El zarandeo de los carretilleros

Foto: Leandro Armando Pérez Pérez

Foto: Leandro Armando Pérez Pérez

Fidelio ya no da más. Tiene que descansar. El sol del mediodía le derrite las pocas ganas de pedalear, y se estaciona cerca de una céntrica avenida. Su triciclo modificado ahora le parece más monstruoso que unas horas atrás, cuando pesaba casi 150 libras.

Salió cargadísimo del mercado antes de que la ciudad despertara. Hace poco más de un mes Camagüey no despertaba por sí sola, la despertaban los pregones de pan, guayaba, mango, platanito…

Desde que se emitió en mayo la Resolución No. 157 del Ministerio de Finanzas y Precios, que topó los precios de los productos agrícolas vendidos en mercados estatales y puntos cooperativos, los vendedores ambulantes andan casi en silencio. Y dice Fidelio que el azote de inspectores empezó un poco antes: “Parece que ya sabían lo que venía, y nos cayeron arriba como el chivo al papel”.

Fidelio muestra su documentación. Foto: Leandro Armando Pérez Pérez
Fidelio muestra su documentación. Foto: Leandro Armando Pérez Pérez

Fidelio Martín encontró el sustento en las ventas de productos del agro hace dos años, después de haberse desempeñado 25 años como bodeguero. “Hasta ahora no me han multado, pero no paro en toda la mañana. Si he bajado de peso es por el ajetreo, porque más nunca he vuelto a echarle las 300 libras que le caben a la bicicleta. Antes cargaba más y me movía menos, y lo vendía todo. Las ventas se pusieron malas desde que se pusieron paʼ nosotros y nos dijeron que teníamos que circular todo el día”.

Pero Fidelio, que ya peina canas, no puede sino velar a los inspectores y parar a vender por las tardes, aunque sea, en el mismo sitio donde la gente estaba acostumbrada a verlo. “A mí hasta ahora no me han puesto multas, pero hay a quienes les han tumbado el equivalente a un trabajo de un mes, porque que nadie crea que uno aquí se hace millonario”.

Para llevar al orden que desean la comercialización agrícola, las autoridades locales en Camagüey se han puesto exigentes. Su presión no ha sido sólo sobre los carretilleros, sino también sobre placitas estatales y puntos de ventas de cooperativas agrícolas, a las cuales impusieron 10 470 pesos en multas por violar la regulación de los precios topados, según reseña un artículo aparecido el 14 de mayo en la versión impresa del periódico Adelante.

Foto: Leandro Armando Pérez Pérez
Foto: Leandro Armando Pérez Pérez

Cerca de su sitio de siempre hay dos carretilleros que complementan sus compras. Carlos Pérez y Orelvis Nápoles comparten la misma mirada de venado de Fidelio, los mismos ojos sigilosos, bien alertas aunque sean las 3:00 p.m. y estén vendiendo hace 12 horas.

“Llevo cuatro años en esto, siempre en el mismo lugar. Hasta el otro día que nos metieron un operativo casi de película: Llegaron los inspectores rodeados de policías, con tremenda mala forma nos pidieron los papeles y nos multaron con $700 por estar parados. Fíjese que no se puso peor la cosa, porque nos amenazaron con decomisarnos la carretilla y todo, porque un cliente, que es fiscal, salió en defensa nuestra, si no nos comen vivos”, rememora Carlos.

“A mí sí me apresaron, —comenta Orelvis y añade: Estuve detenido toda una mañana y me soltaron porque el viejo llevó todos los papeles a la Policía. Lo más que vendo es hortalizas, así que ese día perdí más de la mitad de la mercancía, porque no te ponen a la sombra las cosas, ¡las dejan al sol!

“Cuando andan de campaña, como ahora, no valen las explicaciones, porque les enseñé mi autorizo a vender en las ferias. El viejo es el dueño de la carretilla, pero él ya no puede vender por dos hernias que tiene y no quiere operarse; hace seis años que me encargo del negocio”.

En el mercado negro es harto conocido el impacto de la nueva Resolución de los precios topados: “Hay que pagar más caros los productos, por eso se coge menos, porque ahora mandan más paʼ las placitas, eso dicen. Seguimos sin mercado mayorista, paʼ nosotros nada más”, vuelve Fidelio.

“Desde el cambio de los precios esto está surtido, surtido”, afirma Odalis Fuentes, vendedora del mercado estatal San Rafael. “A ver cuánto nos dura”, replica enseguida una señora en la cola.

Foto: Leandro Armando Pérez Pérez
Carlos fue detenido en un operativo para fiscalizar la legalidad de los carretilleros. Foto: Leandro Armando Pérez Pérez

“Estoy dispuesto a pagar una patente que permita vender sin ambular, es ilógico pensar que uno va a estar vendiendo todo el día sin parar. He invertido en agrandar mi carretilla, y con ella llena no hay alma que pueda. ¿Por qué no nos dan esa oportunidad de no ambular, tanto que inventan…”, se pregunta Carlos.

Eloísa Varona, gracias a Carlos y Orelvis, no tiene que coger un carretón de caballos para ir al mercado, ni pagar los cinco pesos del viaje, o torturarse y torturar a los demás en una guagua con las jabas de viandas. “Salgo del trabajo a las 5:00 p.m., a esa hora a qué mercado voy a ir si tengo enfrente a estos muchachos. Mi barrio está lleno de ancianos que apenas pueden caminar, somos muchos los beneficiados, por eso los defendimos el día que vinieron los policías y los inspectores”.

En los medios, los dirigentes insisten en que no hay cacería de brujas contra los carretilleros. Pero cerca de la avenida Fidelio vende con cautela, en tanto Carlos y Orelvis se mudaron de calle. Confían en que al acoso le quede poco y por eso lo único que buscan, con paciencia casi china, es sobrevivir al zarandeo.

No son víctimas indefensas, son como venados sobresaltados que también pueden hincar astadas. Por eso a algunos su susto asusta, porque la zozobra puede ser otro zarandeo, este para los bolsillos de los compradores.

 

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