Comer sabroso en Isabela de Sagua

Foto: Claudia Machado Ruiz

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Surgido a mediados del siglo XIX, Isabela de Sagua, al norte de Villa Clara, es un pequeño poblado que vivió años de grandeza. Apodada inicialmente como “la Venecia de Cuba”, acogió durante un siglo uno de los principales puertos cubanos, por donde salía el azúcar de la zona norte y central del archipiélago hacia los Estados Unidos. Luego, Isabela vivió dos debacles: el fin de las relaciones con el comprador norteño (y por ende el tráfico por su puerto) y la estampida migratoria de los años 90, convertida su costa en la rampa de lanzamiento de balsas y “cigarretas”.

Pero a pesar de todo, en Isabela de Sagua viven todavía muchos pescadores. Son sobre todo especialistas en la captura de langosta. En las aguas de Isabela se encuentra un ostión catalogado durante décadas como el más exquisito de Cuba.

Torturas de huracanes, reubicación de muchos de sus habitantes en otro asentamiento, decadencia y cierre de su puerto, emigración, sumieron a Isabela en el estancamiento. En cambio, la apertura al trabajo no estatal le ha devuelto un poco de vida a este pueblicito,  sin playas hermosas, pero con platos suculentos.

En el mar, la vida es más…

Foto: Claudia Machado Ruiz
Foto: Claudia Machado Ruiz

“Sabrosa…”. Eugenia no encuentra otra palabra para expresar su disfrute en el restaurant Vista al Mar.  Amante de los placeres gastronómicos, ella visita varias veces al año la terraza sobre el mar en casa de Caridad Delgado. Para ello recorre desde su natal Santa Clara, más de 70 kilómetros, pues no hay quien la prive de “un placer difícil de olvidar”.

Caridad es propietaria de uno de los restaurantes que han hecho de Isabela de Sagua una pequeña meca para miles de amantes de la cocina costera en la provincia de Villa Clara, y de cientos de cubanos residentes en el exterior, que la visitan.

Su Vista al Mar nació a inicios de 2011, pocas semanas después de aprobarse la ampliación del trabajo por cuenta propia. “Para mí fue una oportunidad que llegó en el momento justo”, confesó mientras disfrutábamos de la brisa, tras quedar pactado que ella no saldría en fotos.

Durante 27 años fue gastronómica y cajera en una unidad estatal del poblado, luego sufrió un accidente que la apartó temporalmente de la vida laboral. A su regreso, le habían reubicado. Decidió tomar un nuevo camino.

En solo 100 metros funcionan cuatro de los cinco restaurantes privados de Isabela de Sagua, al norte de Villa Clara. Foto: Claudia Machado Ruiz
En solo 100 metros funcionan cuatro de los cinco restaurantes privados de Isabela de Sagua, al norte de Villa Clara. Foto: Claudia Machado Ruiz

A escasos metros de la casa de Caridad, funciona el Miramar, uno de los cuatro paladares que existen en la zona de La Punta. Desde hace siete meses Manuel Rodríguez asumió la titularidad del mismo. Él y sus tres empleados marcan una diferencia: no son isabelinos, se trasladan diariamente desde la cabecera municipal, Sagua la Grande.

Entre los “vecinos”, la competencia es sana. Precios y ofertas similares son la primera prueba de ello, y todos aseguran que ayudan a los demás cuando están empezando a llenarse sus mesas. Aunque no ofrecen especialidades de “alta cocina”, cada uno de estos centros atrae por la sencillez y sabor de los platos, marcados por la tradición del sello familiar.

Alfredo, recién llegado desde Ecuador, fue uno de los comensales que encontramos en nuestra visita. Es la segunda ocasión que viaja a Isabela junto a su familia y aseguró: “Acá no hay una buena playa, vengo para disfrutar de un ambiente relajante, íntimo y acogedor, y por supuesto, comer como Dios manda”.

El promedio semanal de clientes en las casas más reconocidas supera los ochenta. Esas cifras se duplican en julio y agosto, aunque en ese período el consumo per capita es  menor. Al indagar sobre esa situación, varios empleados coincidieron en que “muchas personas abusan de nuestra buena voluntad, llegan con su comida a cuestas y sus pedidos son mínimos”.

Tal panorama les incomoda. Incluso, a veces ni desean que llegue esa concurrida temporada. Todavía buscan el modo de evitar esos momentos de estrés y escasa productividad, sin propiciar la pérdida de clientes.

Foto: Claudia Machado Ruiz
Foto: Claudia Machado Ruiz

Sobre el agua

Como guardián de la desembocadura del río Sagua la Grande, el Cayo Casa Blanca fue abierto por otros tres entusiastas isabelinos el pasado 17 de diciembre, sumando un quinto restaurante privado en un asentamiento de poco más de 2 000 habitantes. Cuenta con cerca de 20 capacidades, menos del doble que sus similares ya establecidos. Aún no han recibido muchos clientes, pero las cercanas vacaciones veraniegas les prometen retos y, tal vez, prosperidad.

Haciendo pausas dentro del ir y venir del trabajo, Manuel asegura que sus ganancias mensuales en el Miramar, fuera de la temporada veraniega, rondan los 2 500 pesos cubanos (MN). Sus contratados cobran según la venta, pero el promedio está cercano a los $ 500, además de la propina.

En cambio, Caridad reparte las finanzas de modo diferente pues el paladar es el trabajo de la familia. Los empleados son su hijo y su nuera, cuyo salario permanente es superior a los $ 700. “Nosotros acá no buscamos hacernos millonarios, brindamos posibilidades para que venga la mayor cantidad de personas. Somos parte del pueblo y no nos gusta abusar”, asegura. Los numeritos de su negocio evidencian  que el lucro está muy lejano, todo es cuestión de subsistencia.

Los precios son muy inferiores a los de muchos lugares del país. Foto: Claudia Machado Ruiz
Los precios son muy inferiores a los de muchos lugares del país. Foto: Claudia Machado Ruiz

A la vanguardia de la gastronomía no estatal en Isabela, estos negocios encabezan los reclamos por mejores mecanismos para acceder al pescado, pues aunque existe una cooperativa de pesca allí, la captura se lleva hasta Caibarién, y luego hay que esperar por la comercialización en Sagua (más de 100 kilómetros y horas de espera, de ida y vuelta). Solo desean que la compra pueda realizarse de modo directo, lo que facilitaría el acceso más fácil a productos frescos (y evitaría tener que comprarle a los pescadores furtivos, sus mismos vecinos del pueblo).

Afiliados a un sindicato, han presentado la propuesta para que se les venda allí la langosta, cuya venta estatal es prácticamente nula, pues se exporta o destina al sector turístico. “Si tenemos tantos recursos a nuestro alrededor, deberíamos poder contar con ellos para representar verdaderamente nuestra idiosincrasia”, asegura Yosbel, el hijo de Caridad.

Eperlán. Foto: Claudia Machado Ruiz
Eperlán. Foto: Claudia Machado Ruiz

Este paso no debería ser muy utópico, principalmente cuando la localidad y el municipio tienen grandes condiciones para el desarrollo económico si se normalizan las relaciones con los Estados Unidos… y si los gobiernos nacional y local explotan las condiciones existentes en la zona.

A la espera de escenarios de mayor prosperidad, estos hombres y mujeres navegan día a día, sin freno en la proa.

Foto: Claudia Machado Ruiz
Foto: Claudia Machado Ruiz
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