La dolorosa desaparición de “Los caballitos”

Hubo un tiempo que fue hermoso. Aquel era nuestro pequeño mundo de fantasía.

“Los Caballitos”. Foto: Kaloian.

“No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz/ a la isla que con él recorriste/ como Adriano los dominios de su imperio/ con el muchacho de Bitinia/ (ese mar de arenas negras/ donde sus ojos se abrieron al asombro/ fue solo una invención de tu nostalgia)”, escribe mi querido Delfín Prats, poeta del amor y de la vida. Muchas veces he citado estos versos como un mantra. Incluso he acudido a ellos para desafiarlos.

Sin embargo, aquella tarde en que la nostalgia me embargó y fui corriendo al reencuentro con “Los caballitos”, un emblemático sitio de mi natal Holguín donde se agolpan algunos resguardos de mi felicidad, la voz cadenciosa del poeta recitando sus versos, retumbaron en lo que ahora es un desolado y triste lugar.

“Los Caballitos” fue un parque de diversiones, instalado a los pies de la escalinata de La loma de la Cruz, en  la ciudad de Holguín. Ahí tuvo su espacio el divertimento y la felicidad de varias generaciones de niños. Existió por varias décadas hasta que, hace unos 7 u 8 años, lo dejaron morir. Desapareció.

Hubo un tiempo que fue hermoso. Aquel era nuestro pequeño mundo de fantasía. Me atrevería a escribir que ese lugar fue el nicho también de tiempos muy felices de varias generaciones. Encontré un grupo de holguineros por el mundo en Facebook. Una vieja foto de Los Caballitos cosecha más de mil comentarios nostálgicos y cerca de dos mil likes.

En su entrada principal dos jirafas de concreto daban la bienvenida. De ahí, en una pequeña caseta vendían los tickets. Creo que 10 o 20 centavos costaban las papeletas para disfrutar de cada aparato de diversiones.

El parque tenía varios juegos mecánicos. Uno de los más solicitados era un carrusel de corceles de plomo, pintados la mayoría de negro (de ahí el nombre de “Los Caballitos”). Un par de vueltas ahí y ya nos creíamos el zorro. También había una estrella no muy alta pero con suficiente altura para sentirnos en la cima del mundo; un trencito —de recorrido circular—, donde en apenas unos minutos fantaseábamos con ir de viaje por toda Cuba; unos cohetes y avionetas que giraban a lo que creíamos era alta velocidad, como si surcáramos por el espacio; unos botes como mecedoras que disparaban nuestra adrenalina infantil y hasta, en una esquina del parque, había un casquete de un viejo helicóptero, que creía era una nave espacial. También había columpios, cachumbambés, canales y mucho espacio para corretear.

“Los caballitos” también tenía personajes entrañables. Ahí, encargado de los aviones, como el gran comandante de vuelo, que en vez de grados tenía una entrañable sonrisa, recuerdo a un señor mayor, con boina negra, al que conocíamos como “El tío Pepe”.

Los helados coppelitas y los algodones de azúcar eran otra de las maravillas que recuerdo. Así como un árbol de guinga, al lado de la cafetería, al que con piedras bombardeabamos para intentar tumbar sus frutos.

“Los caballitos” era uno de los parques de diversiones más antiguos y concurridos de la ciudad. Su cercanía, extensión, ofertas gastronómicas e implementos para juegos hacían que estuviera lleno de niñas y niños casi siempre. Había un parque más grande, con mayores  y modernos aparatos. Era “El Parque japonés”, hoy “Los Mambisitos” que, según leo, ha sido recién remodelado. Pero este queda en “El valle de Mayabe”, en las afueras de la ciudad. Llegar hasta ahí, con el pésimo transporte público, siempre fue una odisea para la familia cubana.  

Más que sábados y domingos, las jornadas que más disfrutaba en “Los caballitos” eran las tardes de los viernes, cuando íbamos con el grupo de la escuela guiados por las maestras y seños. Para ese día mis padres me daban un peso con 20 centavos. Capital suficiente para montar en los aparatos y degustar un rico helado y un algodón de azúcar.

Ahora, en tan desolador paisaje, juega un niño. Solo un niño, el cual, —a juzgar por sus 6 o 7 años—, ni idea tiene que allí, donde ahora está sentado, hubo un trencito, música y muchas pero muchas risas de decenas de chicos como él. 

Miro alrededor y quedan las dos jirafas de la entrada. También el merendero y el árbol de guinga están, como testigos del pasado, del tiempo y de la desidia. Pero ya no están los juegos, ni los helados coppelitas, ni galletas, ni refrescos. Ahora merodean más moscas que ofertas gastronómicas.

Se me agolpan los recuerdos. Recorro el predio. Llego al lugar exacto donde se alzaban aquellos aparatos mecánicos donde fui feliz. Ahí están los cimientos de la estrella, los tornillos donde se empotraron antaño las vigas que sostenían los botecitos, las vías del trencito, ahora perdidas entre la yerba.

¿Qué sucedió con “Los Caballitos”?, pregunté a varios vecinos. Nadie pudo darme una respuesta certera. Algunos me contaron que un día los aparatos dejaron de funcionar y de un parque de diversiones, pasó a ser un cementerio de chatarra. Otro día se llevaron toda la pila de hierros oxidados. Una señora, de unos setenta años, que me cuenta que ha vivido toda su vida en este barrio, dice haber escuchado que iban a levantar un parque inflable en este lugar.

Navegando por internet, en busca de más información, encontré el reportaje “¿Dónde jugarán los niños?”, publicado el 25 de enero de 2017 en la web del semanario ¡Ahora!. En el trabajo, sus autoras, las periodistas Yaylen Vallejo Paz y Beatriz Fernández Bao, urgan sobre el estado de los principales parques infantiles de la ciudad. Entre ellos no podía faltar “Los Caballitos” que, ya en esa fecha “del parque que yo recuerdo solo queda eso, el recuerdo”, se lamenta una de las periodistas cuando llegó al lugar con su pequeña hija.

Según revela el reportaje la “atención de los parques infantiles en el municipio de Holguín es responsabilidad de la Empresa Municipal de Comunales; sin embargo a partir del año 2016 ‘Los Caballitos” se subordina a la empresa Cimex. Yadira Pacheco, jefa de inversiones de la entidad, explica que legalmente el proceso de entrega aún está en trámites, que deben terminar a inicios del 2017; no obstante ya se preparan las condiciones para la construcción de un nuevo espacio para el disfrute de niños y adolescentes”.

Las declaraciones de la funcionaria en ese mismo trabajo sobre lo que proyectaban hacer con “Los caballitos” son muy halagüeñas pero, tratándose de Cuba y su espina burocrática siempre encarnada, son también muy delirantes. “Está previsto la reconstrucción de la pista de patinaje y el parque de diversiones que contará con una estrella de 20 metros de altura, una montaña rusa, carritos locos y carrusel. Los equipos serán de tecnología de primer mundo, similar al parque Todo en Uno de Varadero. En la última conciliación con Vértice, Empresa de Servicios de Ingeniería y diseño de Holguín, se estableció como fecha de entrega el 30 de marzo del 2017”.

El escrito provee más información: “El parque también contará con varios objetos de obra: Juguetería, heladería, quioscos de confituras y una sala 4D de última tecnología. Los precios estarán acorde a la cadena Cimex y se podrá pagar en las dos monedas, informó la especialista”.

Cinco años después de esa publicación, “Los caballitos” son, tristemente, lo que pueden ver en este fotorreportaje. Y creo que, luego de una pandemia y de la debacle económica por la que atraviesa el país, son nulas las esperanzas de que resurja desde sus cenizas —o chatarras— este lugar.

Pero… ¡no hacía falta proyectar un parque de ciencia ficción! Tampoco pensar en reconstruirlo con aparatos de “última tecnología”. Muchos menos emular con una especie de Disney World. Por otro lado, ¿si en vez de que estuviera bajo la órbita de una empresa estatal y gigante como CIMEX, hubiesen licitado la administración y mantenimiento del parque a la gestión privada? Quizás estuviéramos escribiendo otra historia.

Insisto, varias generaciones fuimos muy felices con los aparatos y ofertas que había en “Los caballitos”. Aparatos como aquellos, construidos y mantenidos con ingenio, lo vemos hoy instalados de manera itinerante en los carnavales de cualquier pueblo cubano. Y esos parques de diversiones criollos son de lo más demandados en esas fiestas populares.

Sospecho, a juzgar por varios trabajos periodísticos que leí sobre el estado de los parques infantiles en Cuba, que lo sucedido con “Los caballitos”, de Holguín, ha pasado y pasa con muchos parques de diversiones similares en varias partes del país.

Ojalá algún día, cuando vuelva a mis pagos y desafié los versos de Delfín, sea memorioso y no me gane la nostalgia.

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