La Loma Lechon, el paraíso de un cubano “jamaliche”

El tagalo usa muchas palabras tomadas del español, pero se escriben siempre sin acentuar. Lechon es un buen ejemplo de ello.

Me habían hablado del lugar, pero siempre lo dejaba para después, hasta que en diciembre pasado decidí darme una vuelta por allí. Agarré la moto, a mi esposa y partí con la panza vacía en busca de La Loma, el paraíso para cualquier cubano “jamaliche” como yo.

Al llegar, nos dimos con una suerte de arco, no muy de triunfo y unas letras oxidadas que confirmaron que estábamos en el lugar correcto: “Mabuhay Lechon Capital of the Philippines” (Bienvenidos a la Capital del Lechón en Filipinas), como se conoce al barrio de La Loma, unas cuatro calles atiborradas de negocios que venden cerdo asado.

Aclaro algo antes de ser crucificado por los que, como yo, aún escribimos con una correcta ortografía. El idioma local, el tagalo, usa muchas palabras tomadas del español, pero las escriben siempre sin acentuar, o cambiando letras a su antojo. Las escriben como suenan, que es más cómodo. Lechon, así sin tilde, es un buen ejemplo de ello.

Además de muchos vocablos, los filipinos heredaron de España el gusto por el lechón asado. Aquí lo empapan en una rica salsa hecha de vinagre, azúcar prieta, sal, pimienta, puré de hígado, pan rallado, ajo y cebolla. Lo acompañan con un arroz blanco, al que no le ponen ni sal y que no sabe a un carajo.

En La Loma, en Metro Manila, todo el mundo se dedica a lo mismo, todos viven de asar lechones al carbón. Incluso, algunos negocios abren las 24 horas, aunque la temporada intensa es diciembre, cuando se asan miles de puerquitos diariamente. Creo que esta gente agota la población porcina del país entre Navidad y año nuevo. ¡Qué manera de comer puerco, coño!

Eso sí, en La Loma no hay restaurantes. Todo lo que se produce es para llevar y hasta aquí maneja en busca de sus lechones, por caóticas e infernales calles, gente de toda la ciudad.

Nunca había visto tantos cerdos juntos en mi vida. Asados, doraditos, con la piel crujiente y olorosa —se me hace la boca agua al escribir esto—. Impresiona ver los portales atestados de puerquitos asados listos para llevar, mientras los kuyas (aceres) que atienden el negocio espantan las moscas o les dan un retoque con aerosoles de gas, para que luzcan tostaditos, mientras por las calles del barrio cruza constantemente gente llevando cerdos al hombro, en carretillas o arrastrándolos ya ensartados en púas.

Esto es Filipinas, señoras y señores, la de verdad. Sonrisa mediante, uno puede meterse en donde sea. Así que sin pedir permiso me colé por todos lados, e hice fotos mientras Sara hablaba con varias personas que luego le pidieron hacerse los selfies de rigor, otra de las pasiones filipinas de la que tal vez escriba algún día.

Donde más fotos hice fue en Mila’s Lechon, negocio fundado en 1966 por la matriarca Antonina Ilagan Cesario, conocida como la “Reyna del Lechon”. Es el lugar más emblemático y próspero del barrio, que ya cuenta con ocho sucursales distribuidas por toda la ciudad. El Mila’s original radica en un galpón bastante rústico y desvencijado, con techos de zinc y espacio para asar unos 50 cerdos simultáneamente.

Terminamos el tour comprando en Mila’s un cargamento para traer a casa. Sobra decir que, en los pocos metros que nos separaban de la moto, buena parte de la carne terminó en mi panza, sobre todo los deliciosos y crujientes cueritos.

He vuelto otras veces a La Loma, solo o con amigos. Incluso, una vez, en compañía de un español y un uruguayo. Llevamos pan, compramos carne, pedimos una mesa prestada en Mila’s y ahí mismo armamos el festín. Los filipinos nos miraban curiosos, asombrados, y sonreían incrédulos, pues ellos aún no han descubierto la deliciosa variante cubana del “pan con puelco”. Solo faltaron las cervezas.

Es una lástima que Manila esté tan lejos de Cuba, que los trámites migratorios sean tan complicados y el viaje tan caro. Es una mierda que nuestros amigos cubanos no puedan visitarnos. Pero si alguno cae por estos lares, al primer lugar donde lo llevaría es a La Loma, a darnos un buen atracón de cerdito. Seguro que lo recuerda hasta el día de su muerte, porque la Capital del Lechon es, sin duda alguna, el paraíso para cualquier cubano.

 

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