“Estautas”, digo, estatuas

De ellas está llena La Habana. No solo de las clásicas, sino de las que, a tamaño natural y con un total realismo, buscan integrarse con el paisaje y mezlcarse con la gente.

Una cubana parece ligar con el músico polaco Fréderic Chopin en la Plaza de San Francisco de Asis. Foto: Alejandro Ernesto.

Había una vez, hace mucho tiempo, una niña que decía “estauta” en lugar de estatua. Por mucho que tratamos de explicarle que se decía es-ta-tua y, por mucho que lo intentó, costó días que aprendiera a pronunciar la palabra como manda la RAE.

En ese proceso, mientras ella aprendía a decir estatua, yo me enamoraba de la palabra estauta. Y aún la pienso y tengo que frenar mi cerebro antes de pronunciar “estauta” y quedar como un adulto un poco idiota.

Y de estautas/estatuas va estoy hoy, que de ellas está llena La Habana. No solo de las clásicas, sino de las que, a tamaño natural y con un total realismo, buscan integrarse con el paisaje y mezlcarse con la gente. Estautas, digo estatuas, que llegan a ser parte de la vida de la ciudad, con las que interactuamos a diario, a veces sin darnos cuenta.

El bailarín español Antonio Gades observa la vida habanera recostado a una columna en la Plaza de la Catedral. Foto: Alejandro Ernesto.

Sin duda una de las más famosas es la de John Lennon. Develada en el año 2000 por Fidel Castro, acompañado de Silvio Rodríguez, la obra realizada por el artista José Villa Soberón tuvo el raro privilegio de ser la primera escultura con seguridad privada de La Habana, luego de que fanáticos del mítico músico de Liverpool se dedicaran a robar, tenazmente y como si fueran reales, las gafas del autor de “Imagine”.

Fidel Castro, Silvio Rodríguez y John Lennon, año 2000, el día en que un ex beatle se sentó para siempre en un parque habanero. Foto: Alejandro Ernesto.

Casi 24 años después, Lennon sigue ahí, sentado en un banco del parque que fue rebautizado con su nombre, viendo como la ciudad se desmorona a su alrededor y esperando la llegada de algún turista que, con el obligado selfi, lo saque un rato del aburrimiento y le haga vivir unos minutos de la fama que quizá añora.

Sin fanáticos que vayan a robarle las gafas y sin turistas que vayan a visitarlo, John Lennon se aburre en un parque de El Vedado. Foto: Alejandro Ernesto.

Otra estatua popular, tanto o más que la del músico inglés, es la del Caballero de París. A esta, la fama amenaza con hacerla desaparecer lentamente. El caballero, personaje habanero por excelencia, hombre honesto que la maldad humana convirtió en loco genial, se presta a selfis con todo el mundo, y eso tiene su precio.

No sé cómo o cuando surgió la leyenda urbana de que trae buena suerte tocar la barba o el dedo índice de la estatua de José María López Lledín, verdadero nombre de aquel loco que regalaba flores, poemas y sonrisas. Lo que sé y está a la vista de todos es que la barba y el dedo del Caballero se han pulido y brillan de tan gastados que están. En el caso del índice, más parece una daga que un dedo.

El Caballero de París, posiblemente la más popular de las esculturas de La Habana. Foto: Alejandro Ernesto.
El Caballero de París luce una barba gastada y dorada de tanto toqueteo a la hora de los selfis y fotos posadas. Foto: Alejandro Ernesto.

La mayoría de estas estatuas habaneras son obra del escultor José Villa Soberón, quien, en contubernio con ese habanero mayor que fue Eusebio Leal, historiador de la ciudad, animó plazas y rincones con personajes muy disímiles. Para tristeza de todos, Eusebio, San Eusebio, murió; pero Soberón lo inmortalizó en una escultura, “andante”, que recuerda las eternas caminatas del maestro por la urbe que tanto amó y a la que dedicó sus mejores años y sus más grandes ideas.

El muy querído Historiador de La Habana, Eusebio Leal, se confundde con los paseantes en los portales del Palacio de los Capitanes Generales. Foto: Alejandro Ernesto.
San Eusebio de La Habana, Eusebio Leal, caminando por las calles que tanto amó y por las que tanto bien hizo. Foto: Alejandro Ernesto.

Nuestras calles o jardines también los habitan personajes como la Madre Teresa de Calcuta, el músico polaco Federico Chopin, el premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, o el mexicano Agustín Lara, mientras el mítico escritor estadounidense Ernest Hemingway, tal vez huyendo del calor habanero, se refugió en la barra de El Floridita, siempre acompañado de un daiquirí bien cargado de ron cubano, como lo tomaba en vida cuando deambulaba como un cubano más por la ciudad.

La de Hemingway es otra de las estatuas aclamada por los turistas que visitan El Floridita.

Alicia Alonso y Cristina Hoyos en junto a la estauta de Gades en la Plaza de la Catedral, en 2008. Foto: Alejandro Ernesto.
El colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, camina con una rosa en la mano por un patio de La Habana Vieja. Foto: Alejandro Ernesto.
Un camarero sirve el primer daiquirí a un Hemingway de bronce acodado en la barra de El Floridita, el día en que fue develada la escultura, en octubre del lejano 2003. Foto: Alejandro Ernesto.
Dobles del escritor estadounidense Ernest Hemingway posan junto a la estatua de su ídolo en el bar El Floridita. Foto: Alejandro Ernesto. 

En cambio, en la cercana Alameda de Paula, mirando al mar sin que nadie repare en él, nuestro poeta nacional, Nicolás Guillén está pensativo. El autor de “Tengo”, pasa sin pena ni gloria para los viandantes, que no reparan en su estauta y que, tal como están las cosas, se olvidarán de uno de los poemas más mentados y parafraseados durante décadas.

Un solitario Nicolás Guillén observa el mar en la Alameda de Paula. Todos conocen al menos una frase de su poema “Tengo”, pero muy pocos lo reconocen al pasar a su lado. Foto: Alejandro Ernesto.
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