Buenos Aires

Desde hace más de cuatro meses, la ciudad parece estática y desierta.

Buenos Aires es, por naturaleza, de fisonomía agitada. Tanto así que ese carácter inquieto ha quedado registrado en su literatura, cine y canciones que van desde un tango como “Balada para un loco”, pieza vanguardista compuesta por Astor Piazzolla con letra de Horacio Ferrer; hasta uno de los hitazos de una de las bandas más célebres del rock nacional como Soda estéreo, que, en una de sus canciones, larga: “Me verás volar por la ciudad de la furia, /donde nadie sabe de mí y yo soy parte de todos”.

Pero hace más de cuatro meses, con la llegada de la COVID-19, cuando casi inmediatamente se decretara el aislamiento social, preventivo y obligatorio (popularmente cuarentena) en el país, Buenos Aires parece estática y desierta.

Es viernes en la tarde y atravieso casi solo algunas arterias del microcentro porteño. Antes de que la pandemia trastocara la anatomía de la ciudad, una de las más concurridas de Latinoamérica, cada día circulaban más de seis millones de personas solo por la red de transporte público que recorre el Área Metropolitana (compuesta por localidades y barrios de la Ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires, donde viven cerca de 15 millones de habitantes).

Además del lapidario acontecimiento de una pandemia, algo menor, pero a su vez triste y curioso, es este paisaje yermo de la ciudad, nunca antes visto en su historia.

Siento la impotencia de no poder contar en toda su dimensión la triste soledad y nueva faceta de Buenos Aires. 

Hace una década que desando por estas calles y me sigue sorprendiendo la ciudad a tal punto que por momentos experimento la misma sensación absorta de aquellos primeros días, cuando la caminaba por horas, obnubilado por su arquitectura, plazas, diseño urbanístico, anuncios y constante ajetreo.

Poder entenderla con los años se lo debo, entre otros, al escritor Roberto Arlt, quien con sus crónicas breves tituladas Aguafuertes porteñas, escritas entre 1928 y 1933 y publicadas en el diario El Mundo de Buenos Aires, hizo que, de alguna manera, no se me escaparan detalles sublimes que normalmente no caza un forastero.

Este importante novelista, dramaturgo, cuentista, periodista e inventor argentino (en medio de que escribía también trabajaba en proyectos tales como inventar medias irrompibles, un medidor de estrellas fugaces y hasta una tintorería para perros) hizo una vida nómade por la ciudad. 

“Aún pasará mucho tiempo antes que la gente se dé cuenta de la utilidad de darse unos baños de multitud y de callejeo. Pero el día que lo aprendan serán más sabios, y más perfectos y más indulgentes, sobre todo”, escribió en “El placer de vagabundear”, una de las ya mencionadas Aguasfuertes.

Como una radiografía sobre Buenos Aires, decreta en ese mismo texto:
“La ciudad desaparece. Parece mentira, pero la ciudad desaparece para convertirse en un emporio infernal. Las tiendas, los letreros luminosos, las casas quintas, todas esas apariencias bonitas y regaladoras de los sentidos, se desvanecen para dejar flotando en el aire agriado las nervaduras del dolor universal. Y del espectador se ahuyenta el afán de viajar. Más aún: he llegado a la conclusión de que aquél que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo. Y no las encontrará, porque el ciego en Buenos Aires es ciego en Madrid o Calcuta…”.

Esa mirada arltiana de Buenos Aires incluso lo va a emparentar con la representación borgiana de la misma ciudad.

Jorge Luis Borges y Roberto Arlt coexisten y son contemporáneos (el primero nació en 1899 y el segundo en 1900). Borges es tirado a la derecha, erudito, reflexivo, aparentemente de culto;  Arlt mira más hacia la izquierda, intuitivo, callejero y popular…

Hace unos días una amiga, con aguda curiosidad y sensibilidad, me hizo notar las dos Buenos Aires sobre las que escribieron Arlt y Borges en paralelo. A diferencia del autor de Los siete locos, Juguete Rabioso y las Aguafuertes porteñas, al autor de Ficciones y El Aleph, quien sin dudas es uno de los más transcendentales escritores del siglo pasado, no lo tengo muy leído. Para ser franco, casi nada leído. 

Mi amiga me recomendó que escuchara “Borges, una introducción”. Se trata de una serie de episodios de podcast realizados y conducidos por el argentino Santiago Llach, poeta, editor, traductor y profesor de literatura. En uno de los 12 capítulos, Llach, ferviente borgiano, refiere una clave donde podemos entender estos dos aparentes Buenos Aires por los que se movían Art y Borges en paralelo.


Jorge Luis Borges es de algún modo “un tipo del siglo XIX, un hombre anclado en el pasado”, lo define Santiago, quien pone como ejemplo algo aparentemente sencillo, pero revelador: “En sus cuentos casi no hay autos”.
Algo también nos hace notar Llach en su imperdible podcast: Borges, miembro de una familia criolla venida a menos,  donde lo hacendoso se transforma en melancolía, fue construyendo su identidad  de autor en esa fórmula que es la conciencia de su pasado, del pasado argentino, de la especie más técnica de la literatura de vanguardia que había aprendido en la década del veinte del pasado siglo, en sus estancias entre España y Argentina.

“Las calles de Buenos Aires / ya son mi entraña. / No las ávidas calles, / incómodas de turba y ajetreo, / sino las calles desganadas del barrio, / casi invisibles de habituales /… Hacia el Oeste, el Norte y el Sur/ se han desplegado -y son también la patria- las calles; / ojalá en los versos que trazo/ estén esas banderas”, escribe Borges en “Las calles”, que abre su poemario Fervor de Buenos Aires, publicado en 1923.

Entonces Arlt y Borges no están distantes sino que, de cierta forma, se complementan en su apego a Buenos Aires. Ambos se mueven en dos contextos socio-urbanos distintos, pero los cruzan y los emparentan el amor y la especialidad de la metrópolis misma.

“Incómodas de turba y ajetreo”, escribe Borges. “La ciudad desaparece para convertirse en un emporio infernal”, suscribe Arlt. Me animo a afirmar que esos fragmentos pudieran formar parte de una misma mirada.


Así, precisamente hoy —o hace más de 120 días— la fotografía es todo lo contrario a la ciudad bulliciosa y ajetreada a la que se refieren, cada uno por su lado, Arlt y Borges. La gente que vive frenéticamente no está. O está, pero resguardada ante una pandemia mortal.


Es entonces cuando fotografío este Buenos Aires desconcertante y desierto, el que siento que no alcanzo a describir con mis instantáneas. Ahí es cuando fantaseo sobre cómo hubiesen descrito el presente de la ciudad Roberto Emilio Gofredo Arlt, insigne periodista y escritor, más conocido como Roberto Arlt y Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, más conocido como Borges, el más grande escritor argentino de todos los tiempos.

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