El “laboratorio” cubano donde nacen vacas en miniatura

Foto: Ronald Suárez Rivas

Las define como una curiosidad dentro de la ganadería, las llama “vacas de patio o de jardín” y hasta asegura que podría tener una en la azotea de mi casa.

“Un animal resistente, que se alimenta con poco pasto y produce entre cinco y siete litros de leche. Pequeña, fácil de cuidar y de ordeñar”. Así presenta Raúl Hernández el fruto de su creación.

Después de 16 años de experimentos, este campesino de San Juan y Martínez, en Pinar del Río, cree estar cerca del final. Según sus cálculos, será en el séptimo cruce, cuando los espermatozoides de Mayo fecunden a Rosita y a La Canela, y se obtengan terneros que no pasarán de los 60 centímetros en su etapa adulta.

Para ello, las dos novillas más pequeñas del rebaño (80 cm), esperan por el único semental capaz de montarlas, con sus escasos 78 centímetros de altura.

Todo comenzó a mediados de la década de 1970, cuando Raúl decidió adoptar una vaquita semi-enana que encontró en la finca La Guabina y poco después completó la pareja.

“La mayoría de los ganaderos rechazan los animales de baja talla y los mandan al matadero para que no les contaminen la cría. No les ven potencialidades de desarrollo, pero yo siempre traté de conservarlos”, explica.

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Foto: Ronald Suárez Rivas

Sus responsabilidades como administrador de granja en varios sitios de Pinar del Río, y luego como jefe de ganado menor de la provincia, le impedían concentrarse en el proyecto.

Sin embargo, a dondequiera que iba a trabajar, Raúl se llevaba sus reses consigo, y las seguía mezclando para mantener el tamaño.

“En la UBPC Guillén, por ejemplo, estuvieron 12 años”, dice.

Con la jubilación empezaría una nueva etapa en su vida, cuya meta es lograr una variedad de ganado del tamaño de una chiva de patio a partir de la raza criollo, y extender su cría.

Dar con su “laboratorio”, en la finca Santa Isabela, no es difícil. A lo largo del camino, vacas y toros inusualmente pequeños van señalando la ruta. Todos han salido de los corrales de Raúl y son eslabones en la cadena evolutiva hacia la res enana.

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Foto: Ronald Suárez Rivas

“Se los he ido dando a los campesinos de la zona, vaquitas y bueyecitos también, que la gente usa hasta para fanguear, porque son chiquitos, pero fuertes.

“Comencé con animales de unos 130 centímetros de alto que he ido cruzando hasta lograr ejemplares como Mariposa (97 cm), La India, o Mayito, que no llega a los 80.

“En todos hay consanguinidad, son parientes, pero buscamos el fenotipo: el más chiquito, el más ancho, el más fuerte, cuando vamos a seleccionar a ambos padres. Los demás ganaderos y los científicos dirán que no se debe chocar la sangre con la sangre, pero si no lo hago así, no salen enanos… y aquí está la prueba de que es posible.

“Yo lo he venido probando desde los años 70, mezclando primos con primos, y nunca me ha salido un fenómeno”.

Luego de realizar cruces a lo largo de seis generaciones, Raúl está convencido de que la séptima será la definitiva: “Alcanzará unos 60 centímetros. Cualquiera la podrá tener en un pedacito de tierra. La idea es mantenerlos en esa altura. Va a ser un récord”.

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Durante algunos años, Raúl consideró que el destino de sus minivacas, podría ser el zoológico, donde además de exhibirse al público, garantizarían la leche de los cachorros huérfanos.

Incluso esperaba que la práctica sugiriera otros destinos, como las montañas de la provincia, donde el relieve impide desarrollar la ganadería tradicional, obligando al acarreo mensual de varias toneladas de leche desde el llano.

El escaso interés de las autoridades que dirigen la actividad, y el rechazo del Consejo Científico Veterinario de Pinar del Río, sin embargo, lo han hecho desistir de tales empeños y mantener su proyecto como algo personal.

“Esto es una curiosidad mía, aclara, nadie me mandó, y ha sido respetada aquí, en estas tierras, por todo el mundo”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
Foto: Ronald Suárez Rivas
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