Desde Barrio Cuba, al margen del odio y por el respeto

No basta con el derecho constitucional de manifestación pacífica, es preciso legislarlo y entender que la calle es de todos los cubanos, que tienen el derecho de expresarse y el deber de no violentarse.

Foto: Otmaro Rodríguez

Llevo cerca de cuatro años viviendo entre Cuba y Brasil por motivos de estudio. Mi última estancia en la Isla se extendió cerca de dos años, entre 2019 y 2021. En los últimos seis meses en Cuba he intentado conectarme con la realidad profunda del barrio “marginal” (izado), de la cuartería donde vivo. He deseado, en medio de mis desafíos personales, entender mejor esa fracción del país diaspórico en el que estoy (ausente), que constantemente supera mi imaginación y vivencias desde el potencial de lo diverso. No creo que alcance a entender la complejidad de la gente que me rodea, de las calles que camino, de los sentimientos que me envuelven, que me hacen sufrir, llorar y amar…pero necesito entender(me).

Luego de dos años, de vuelta a casa, el cariño de la familia me recibió con puerco asado y congrí, cerveza Tínima y Los Van Van. Mi madre, mi hermana, cuidaron de proveer la nevera con lo imprescindible, querían que habitara un país imaginado, al menos básicamente como el que había dejado en el 2019. A diferencia de la necropolítica sanitaria de Bolsonaro que viví, en un Brasil de mercados abastecidos, alentaba ver al doctor Durán transmitiendo tranquilidad y al gobierno cubano haciendo una gestión decorosa por la vida en medio de tantas carencias.

No obstante, al pasar un mes y consumir/repartir las reservas del más allá que la Aduana Cubana y Copair me permitieron, la supransiedad por el peligro de contagiarme y (ver) morir de COVID-19 en Brasil, fue remplazada por una ansiedad básica, la búsqueda y los precios de la carne de puerco, el café, las viandas, los vegetales, el pan, la leche, los medicamentos, las colas y sus efectos antropológicos.

Mi llegada, además, coincidió con el reordenamiento monetario y la medida de concentrar el comercio de productos básicos en Moneda Libremente Convertible (MLC), para perforar el bloqueo financiero norteamericano que impide acceso a créditos. Como resultado, observé que se obtuvo un reordenamiento de la diferenciación social entre los que tienen tarjeta y los que no; entre los que reciben MLC del exterior en las tarjetas y los que compran para depositar; y los que tienen que comprar en moneda nacional, al precio que sea, artículos de primera necesidad porque no tienen para comprar MLC y depositar en una tarjeta.

Mi madre, mi abuela Fela y mi vecina Belkis se alegraron del aumento de sus jubilaciones, pero la velocidad de aparición de las carestías y las subidas de precios les congeló la sonrisa rápidamente. A la par el gobierno organizó módulos de productos básicos con una distribución mensual y accesible a cada familia, que ha sido pertinente y necesaria. No he visto morir a nadie de hambre en las calles, aunque sé de más de un niño/adolescente con una comida al día, semihambriento el resto del tiempo, soñando con una galletica de soda o con la boca echa agua por un Pelly.  

Adolescentes/jóvenes de los barrios que habito y me habitan han visto reducidos sus espacios de socialización a la familia con sus disfuncionalidades, concepto que se expresa cotidianamente en una capacidad disminuida para solucionar conflictos, agudizada por los efectos del patriarcalismo que induce a la masculinidad tóxica, el alcohol y la violencia física-psicológica hacia los cuerpos de las madres/mujeres y los hijos/as.

Los/las chamacos/as del barrio (de) construyen en las redes (anti)sociales el mundo que sueñan para ellos/as y desde allí contestan los medios de (in) comunicación masiva, que muchas veces los invisibilizan. Otros/as menos afortunados son exponentes de la brecha tecnológica interna, sin teléfono para habitar las redes sociales que te (des) conecten al mundo; sueñan los sueños de otros/as, sin recurso crítico, en una narrativa única, totalizadora, de sus vidas en una fraterna red global que los une en sus alegrías, deseos y sufrimientos.

La influencia de la escuela y sus maestros/as durante la pandemia limitada a unas tareas ocasionales enviadas por WhatsApp o Telegram (para quien tiene celular) y a unas teleclases educativas bancarias, que dan sueño por lo esquemáticas y repitentes (para quien tenga televisor). La educación formal institucionalizada, luego de dos cursos de intermitencia por la pandemia, se aleja aún más del horizonte de una parte de la juventud/adolescencia, aunque en verdad siempre ha estado lejos de entender sus diversidades, sus tribus, sus ídolos reguetoneros y el lenguaje de resistencia de sus cuerpos al ritmo de Chocolate MC. El espíritu meritocrático persistente en la escuela cubana socialista sostiene que todos/as podemos llegar al éxito social a través del acceso universal a la enseñanza; la historia no contada es en qué condiciones estudio y cuáles barreras de clase, raciales, estructurales, familiares tendré que desafiar para llegar al éxito y la movilidad social.  

Con la llegada de los apagones aumentó la ocupación de los cuerpos en la calle y los pasillos de las cuarterías y solares, se dirimen los asuntos más complejos, se movilizan demandas postergadas, el bullicio de la casa se traslada al espacio público y allí se generan o estructuran agendas e insatisfacciones. Si los que gobiernan por mandato del pueblo desean conocer más que lo que le informan las Oficinas de Atención a la Población, deben aprovechar las circunstancias y recorrer las calles apagadas que se iluminan con la sabiduría, el clamor popular, la dignidad y la indignación.

En la medida que transcurren los meses y las dificultades, y con el alza de la pandemia es notable para mi el aumento de las tensiones interpersonales, familiares, barriales. El embargo y sus efectos son una realidad insoslayable, su eliminación debería ser un motivo de consenso entre cubanas/os de cualquier credo político, como punto justo de credibilidad para cualquier diálogo desde la diferencia. Sustraerse de cualquier llamado a la violencia, incitación al odio, reforzamiento de códigos discursivos discriminatorios que inferiorizan a grupos sociales específicos. El diálogo y la reflexión debe ser el camino, no la destrucción acéfala e injustificada.

11-J en Cuba: sobre lo bueno y lo justo

La gente en los barrios “marginal” (izados) resisten, trabajan, se crecen por encima de sus contradicciones y otras que se les generan, se cansan, se obstinan de las sorderas múltiples y de las múltiples discriminaciones y pueden ser violentos como cualquier otra. También protestan pacíficamente y tienen capacidad para ser interlocutores respetados y respetuosos.

No acepto el esencialismo y la banalización dicotómica de que los compatriotas que ocuparon las calles el 11J o son simples delincuentes, marginales, vándalos, agentes de cambio extranjero. O desde la otra orilla binaria son los héroes/heroínas anticomunistas de ocasión, los tirapiedras revolucionarios que le darán a ciertos cubanos/as que no dan el pecho al futuro glamouroso en una Cuba poscomunista.  

Sin embargo, visto que la eliminación del bloqueo/embargo no parece estar en las prioridades de Biden y de una parte del exilio cubano, le corresponde hoy al gobierno cubano y a los interesados en una Cuba con un mínimo de bienestar cargar en sus hombros la cruz y caminar. Para ello, desde mi experiencia creo esencial avanzar de forma creíble en un ambiente de tolerancia y respeto mutuo. La insolencia, la prepotencia individual y social convertida en discurso mediático de intransigencia (contra) revolucionaria, debe abrir paso a actitudes de humildad y comunión. Dejar el yo sí me fajo innecesario por el yo sí te abrazo permanente, y que eso no implique forzar a nadie a abandonar sus ideas.

Discutir ideas es más fácil que controlar palos y piedras, discutamos…hay que fomentar de verdad una cultura de la diversidad, una pedagogía común de hacer política crítica como sujeto activo, no solamente criticar la política como ente pasivo. Pero incluso hay que tener la disposición para aceptar que quien no sea un sujeto activo de la política, no tiene que ceder su derecho inalienable a participar de las decisiones políticas. No basta con el derecho constitucional de manifestación pacífica, es preciso legislarlo y entender que la calle es de todos los cubanos/as, que tienen el derecho de expresarse y el deber de no violentarse.

Como dijo Díaz-Canel el pasado 14 de julio, hay que meterse en los barrios —en los barrios más humildes— que son los que sostienen el impacto mayor de las desventajas sociales. Pero hay que meterse para construir y aprender con el barrio, no para imponer visiones higienistas y colonizadoras que retiran la voz y el liderazgo a los líderes naturales del barrio. Es preciso invertir en la economía solidaria, popular y comunitaria, apoyar financiera y tecnológicamente la creación de cooperativas barriales que generen empleos y retorno monetario entre los más necesitados.

Apoyar con paquetes tecnológicos y de internet a adolescentes y jóvenes en función de la enseñanza y superación. Generar capacitación de emprendedurismo solidario e inclusivo para impulsar su liderazgo en redes de pequeños negocios de comercio y producciones de alimentos en los barrios desfavorecidos. Reorientar la ayuda solidaria internacional, de la diáspora cubana y las inversiones extranjeras a generar políticas económicas, sociales y educativas de afirmación social y racial centradas en barrios marginalizados.   

La rabia y el odio no nos van a consumir, tengo fe en que Cachita me (nos) ilumine y confío en ella. Hay mucho por hacer, desde adentro o desde fuera, siendo o no comunista, siempre patriota, cubano/a.

Construyamos juntes un lugar para soñar, vivir y amar.

 

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