Lo que merece ser contado

En cuarentena un fotógrafo se asoma a su ventana, y desde ella nos cuenta

Ver y mirar no son sinónimos. Mientras que lo primero refiere a una condición y capacidad sensorial física, que tiene que ver con el ojo como órgano receptor de la incidencia de los rayos de luz y luego todo un proceso perceptivo en el cerebro, mirar implica el grado de subjetividad que le damos a lo que vemos. De ahí que vemos todo lo que miramos pero no necesariamente miramos todo lo que vemos.

La fotografía es también la relación antes descrita. Tenemos un artefacto mecánico o digital, como la cámara, o un celular, que usamos como herramienta para testimoniar la selección de un hecho determinado en medio de las diversas realidades en la que convivimos. Ese pedacito de realidad, que es una foto, que podemos ver antes por la cámara, lo miramos arropados por infinidad de condicionamientos culturales e ideológicos.

Sobre esto subyace una paradoja de la fotografía que según John Berger, uno de los ensayistas más influyentes de la historia del arte del pasado siglo, no se entiende del todo.

El intelectual británico lo desarrolla en un ensayo titulado “Entender una fotografía”. Ahí plantea que la paradoja se da en que la fotografía es un registro automático, realizado con la medición de la luz, de un acontecimiento dado. Sin embargo utilizamos ese registro, ese acontecimiento dado para explicar el hecho registrado.

“Denominamos así ‘fotografía’ al proceso de hacer consciente la observación”, dictamina Berger.

“La disposición formal de una fotografía -aduce en otro tramo del escrito- no explica nada. Los acontecimientos retratados son misteriosos en sí mismos o explicables según el conocimiento que el espectador tenga de ellos antes de ver la fotografía. ¿Qué es, entonces, lo que da sentido a una fotografía en cuanto que fotografía? ¿Qué es lo que amplía y hace vibrar ese mínimo mensaje de He decidido que merece la pena registrar lo que estoy viendo?”

Hace cinco años que vivo en el mismo barrio, habito el mismo edificio, en el mismo departamento con un ventanal por el que cada tanto -y antes de que estuviera en cuarentena- sacaba la cabeza a husmear en lo cotidiano de manera fugaz.


Mas, con la llegada de la Covid-19 y el obligado confinamiento es que estoy enfrascado en un registro visual, en un diario fotográfico de esta coyuntura por la que transitamos.

Esta serie documental que ya casi cumple 70 días, comenzó en verano tras decretarse en Argentina el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio Nacional, como se le denomina oficialmente a la cuarentena. Estuve fotografiando cada día durante el otoño y en las vísperas del invierno continúo con el registro fotográfico.

 
 

He bautizado este trabajo con el nombre de Mi ventana indiscreta, aludiendo al filme La ventana indiscreta (1954) de Alfred Hitchcock. En esta película un fotógrafo tiene que estar unas semanas en su casa en silla de ruedas y con una pierna enyesada tras sufrir un accidente.  Resignado, Jefferies, el protagonista de la cinta de marras y encarnado por el actor James Stewart, mira por su ventana pasar los días, aburrido y resignado. Fotografía cada tanto a sus vecinos hasta que un día es testigo de un asesinato.

Salvando las distancias con la trama dirigida por Hitchcock, la pandemia ha pausado la inmediatez propia del periodismo a la que estoy acostumbrado. Me ha obligado a mirar con detenimiento mi entorno rutinario, observar y decidir qué merece la pena ser registrado desde mi ventana (y subjetividad) en tiempos de cuarentena.
 
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