Cuenca, en su bicentenario

El 3 de noviembre próximo, la capital cultural ecuatoriana celebrará el bicentenario de su independencia.

Desde lo alto del mirador de Turi se puede contemplar en toda su grandeza el valle desde donde se levanta la ciudad de Cuenca. Esta urbe del sur andino ecuatoriano, capital de la provincia de Azuay y Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco tiene una mística peculiar, imposible de olvidar hasta por el más incrédulo de los forasteros.



En estas tierras, a una altitud de 2550 metros sobre el nivel del mar y con abundantes recursos naturales, se asentó hace miles de años el pueblo cañari. Ellos denominaron a este sitio Guapondelig, que quiere decir “valle tan grande como el cielo”.

Un siglo antes de la llegada de los españoles a América, los cañari fueron desplazados por los incas. En este paraje, Tupac Yupanqui, el décimo Inca o soberano del Imperio Incaico, mandó a construir una nueva ciudad cuya excelsitud pugnaría con Cuzco, la gran e histórica capital inca. Así nació la ciudad de Tomebamba.

Finalmente, en 1557, sobre sobre las ruinas de las culturas incaicas y cañari, donde se cruzan los ríos Tomebamba, Tarqui, Yanuncay y Machángara, los españoles fundaron Santa Ana de los Ríos de Cuenca.

La huella de los siglos de dominación española resalta hoy en las empedradas calles, los cientos de inmuebles coloniales, las antiguas catedrales y los parques con sus glorietas. Destacan la Catedral Nueva con su domo azul, en la plaza Calderón y la Catedral Vieja, del siglo XVI.

El impacto de las culturas precolombinas también es notable. Prueba de ello es el museo arqueológico Pumapungo, donde se exhiben ruinas y objetos de la ciudad inca de Tomebamba.

Sobre las distinciones sociales de los habitantes de Cuenca en la época colonial, hay un detalle que salta a la vista en las casas del casco histórico. En algunos techos hay cruces que varían en materiales, de acuerdo con las familias propietarias de esos inmuebles. Las de mármol señalan los hogares de la oligarquía española y las de hierro, de las personas mestizas.

Bajo el yugo colonial estuvo Cuenca hasta 1820, cuando logró su independencia y se convirtió en la capital de una de las tres provincias (las otras dos fueron Quito y Guayaquil) que conformaron la naciente República del Ecuador.

De esa manera, el 3 de noviembre próximo, Cuenca celebrará el bicentenario de su independencia.

Luego de su independencia, este territorio comenzó a vivir una esplendorosa vida socioeconómica. Una de sus primeras actividades productivas fue el tejido de paja toquilla, una especie de palma sin tronco que se cultiva en las montañas ecuatorianas.

El arte de ese tejido data desde los aborígenes. Por la incidencia que ha tenido en la identidad cultural ecuatoriana, el tejido tradicional de paja toquilla fue declarado en 2012 como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Su notoriedad llegó con la confección de sombreros de paja toquilla, también conocidos como jipijapa (tira fina que se saca de las hojas) o sombreros panameños.

En poco tiempo, esa prenda se convirtió en insignia de Ecuador. Hacia la mitad del siglo XIX comenzó su exportación. Los sombreros llegaron a lugares insospechados como la célebre Exposición Universal de París, en 1855. Esa a la que José Martí dedicó un extenso artículo en el tercer número de La Edad de Oro.

Incluso cuentan que Napoleón III, emperador de Francia, lucía por aquellos tiempos un elegante sombrero blanco ecuatoriano. Otro que al parecer adoraba el sombrero de paja toquilla era Teodoro Roosevelt. Al vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos se le vio y fotografió en 1906 con un sombrero jipijapa, mientras recorría las obras constructivas del Canal de Panamá. De ahí que, el nombre que adoptó ese sombrero en Estados Unidos fuera el de Panama Hats.

Hacia 1920, se puso de moda la prenda. Tanta fue la demanda en varias partes del mundo que, a partir de la mitad del siglo pasado y hasta el presente, el sombrero de paja toquilla se convirtió en uno de los principales productos ecuatorianos de exportación y, Cuenca, en uno de los sitios protagónicos de su confección.

Cuenca es una ciudad imponente, donde el patrimonio arquitectónico, la identidad cultural y la apacibilidad de su gente constituyen un pálpito a la belleza. Tal es su impronta que, si Quito, la capital de la República del Ecuador, es el epicentro político de ese país, y Guayaquil, su urbe económica por antonomasia, Santa Ana de los Ríos de Cuenca es la capital cultural de ese país suramericano.

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