Reminiscencias de cubano en la nieve

Podríamos decir que en Cuba “nevó” a principios de los sesenta, desde las primeras relaciones bilaterales entre el naciente gobierno revolucionario cubano y su par de la Unión Soviética.

Nieve en la Patagonia argentina. Foto: Kaloian Santos.

Estas instantáneas están inspiradas en Cuba. No es un delirio místico. Usted observa bien. Son fotografías tomadas en la nieve. La cuestión es que estuve en una región nevada de Argentina, en medio de un frío
seco y a temperaturas por debajo de 0°C. En medio de aquel paisaje blanco, envuelto en capas y capas de ropa, comprendí que pertenezco a esa generación de cubanas y cubanos que tuvimos una relación estrecha
y hasta familiar con esa precipitación sólida, de cristales de hielo diminutos que es la nieve. 

En sentido figurado podríamos decir que en Cuba “nevó” a principios de los sesenta, desde las primeras relaciones bilaterales entre el naciente gobierno revolucionario cubano y su par de la Unión Soviética. Ahí están las increíbles fotos de Alberto Díaz Korda tomadas a Fidel jugando como un nene en la nieve, durante un célebre viaje de 38 días que hizo el entonces Primer Ministro en abril de 1963.

Pero las “nevadas” se intensificaron en 1972, con la integración de nuestro país al CAME, la principal organización económica del desaparecido Campo Socialista. Ahí comenzó una marcada especie de sovietización en nuestra cotidianidad caribeña. Y la nieve —y otras cosas— cayeron a través de películas, animados, revistas y productos
de todo tipo.

Inolvidables aquellas historietas sobre esquimales publicadas en Misha, revista infantil ilustrada. ¿Y qué me dicen de los fotorreportajes con paisajes nevados de “La mujer soviética”, “Novedades de Moscú” y “Sputnik”? “Esas revistas te llevaban al invierno también desde la moda”, me cuenta una amiga. Por cierto, algunos de esos magazines eran muy requeridos para forrar los libros y las libretas de la escuela. Así mismo muchas de las paredes de los cuartos de los jóvenes de entonces estaban tapizadas con collages de fotos de esas revistas. Incluso,recuerdo bien que la libreta de la bodega de mi núcleo familiar estuvo por muchos años cubierta de un
forro plástico transparente con una imagen de una montaña ¡cubierta de nieve! Con esa instantánea, en la que se podía advertir tremendo frío, iba a buscar el pan nuestro de cada día a la bodega, con un sofocante
calor.

Me retrotraigo a mi infancia, a cuando tenía 6 o 7 años. Me veo cada tarde, exactamente a las seis, sentado frente al televisor dispuesto a sumergirme en las fantasías de la programación infantil. Era un televisor en blanco y negro, marca Caribe. Por esa pantalla disfrutaba de muñequitos de factura cubana, rusa y polaca. De esa manera aparecía el general español Resóplez refunfuñando “¡Qué país!, ¡Qué país!”, en uno de los capítulos de Elpidio Valdés, agobiado por el calor, los mosquitos y la lluvia en la manigua cubana. Y acto seguido pasaba en la pantalla del calor al frío. Tocaba un episodio de un lobo que perseguía a una libre en la nieve, en medio de unas olimpiadas de invierno. Eran los animados de “¡Nu, pogodí!” O, como los conocíamos popularmente, “Deja que te coja”. También recuerdo “En la Yaranga Arde el Fuego”, un corto animado bastante deprimente de dos hermanos, Jato y Gajune, que en el Ártico emprenden la búsqueda de su madre, la cual había sido raptada por una una furiosa tormenta de nieve.

Por esa época, después de consumir tantos muñequitos rusos, un día le pregunté a mi papá cómo era estar en un lugar lleno de nieve. ¿Cómo era su textura? Mi padre sabía de lo que hablaba. Estudió un par de años en una escuela del Komsomol, la organización juvenil del Partido Comunista de la Unión Soviética. Conservo varias fotos suyas en la nieve. La que más me gusta es una donde está mi viejo treintañero y sonriente, posando en el patio de esa escuela, en plena nevada, vestido con un sobretodo de piel y un ushanka, ese gorro tradicional
de las regiones bálticas.

Ante mi curiosa pregunta mi viejo me llevó hasta el refrigerador marca Kelvinator. Abrió la puerta. Me alzó hasta llegar al congelador lleno de escarcha y me invitó a tocarla. Luego hizo unas bolitas de hielo y me la lanzó suavemente. También hizo un muñequito como esos de nieve que salían en las películas. “Es así. Un lugar con mucha nieve es como un congelador gigante”, me dijo sonriente e imaginativo.

Con todo ese cúmulo de fantasías y tantas referencias ahora comprenderán por qué resulta inevitable que estas fotografías sean las reminiscencias de un cubano en la nieve.

 

 

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