Del botero a la botánica

Prado y Neptuno, La Habana Vieja. Foto: Jeff Cotner.

Prado y Neptuno, La Habana Vieja. Foto: Jeff Cotner.

De la noche a la mañana, La Habana se ha detenido como si fuera un fotograma en pausa. Un paraje congelado. Un corazón inmóvil. Por lo menos así la veo yo, que acabo de perderme par de horas bajo el penoso abrigo de un almácigo esperando un almendrón.

La mano que detuvo a la ciudad fue una nota de prensa del Gobierno provincial. Allí decía que “ante la necesidad de proteger a la población por el fraccionamiento de las rutas de los Trabajadores por Cuenta Propia con Licencia de Operación del Transporte”, se habían establecido “precios referenciales de las rutas según el origen y el destino”.

Previo a la enumeración de las tarifas, la nota aclaraba que las violaciones en el costo de los viajes –vía denuncia de la población o como resultado de inspecciones sorpresivas– implicarían desde la cancelación del permiso para operar hasta el decomiso del vehículo.

Eso se publicó hace cinco días. De entonces a la fecha, racimos de personas han vuelto a colgar de la puerta de los ómnibus, y las paradas son caóticos remedos del ejército de terracota, y los almácigos (díganmelo a mí) hacen las veces de improvisados parasoles. Lejos de ser beneficiosa, la medida ha golpeado con fuerza al cubano de a pie.

El asunto es que muchos “boteros” parquearon sus carros, a la espera de que “baje la marea”. El asunto es que los que siguieron operando continúan cobrando lo mismo, y para evitar debates y discusiones y altercados ponen el parche antes de que salga el hueco celebérrimo: esto es, le informan la tarifa (su tarifa) al pasajero no bien este se sube al almendrón. Y problema resuelto.

“Yo no obligo a nadie a montarse en mi taxi –me comentaba el gordo que me “salvó” hace un rato. Si les conviene, aceptan ir conmigo; y si no, que esperen a otro o cojan una guagua. Pero en mi carro mando yo, y el Estado no puede rebajarme los precios cuando se la pasa subiéndome los del combustible”.

Basta con caminar las calles, cerca de las paradas, para escuchar la mar de comentarios entre irritados y angustiosos. Obviamente, los autores de la nota debieron estar preparados para este acuerdo tácito entre los integrantes de un gremio poderoso; tanto, que mueve a la ciudad. Y no lo estaban. Pretendieron reducirlo a la obediencia sin disponer de posibilidades para incrementar el parque de ómnibus urbanos, que es lo mismo que derrumbar el edificio viejo sin tener los materiales para, en su lugar, levantar otro mejor.

Vamos a ver. Me pregunto qué va a suceder si la cosa sigue así. Si los boteros se mantienen en sus trece, y comienza el retiro de licencias y (lo más delicado del caso) el decomiso de vehículos. Si eso pasa, ¿qué gano yo? ¿Qué ganaría usted? ¿Quién perdería siempre este ajedrez de acciones y reacciones insensatas?

Definitivamente, queriendo defendernos el bolsillo, el remedio aplicado fue mucho peor que la enfermedad que se sufría. Mientras tanto, hay quienes van de reunión en reunión, de Geely en Geely, sin reparar en los almácigos.

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