De las plazas a la televisión

No es una guerra enemiga. No es aquel al que maldijeron los carteles. No es la bomba atómica lo que las vació. Es el virus invisible.

Foto: Kaloian

Desde 1959, uno por uno, cada día inicial del quinto mes las principales plazas de Cuba se han abarrotado. El entusiasmo en ese lapsus de décadas ha sido similar al de una jornada cualquiera: la mañana es animosa, el mediodía duro, la tarde abúlica y desgastante. La noche devela sorpresas.

Este ha sido el día convenido para que los trabajadores descansen y celebren, aunque para que esa celebración adquiriera un matiz alegre otros debieron plantarse antes, por la jornada de ocho horas, por ejemplo. Muchos más de los que se conocen habrán perdido la vida durante el reclamo de ese derecho. Es la metáfora que muchos, sin entender, aclaman de la mejor manera en que pueden o saben o quieren hacerlo.

Madrugada, desfile, celebración. Ojeras y ron y cerveza. Himno, consigna y timba. Bocinas vociferando, una niña a horcajadas sobre su padre, aquel viejito que se desmayó. “¿Vienes sin desayunar? Ahí tienes”, dice alguien. “Me erizo”, susurra otro. Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan…

Quien ha ido a la plaza, quien ha desfilado, lo sabe. Quien se ha escondido para no desfilar, también sabe lo que significa el desfile. El que está lejos, lo mismo puede decir; y hasta hay quien desde lejos vio en las noticias las calles repletas y le murmuró a otro: “Eso es mentira”.

De muchos países del mundo han viajado los primero de mayo a Cuba solo para marchar con los trabajadores. Después se daban un salto a las playas, tal vez a un hotel. Trabajadores también, pero viven de sus ahorros y pueden marchar y vacacionar.

Este año, sesenta y uno después de aquella mañana desbordante en una plaza cívica donde incluso los intelectuales empezaban a organizar milicias, esa plaza y las calles estuvieron vacías por primera vez. También lo estuvieron otras plazas y calles a lo largo de la Isla.

No es una guerra enemiga. No es producido por aquel al que maldijeron los carteles. No es la bomba atómica lo que las vació. Es el virus invisible. Por esa situación nadie ha salido en masa, y los trabajadores, aunque recuerdan el día en que a ellos se les recuerda, no se les vio en las aglomeraciones de otros años.

La convocatoria oficial, y también el presidente, pidieron un aplauso en la mañana, llamaron a entonar el himno nacional a la misma vez por la televisión para recordar que los trabajadores continuaban ahí; es decir, que no pocos siguen trabajando para, precisamente, combatir la pandemia y para que después las cosas vuelvan a ser como antes o, si es posible, quisiéramos, que vayan mejor.

Televisor, televisores, pantallas.

Hubo quien colocó una bandera, un cartel. Hubo quien tal vez se mofó del que lo hiciera. Hubo quien no hizo nada o quien extrañó las multitudes y la fiesta para la fecha.

Hubo también quien recibió la fecha en el hospital, o en la fábrica, o en el campo. Y hubo quien salió a la acera, a la calle, desafiante, solo para soltar un grito al cual están tan acostumbrados en Cuba que muchos no lo pueden entender.

Foto: Otmaro Rodríguez/Archivo

 

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