Agustín Parlá: el aviador olvidado y la bandera de Martí

Busto de Parlá en Mariel. Foto de Orlando Carrió.

Busto de Parlá en Mariel. Foto de Orlando Carrió.

En las últimas décadas, muchos personajes notables del acontecer nacional han sido olvidados por el ciudadano de a pie; se han hecho polvo. ¿Causas? Estas figuras no tomaron parte de manera directa en nuestras luchas liberadoras y no han contribuido a la formación política-ideológica de las grandes masas.

Aunque hay muchos de estos casos, uno de los más notables es el de Agustín Parlá, quien actualmente solo existe en las páginas de los periódicos de la época, en algunas web serias-no siempre fidedignas- y en las mentes de no muchos octogenarios. Lástima, porque el aviador fue el primer cubano en obtener una licencia para pilotar aeronaves y es coprotagonista del Vuelo de Audaces de 1913. ¡Casi nada!

Parlá y el león

Agustín Parlá nace en octubre de 1887, en Cayo Hueso, en el seno de una familia cubana numerosa que, sorprendida por las autoridades españolas en trajines conspirativos, había emigrado años atrás hacia la Florida, donde permanece hasta el fin de la Guerra de 1895. Su padre Agustín Parlá Salinero, amigo personal de José Martí, dona bienes a favor de la causa insurgente y acompaña al Héroe Nacional de Cuba en sus recorridos por las fábricas de tabaco y otros núcleos de patriotas en el sur de los Estados Unidos. Es sabido, además, que tras hablar en 1891 en el Club Agramonte, de Tampa, el Apóstol le entrega a su colaborador, como regalo, una bandera cubana que éste preservará durante años junto a toda su familia.

Tras una niñez feliz y gitana, con pleno contacto con el mar y las ventiscas del Caribe, Agustín Parlá, casi quinceañero y acompañado por Luis, su hermano, viaja de polizonte en el vapor Morro Castle rumbo a Brasil. En 1911, ya de regreso, comienza a trabajar como traductor e intérprete en el capitalino hotel Perla de Cuba, sin saber que, muy pronto, dejará de entretener a los turistas.

Parlá en Cayo Hueso poco antes de partir hacia La Habana: Foto: Luis Tesso.

A mediados de diciembre de este año, el aviador canadiense James McCurdy, quien había intentado cruzar el Estrecho de la Florida con su biplano Curtiss, vuelve a La Habana acompañado de otro as, el norteamericano Charles F. Walsh, a fin de realizar unas exhibiciones aéreas que incluirían difíciles cabriolas, vuelos rasantes, picadas y otras demostraciones.

Ambos alquilan habitaciones en el Perla de Cuba y el criollo, respondiendo a un llamado de los organizadores, se suma como voluntario al espectáculo en enero de 1912. El muchacho emociona a miles por su valentía, destreza, y un don para la profesión que adquiere ribetes de temeridad (se cuelga del ala de una de los pájaros de hierro). Finalmente, los veteranos McCurdy y Walsh lo recomiendan, y al poco tiempo, comienza su entrenamiento en la Escuela de Aviación Curtiss, en Miami, hasta que el 20 de abril de 1912 le entregan el título de piloto de aviones e hidroaviones con el beneplácito del director de ese plantel, Charles C. Witmer, quien lo considera su mejor estudiante.

En febrero de 1913 el Ayuntamiento de La Habana convoca a un certamen tan atractivo como arriesgado: se le entregará una bolsa de diez mil dólares al navegante que vuele de Cayo Hueso hasta La Habana en el menor tiempo posible y en cualquier nave. ¡Tremenda bomba! El proyecto es visto por la prensa como irrealizable y propio más bien de locos y suicidas. Y no faltan razones para ello. No hay que olvidar que los aparatos de esos tiempos no eran otra cosa que papalotes a bolina y los osados tenían que guiarse, cuando perdían de vista la tierra, por medio de una brújula no mucho mejor que la primitiva aguja de marear heredada por nuestros antepasados de los orientales.

Sin tomar en cuenta los malos augurios, Parlá decide optar por el galardón, ante un rival que lo tiene todo a su favor: Domingo Rosillo del Toro, nacido en Argelia e hijo de padres españoles, quien el 22 de octubre de 1912 había obtenido el título de piloto en París después de realizar varios vuelos circundantes sobre la Torre Eiffel. No obstante, la verdadera diferencia entre estos gladiadores del cielo radica en el vehículo: Rosillo es autorizado a competir con el Morane-Saulnier, con un motor Gnome de 50 caballos de fuerza y una hélice Chauviere, que había comprado a nombre del gobierno cubano en Europa y Parlá no tenía ningún aeroplano a mano.

Por supuesto, ni él ni su vasta familia se amilanan: se hacen colectas, rifas y campañas recaudatorias, al tiempo que manos generosas otorgan algunos préstamos. Por último, Parlá compra en la fábrica Curtiss de Hammondsport, a un precio de 5 000 dólares, un hidroavión biplano de 45 caballos de fuerza, de cañas de bambú y forros de lona, el cual está dotado de una caja de aire en su parte baja, en forma de canoa, que le permite flotar e incluso avanzar en el agua. Mas, no nos engañemos, al cachivache, parecido a los primitivos diseños de los hermanos Wright, le falta lo esencial para el desarrollo de travesías a mar abierto.

En medio de una  gran expectación, Parlá, con un padre muy recordado en Cayo Hueso, improvisa una suerte de hangar acuático dos kilómetros al sur del islote, mientras que Rosillo pone su campamento en Trumbo Point, al norte. Desde la llegada, ambos dan pie a numerosos rumores y chismes de la prensa y a un mar de apuestas. Sin embargo, cuando más enfebrecidos están los ánimos, Rosillo sufre la rotura de la hélice de su monoplano, bautizado con el nombre de Habana, durante un vuelo de prueba en agradecimiento a los inmigrantes cubanos, y la fecha de la carrera tiene que pasarse para el día 17 de mayo. Ese día la bitácora marcará el punto 0.

Agustín Parlá, el primer aviador cubano. Foto de La Jiribilla.

El Chino Viejo y Parlá comparten el pastel

Tratando de proteger a Parlá y a Rosillo se adoptan importantes decisiones: los buques estadounidenses Peoria y Yamalkraw se ubican en lugares estratégicos para prestar auxilio si es necesario; los cañoneros Patria, Hatuey y 24 de febrero —toda la flota de guerra cubana– cubren, a partir de la costa, las distancias de 15, 30 y 45 millas rumbo al norte; el Morro izará un gallardete rojo tan pronto como uno de los dos competidores se lance al espacio y La Cabaña disparará dos salvas si se acerca Rosillo y tres si se trata de Parlá.

El hijo de peninsulares, alias Chino Viejo, levanta vuelo el día establecido y tras dos horas y unos 40 minutos aterriza sin una gota de gasolina en el campamento militar de Columbia, ante la mirada atenta de las más importantes autoridades de la capital. La aventura de Rosillo a lo largo de los 145 kilómetros que median entre Cayo Hueso y La Habana (90 millas) le permite establecer un nuevo récord mundial de distancia –supera el francés Louis Blériot, quien había atravesado el Canal de la Mancha en 1908 — y provoca un enorme revuelo mediático por tratarse del primer vuelo internacional exitoso en América.

 

El viaje de Parlá no puede efectuarse y es considerado por algunos como una “prueba desgraciada”. En un extra de The Key West Morning Journal del 17 de mayo, reproducido un día después por el Diario de la Marina, se ofrecen detalles inéditos sobre el intento de Parlá:

“Al ver a Rosillo en el aire, Parlá insistió en partir también. Se le manifestó que, tal vez, Rosillo tendría que regresar al cayo por las fuertes ráfagas de viento. El hombre de la Curtiss Co. que está con él le negó el permiso para partir. Parlá no quiso oír razones, declarando que no era cuestión de dinero, sino de ambición.

“Su mánager pensó que Parlá no podría consumar su empeño, porque él tenía en su bolsillo la llave del motor que se había cerrado. De repente, se vio a Parlá en su máquina, y de pie en ella, arrojó su cinturón salvavidas, sus guantes, se desabotonó su camisa y esgrimiendo un revólver en la diestra gritó: `Si no me dejan volar, me mato`.

“Las mujeres y niños empezaron a gritar, los grupos se dispersaron y su hermano Deogracias Parlá y dos compañeros saltaron sobre él desarmándolo. Antes de quitarle el revólver, se disparó un tiro que no tuvo consecuencias.

“Al ver que todo era inútil, se le dejó partir a las 5:57. No se levantó del agua más de 100 metros y volvió hacia atrás alegando que se le había descompuesto una de las guías del timón de profundidad”.

La bandera que trajo Parlá se exhibe en el Museo de la Ciudad, ubicado en el Palacio de los Capitanes Generales de La Habana. Foto: Archivo personal del autor.

Como es de esperarse por su temple, el joven recupera pronto su estabilidad emocional, y tras arreglar su avión, parte en secreto hacia La Habana a las dos de la tarde del 19 de mayo, sin el respaldo de las embarcaciones de señalización y auxilio, una brújula de bolsillo no profesional sujeta al timón y, a su lado, la bandera cubana que le cediera Martí a su progenitor. ¡Menudo atrevimiento! Al final, Parlá, empujado hacia el oeste por los vientos y casi sin combustible, ameriza a la brava en una zona cenagosa de la bahía del Mariel denominada El Bajo, donde, exhausto, con las piernas entumecidas, es rescatado por los pescadores Pedro Fernández y Rufino Sánchez. Recorre 190 kilómetros (118 millas) en dos horas y 55 minutos para establecer un nuevo récord de distancia.

No es difícil imaginar la alegría indescriptible con que el pueblo de Mariel y su alcalde Carlos Soto reciben al héroe y a su ruinoso hidroplano. Parlá es trasladado hacia la Casa Consistorial y pasadas las seis de la tarde del mismo 19, de pie en el portal del Ayuntamiento, besa la bandera de Martí y la iza a media asta, en conmemoración de la caída del fundador del Partido Revolucionario Cubano dieciocho años atrás  —está en exhibición en el Museo de la Ciudad, ubicado en el Palacio de los Capitanes Generales de La Habana—. Más o menos a dicha hora, llegan a la localidad el general Fernando Freyre de Andrade, alcalde de La Habana y el padre jesuita Mariano Gutiérrez Lanza, director del Observatorio de Belén, con el propósito de felicitarlo y reconocer su osadía y tenacidad.

Busto de tributo a Parlá del Condado de Monroe, Estado de La Florida. Fundido en los talleres del Instituto Cívico Militar, Ciudad Escolar, Ceiba del Agua, Cuba. Tomado de http://www.earlyaviators.com.

¡Voy para La Habana!

Como indica Edel Mayol, actual historiador del Mariel, Parlá nunca desiste en extender su viaje a La Habana, su destino original, y pasado algún tiempo logra que los mecánicos de la Curtiss vengan a la localidad a arreglar su aeroplano, convertido, durante varias semanas, en motivo de atracción para miles de personas de los municipios cercanos y de las provincias de Pinar del Río y Matanzas.

El Diario de la Marina del 20 de julio de 1913, en su primera página, da el campanazo: el piloto hará algunas acrobacias ante los vecinos de Mariel, se internará varias millas en el mar y cruzará la imaginaria meta sobre el Morro. Al llegar a su farola, le dará dos vueltas, pasará dos veces por encima del Malecón y, a la postre, acuatizará en la caleta de San Lázaro del Parque Maceo.

Busto de Parlá en Mariel. Foto de Orlando Carrió.

Según los cronistas, el entusiasmo es tan desbordante que se hace difícil mantener en sus límites a los fanáticos que imposibilitaban al as realizar sus últimas maniobras de amarre. Parlá es conducido al Ayuntamiento de La Habana, donde Freyre de Andrade anuncia la decisión de la alcaldía de crear un segundo premio de cinco mil dólares para galardonar la persistencia del aviador.

En lo adelante, será reconocido como padre del ejército del aire, toma parte en la apertura de los vuelos comerciales entre Cuba y los Estados Unidos, ocupa durante varios años el cargo de Inspector General de Aeropuertos y Aviación, antes de ser cesanteado por el gobierno de Grau, y hasta inspira el tema Parlá sobre el Niágara, de Antonio María Romeu. En 1938 se coloca un busto de bronce del navegante, obra de Avelino Pérez Urriola, en el Parque Central de Mariel, y en 1957 es develada en el aeropuerto Key West International otra estatua que le rinde honor.

Agustín Parlá termina con su vida en 1946 y seis años después se presenta un sello con su imagen. Tanto corazón no cabía en aquella Isla repleta de gente amnésica y líderes insensibles bailando rumba.

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