Cuba: entre lo global y lo local

Ningún país escapa de los tentáculos de la globalización, y ella es parte de la dinámica de la contemporaneidad. Cuba no es la excepción.

En la foto Elpidio Valdés, emblemático personaje cubano que representa a un mambí, creado por Juan Padrón. Foto: Kaloian Santos Cabrera.

Al parecer, desde hace un tiempo, en Cuba se juega más al fútbol que al béisbol, el deporte nacional. Es entendible si tenemos en cuenta que el primero es el más “global” de los deportes.

Por eso tampoco extraña ver en la Isla más personas uniformadas del FC Barcelona, con el nombre de Messi en sus dorsales, que en Argentina, donde nació el “crack”, recién fichado por el Paris Saint-Germain Football Club, de Francia. Del mismo modo, pareciera que en La Habana existen casi más estandartes alusivos al FC Real Madrid y su ex estrella, el portugués Cristiano Ronaldo, que en la mismísima capital española.

Asumo que de la globalización nadie escapa. El fenómeno exporta un “ideal” global de consumo y, consecuentemente, de construcción de identidad hacia culturas específicas.

Pudiera ser, incluso, como la historia bíblica —por demás globalizada— de la pelea de David, pastor de ovejas devenido rey de Israel, guerrero, músico y poeta, contra el temeroso y gigante Goliat, azote del pueblo judío.

David, tras lanzarle una piedra con su honda e impactarle en la frente, derrota a Goliat. El gigante cae y el héroe corona su hazaña cortándole la cabeza a Goliat con su propia espada. 

“Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David”, escribió José Martí desde la manigua cubana, pocos días antes de caer en combate, en una carta inconclusa a su amigo méxicano Manuel Mercado, donde le advertía sobre el expansionismo estadounidense.

La histórica misiva y la oración citada son usadas con frecuencia para describir el presente. Cuba siempre será David. No podemos soslayar la existencia del bloqueo mantenido por los diferentes gobiernos estadounidenses desde hace seis décadas. Tampoco el asedio por parte de esas mismas administraciones a lo largo de 62 años para desestabilizar al gobierno cubano. Ni la ubicación geográfica de la Mayor de las Antillas, vecina directa de la principal “potencia” exportadora de ideales y estilos de vida globalizantes.

 

Empero, escudarse solo en lo anterior y tapar las falencias propias, habla más de las debilidades de David que de las fortalezas de Goliat. Estamos siempre por derribar al gigante.

A mi entender hay falta de previsibilidad constante en esa honda sociocultural y criolla que se lanza contra el gigante. Nuestro David se escuda en una “batalla de ideas”, —real y con sobrados motivos— en un capital épico y simbólico aunado a lo largo de más de medio siglo pero, al parecer, no tiene en cuenta lo permeable y vetusta que pueden ser las ideas y el propio mundo. 

¿Qué tal si probamos con darle la vuelta a Goliat y buscar otras estrategias antes de lanzar la honda? ¿Dónde se ha errado en la cadena de producción simbólica propia? ¿Es atractiva? ¿Las consignas de añares surten efecto hoy? ¿La Revolución, además de aguantar los embates del imperio brutal y tratar de sobrevivir, ha vuelto a enamorar? ¿En todo caso, volvió a revolucionarse en sí misma? ¿Cuánto de lo que se produce ideológica y culturalmente en Cuba tiene la fuerza comunicativa o capacidad de transmitir sentimientos a las nuevas generaciones, a las que ya les quedan lejos los “barbudos” de la Sierra Maestra y más cerca las vivencias del “Período Especial”? ¿Cuánto de la producción simbólica autóctona el pueblo utiliza, ¿De cuánto se apropia?

Uno de los mayores fallos, a mi entender, es haber apuntado hacia el turismo el merchandising del entorno simbólico y cultural de la Revolución cubana. La medida, que puede ser viable para la supervivencia económica, ha ido desgastando el acceso a una simbología propia. Ese despojo es caldo de cultivo para la hegemonía globalizadora.

Es una verdad de Perogrullo, por ejemplo, que la bandera cubana, la guayabera o la casaca del equipo Cuba de béisbol, se comercializan en contados lugares y a precios siderales para la inmensa mayoría de cubanas y cubanos. Y si de referencias al béisbol se trata, son escasas en la Isla las gorras de los equipos cubanos. Las populares, las que más se encuentran por ahí, son las de los conjuntos de Las Grandes Ligas de Béisbol (MBL por sus siglas en inglés), la organización profesional de béisbol de los Estados Unidos y Canadá.

Por cierto, algo que llama la atención a muchos turistas tras recorrer Cuba y que para los cubanos es natural es la casi nula existencia de publicidades de compañías transnacionales. Sin embargo, paradójicamente, es muy común cruzarse en cualquier ciudad o pueblo a la gente vistiendo prendas diseñadas con la bandera estadounidense o con réplicas de marcas famosas.

Asimismo, son pocas las iniciativas para la elaboración de productos que mantengan viva la identidad iconográfica cubana, y hasta patriótica, para lo cual se podrían aprovechar personajes populares como Elpidio Valdés.

Quedó para la historia ese par de versos de Memorias, la canción de Carlos Varela: “No tengo a Superman/ tengo a Elpidio Valdés/ mi televisor fue ruso…”

 

Ningún país escapa de los tentáculos de la globalización, y ella es parte de la dinámica de la contemporaneidad. Cuba no es la excepción. Mas se puede convivir, resistir y hasta revertir en alguna medida el panorama hegemónico sociocultural.

En 2002, la empresa McDonald ‘s cerró sus locales en Bolivia y perdió una inversión millonaria. Como Goliat frente a David, el mayor emporio de comida rápida de la humanidad, con todo su arsenal económico, cayó contra la ancestral y regional gastronomía boliviana. Por primera y única vez el payaso Ronald McDonald, dejaba de sonreír.

En Argentina, donde el fútbol es la más seria de las pasiones, es raro ver a personas usando camisetas de clubes extranjeros. En ese lado del mundo los hinchas, de todas las edades y estratos sociales, visten la camiseta del club de su barrio, ciudad o aquellos nacionales que han alcanzado popularidad histórica como Boca Juniors y River Plate o, en menor medida, la albiceleste de la Selección Nacional. Y un detalle del universo del fútbol: el símbolo de la marca que patrocina, sea cual sea, va en la parte derecha porque el escudo del club está del lado izquierdo, donde late el corazón. Por estas tierras suele decirse que “todo puede cambiar, menos el color de mi camiseta”.

En Cuba hay todavía maneras de sobrevivir, con símbolos propios, en el espacio hegemónico y globalizado. De rescatar las memorias, costumbres, tradiciones y rituales que todavía tienen sentido y espacio en la Isla de estos días. No se trata de caer en nacionalismos igual de extremos, irreales y también peligrosos; se trata de pensar en salir de la zona de confort de las consignas, estudiar a Goliat, sin imitarlo, y afinar la puntería antes de lanzar la honda de David.

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