Visitaciones fotográficas para Fina

Porque la fotografía precisa de versos.

Foto: Kaloian.

Es tradición de esta columna apartarse cada tanto de lo estrictamente fotoperiodístico y abrazar, con fotos, a la poesía. Se trata de una cuasinecesidad: despegarse de lo documental y sumergirse en el subjetivo mundo de las metáforas, las elipses e hipérbolas antes de apretar el obturador. Y no es porque crea que la poesía carece de imágenes. Todo lo contrario. Es porque la fotografía precisa de versos.

O sea, para mirar lo que rutinariamente nos rodea y captar un pedacito de lo que nos seduce de nuestro universo; para tener la sensibilidad de captar lo inefable, necesitamos muchas veces el zumbido de una voz poética. Por eso, además de apropiarnos de la literatura que pueda estremecernos, hay que lanzarse al desafío de reinterpretar esos textos con instantáneas propias.

Es un ejercicio de apropiación consciente. Una acción didáctica y hasta dialéctica. Todo transcurre en un diálogo intertextual con las fotografías. Pudiera parecer enrevesado pero me es natural pensar en qué fotos pudieran acompañar las imágenes literarias que me propone el texto literario. Porque las fotos, en este caso, siempre acompañan.

El graficar versos de poemas y canciones o fragmentos de novelas y cuentos, es algo que me acompaña en mi quehacer. Es, incluso, una gimnasia. ¿Será que acarreo con un poeta o un escritor frustrado? No lo sé. Buen tema para analizar en mis sesiones de psicoanálisis.

La cuestión es que en mi biblioteca, en mi escritorio, en una mesita donde reposa mi cámara cuando no está activa, se me agolpan libros con páginas marcadas pendientes a ser graficadas. Algunos los he comenzado. Otros tienen un par de fotos asignadas pero quedan ahí, en suspenso. Un par ha tenido un cierre raudo y veloz, con una serie de fotografías las cuales, luego, no he vuelto a ver.

Pero los textos más importantes son los de un grupo selecto de libros, que leo y releo periódicamente. Para esos fragmentos husmeo afanoso entre imágenes ya tomadas o salgo a la calle en busca de nuevas fotografías. Oraciones completas y hasta estrofas merodean en mi cabeza como guía en esa búsqueda. Cuando al fin creo tener esas imágenes inspiradoras, desaforadamente busco los fragmentos y, como un sommelier, me presto al maridaje entre el mejor de los vinos y el más exquisito de los platos.

Son textos poderosos, tiernos unos, desgarrantes otros. Esos escritos marcan mi impulso fotográfico en consonancia con el momento y el contexto en que los leo. Aunque, más que leerlos, prefiero decir que los visito.

Uno de mis preferidos es el libro Visitaciones, de la poetisa cubana Fina García-Marruz, recientemente fallecida a su 99 años. Este poemario, publicado por primera vez en 1970, se divide en los apartados “Azules”, “Visitaciones”, “Ánima viva” y “La tierra amarilla”.

“En este libro, escrito en el idioma que Fina García Marruz pide para sí —‘quiero escribir con el silencio vivo’—, se encuentran algunos de los poemas de más apasionada belleza que se hayan compuesto en lengua española desde que asomó el mil novecientos”, escribió el Eliseo Diego, una de las voces referentes de la historia de la literatura cubana y hasta hispanoamericana, sobre este cuaderno y su autora, quien le era muy entrañable y cercana.

Cuando hace unas semanas se supo de la triste noticia del fallecimiento de Fina, volví a Visitaciones. Me detuve una vez más en el poema homónimo, ese donde una Fina muy íntima escribe a pulso de ternuras y hace de la memoria un asidero para la vida.

Cintio Vitier, su compañero de vida, develó en una oportunidad que la escritura de Fina se asienta en “la intimidad de los recuerdos, el sabor de lo cubano y los misterios católicos”. Así es toda su obra poética. Así fue su vida. Su huella tierna es perenne.

“Visitaciones”, el poema, está estructurado en doce pequeñas partes. Doce tiempos que subrayé desde la primera vez que los leí hace ya unos cuantos años. En esta oportunidad, al devorarlos me transportaron ineludiblemente a Cuba. Pero no a cualquier tiempo en Cuba sino, particularmente, a algunos momentos fotográficos de hace casi veinte años, cuando una cámara comenzó a ser una extensión de mi cuerpo. ¿Qué me habrá movilizado de ese poema para escudriñar entre mis negativos de hace dos décadas? (Otro tema para hablarlo en terapia).

La pregunta anterior queda abierta. La memoria como un sustento de la existencia se hace lugar ahora, en estas fotos de antaño, como “visitaciones” fotográficas para celebrar a Fina y a la poesía.

 

Visitaciones

1

Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna

como a la casa de la infancia, a algunos

días, rostros, sucesos que supieron

recorrer el camino de nuestro corazón.

Vuelven de nuevo los cansados pasos

cada vez más sencillos y más lentos,

al mismo día, el mismo amigo, el mismo

viejo sol. Y queremos contar la maravilla

ciega para los otros, a nuestros ojos clara,

en donde la memoria ha detenido

como un pintor, un gesto de la mano,

una sonrisa, un modo breve de saludar.

Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable,

los ojos no comprenden, la mano ya no toca

el alimento innombrable, lo real.

2

Uno vuelve a subir las escaleras

de su casa perdida (ya no llevan

a ningún sitio), alguien los llama

con una voz querida, familiar.

Pero ya no hace falta contestarle.

La voz sola nos llama, suficiente,

cual si nada pudiera hacerle daño,

en el pasillo inmenso. Una lluvia

que no puede mojarnos, no se cansa

de rodear un día preferido.

Uno toca la puerta de la casa

que le fue deparada a nuestras manos

mortales, como un tímido consuelo.

3

El que solía visitarnos, el que era

de todos más amado, suave vuelve

a la sala sencilla, cada día

más real y más leve, ya de humo.

¿Cuándo tocó la puerta? No podemos

recordarlo. Estaba allí, estaba!

Y no se irá jamás ni puede irse.

No nos trae la memoria las palabras

del adiós. Sólo podrá volverse

por la puerta de un ruido, de un llamado

de ese mundo que borra, ignora y vence.

4

¿Qué caprichosa y exquisita mano

trazó, eligió ese gesto perdurable,

lo sacó de su nada, como un dios,

para alumbrar por siempre otra alegría?

¿Participarás tú del dar eterno

que dejaste la mano humilde llena

del tesoro? En su feliz descuido

adolescente ¿derramaste el óleo?

¿Qué misterio, fue el tuyo, instante puro,

silencioso elegido de los días?

Pues ellos van tornándose borrosos

y tú te quedas como estrella fija

con potencia mayor de eternidad.

5

Y cuando el tiempo torna impuro su rostro,

una vida que amamos en su hora

cierta de dar, por siempre más reales

que su verdad presente, lo veremos

cuando lo rodeaba aquella lumbre,

cuando el tiempo era apenas un fragmento

de un cuerpo más espléndido, invisible.

Todo hombre es el guardián de algo perdido.

Algo que sólo él sabe, sólo ha visto.

Y ese enterrado mundo, ese misterio

de nuestra juventud, lo defendemos

como una fantástica esperanza.

6

¡Y lo real es lo que aún no ha sido!

Toda apariencia es una misteriosa

aparición. En la rama de otoño

no acaba el fruto sino la velada

promesa de ser siempre que su intacta

forma ofreció un momento a nuestra dicha.

Pues toda plenitud es la promesa

espléndida de la muerte, y la visitación

del ángel en el rostro del más joven

que todos sabíamos que se iría antes

pues escogía el Deseo su sonrisa nocturna.

7

A aquel vago delirio de la sala

traías el portal azul del pueblo

de tu niñez, en tu silencio abríase

una lejana cena misteriosa.

Cayó el espeso velo de los ojos

y al que aguardó toda la noche abrimos.

Partía el pan con un manto de nieve.

Con las espaldas del pastor huiste,

cuando volviste el rostro era la noche,

todo había cambiado y sin embargo

en la granja dormían tranquilas las ovejas.

8

¿No sentías que ardía tu corazón

cuando nos hablaba de las Escrituras?

(Los peregrinos de Enmaús)

Huésped me fue palabra misteriosa.

Huésped es el que viene de muy lejos,

de algún pueblo que nunca habremos visto.

Huésped es el que viene por la noche,

toca la aldaba de la puerta y todo

el umbral resplandece como nieve.

Huésped es quien se sienta a nuestra mesa

sólo por una noche, y no se acierta

sino ya a oír lo que su boca dijo.

Huésped es el que alegra con su rostro,

y alumbra con sus manos nuestro pan

y no logramos recordar su nombre.

Huésped es el que ha de partir, al alba.

9

There ir a wind where the rose was

WALTER DE LA MARE

Oh vosotras, lámparas del otoño,

más fragantes que todos los estíos!

¿Por qué ha de ser aquel que devenimos

con el tiempo, más real, menos efímero,

que aquel que fuimos a tus luces pálidas?

¿Por qué el polvo desierto, la agonía

junto a las armas bellas, quedan sólo

del resplandor de la victoria? Lejano

es todo vencimiento. En otro espacio

sucede, más allá del moribundo

rostro que hunde la gloria y deja ciego

junto al viento que lleva las banderas

espléndidas que huyen. Fiera es toda victoria.

10

Amigo, el que yo más amaba,
venid a la luz del alba.

Cómo ha cambiado el tiempo aquella fija

mirada inteligente que una extraña

ternura, como un sol, desdibujaba!

La música de lo posible rodeaba tu rostro,

como un ladrón el tiempo llevó sólo el despojo,

en nuestra fiel ternura te cumplías

como en lo ardido el fuego, y no en la lívida

ceniza, acaba. Y donde ven los otros

la arruga del escarnio, te tocamos

el traje adolescente, casi nieve

infantil a la mano, pues que sólo

nuestro fue el privilegio de mirarte

con el rostro de tu resurrección.

11

Since I have walk’d with you through shady lanes…
KEATS

¿Quién no conoce ese sendero en sombras,

ese continuo hablar, interrumpiéndose

el uno al otro amigo, en el gozoso

diálogo hasta la puerta de la casa,

servida ya la cena? ¿Quién no escucha

las nocturnas pisadas en la acera

tornarse más opacas al cruzar por la yerba

que nos trae al amigo, al bien llegado?

¿A quién, ya tarde, no le cuesta mucho

despedirse y murmura generosos deseos,

inexplicables dichas, bajo los fríos astros?

12

qui laetificat juventutem meam…

Sólo vosotras, bestias, claros árboles,

podéis seguir! Mas, eterno es el hombre.

Salvaje privilegio de la muerte,

heredad sólo nuestra, mientras derrama el astro

su luz sobreviviente sobre ese rostro altivo

de ser fugaz, junto a los ciclos fijos,

y ese verdor, eterno! Se fue yendo

la gloria de los rostros más amados,

y tornamos, como ola ciega, al tiempo

del cuerpo incorruptible que esperaste

y no pudimos retener, llorando

en la perdida lámpara, las voces,

lo que encuentro creímos y es partida.

Oh lo real, el mundo en el misterio

de nuestra juventud, que nos aguarda!

Nos ha sido prometida su alegría.

Nos ha sido prometido su retorno.

Eres lo que retorna, oh siempre lo supimos.

Pero no como ahora, amigo mío.

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