos, que comparto fotográficamente con mi amigo Alberto “Korda”.

Este billete por el frente presenta una de las fotos más publicadas en el mundo, el retrato que le hizo Alberto al Che durante el entierro a las víctimas del sabotaje al vapor La Coubre, en marzo de 1960. En el reverso está la imagen del Che cortando caña que le hizo el autor de este escrito, en 1962, que encabeza este trabajo.

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