El cine los ha presentado una y otra vez como los malos de la película, pero quienes los conocen de cerca, afirman que los tiburones no suelen ser tan perversos como los pintan.
Juan Lázaro Martínez, patrón del 25 de septiembre, un barco dedicado a la captura de bonito en las aguas que rodean el occidente de Cuba, asegura a OnCuba que “varios pescadores se han caído entre ellos y a ninguno se lo han comido”.
Al propio Juan Lázaro le sucedió una vez: “Cuando aquello, era más joven, y pude salir del agua enseguida, sin que me hicieran ni siquiera un rasguño”, dice.
A pesar de la mala reputación que durante mucho tiempo se les ha dado, este hombre que por más de 40 años ha navegado junto a los tiburones, explica que su presencia resulta indispensable para ubicar las manchas de peces.
Tanto es así que Vicente Rodríguez, otro pescador con una vasta experiencia, considera que para los barcos boniteros son como una guía. “Donde están ellos está el peje”. Por eso, después de localizarlos y comenzar la captura, un tripulante se dedica exclusivamente a lanzarles las vísceras ensangrentadas de los peces que sacan del agua.
El objetivo es atraer hacia el barco a la mayor cantidad posible de esos temibles escualos, para hacer que la mancha de bonito se concentre. “Esto facilita la pesca. En pocos minutos se pueden coger varias toneladas”, señala Juan Lázaro.
De ahí que muchos pescadores los consideren sus aliados, y en lugar de cazarlos, los protejan. “Hay muchos que están marcados, para identificarlos y saber el rumbo que toman. “Aquí hay uno al que le decimos el “bembiblanco” porque tiene el hocico de ese color, y a otro le pusimos ´El Manco´, porque le falta una aleta”.
Sin embargo, durante décadas se ha fomentado el pánico hacia estos fascinantes depredadores (algunas veces con razón), al punto de que no son pocas las personas de todo el mundo que lo piensan dos veces antes de adentrarse en el mar.
En países como Cuba, esto ha obligado a algunas agencias de viajes a aclarar en sus sitios publicitarios que los ataques de tiburones a humanos son muy esporádicos.
Según las estadísticas difundidas, en 50 años solo se han reportado cuatro en las aguas que rodean el archipiélago, y ninguno tuvo un desenlace fatal. Ni siquiera en las zonas del Golfo de México, donde una flota cubana se dedica a la captura del bonito, alguien recuerda que un pescador haya muerto entre las fauces de un tiburón.
“Y eso que unos cuantos se han caído entre ellos”, advierte Vicente Rodríguez. “Así le pasó a Gustavo, el majuero del Cayo Largo 012, y a Félix, pescador del 109. Sus mismos compañeros lo sacaron usando las varas. En el tropelaje un tiburón lo rozó y le peló todo el carcañal. La piel de estos animales parece una lija. Pero eso es una cosa, y comerse a alguien es otra. Aquí, en esta zona, en 30 años que llevo pescando yo nunca he oído que haya ocurrido”.
Juan Lázaro, otro que perdió el equilibrio en plena faena y sobrevivió para contarlo, tampoco lo ha escuchado. No obstante, confiesa no le gustaría repetir la experiencia. “A veces tenemos hasta 40 y 50 tiburones de 300 libras al lado del barco, que se ven agresivos. Tal vez sea por la comida que les echamos. Lo cierto es que ya estuve una vez en el agua con ellos y no quisiera volver a probar”.